ÉRASE UNA VEZ EN EL BARRIO (7)

El Gòtic de Barcelona, más turistas que vecinos

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Toni Sust

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César no guarda todos los huevos en la misma cesta. Algunos los reserva encima de la nevera, hasta que se pudren. Y los emplea en las noches en las que el ruido de las fiestas en las terrazas de los pisos turísticos que cercan el suyo no le dejan dormir: «Me harto de tirar huevos. Jugué a béisbol cuatro o cinco años», se explica.

César es un habitante del Gòtic, un barrio tomado por el turismo en el que apenas quedan comercios de proximidad ni niños, y cada vez menos vecinos: muchos se han ido en los últimos años.

Aquí se asentaron los primeros barceloneses, o mejor, los primeros habitantes de la colonia romana que dio origen a Barcino. Llegaron en el siglo I a. C. y se establecieron en el monte Táber, que tiene su cima, 16,9 metros sobre el mar, en la calle de Paradís, junto a la plaza de Sant Jaume, a unos 100 metros del despacho de Quim Torra y a unos 150 del de Ada Colau.

«La gente no se va porque roben. Siempre se ha robado aquí. Se van por lo caro que es», dice un paquistaní

Si los romanos volvieran a existir y colonizaran Barcelona, empezando otra vez por el Gòtic, a estas alturas se verían abocados a gestionar pisos turísticos, a alquilar bicicletas a turistas, o a abrir restaurantes pensados exclusivamente para los turistas, y mientras, tratarían de evitar que sus clientes fueran desvalijados. A causa de los precios elevados en la zona, de noche tendrían que irse a dormir a otro lugar, alejado del centro.

Porque el Gòtic, sede de los primeros barceloneses, alberga ahora a los últimos lugareños: los que todavía no se han marchado de un barrio en el que duermen casi más turistas que vecinos. De día los visitantes son legión y la imagen de parque temático, creciente.

De los romanos a Bonomi

A no mucha distancia de donde se asentaron los primeros colonizadores de la ciudad –legionarios que habían combatido en las guerras cántabras y esclavos que lograron la libertad, entre otros– se encuentra ahora el argentino Javier Bonomi, que dirige Fedelatina, la Federación de Entidades Latinas de Cataluña.

Tiene el local en Nou de Sant Francesc, a cuatro pasos de la Rambla, frontera del Gòtic con el Raval. Su sede es espacio para activistas de todo tipo, y para gestionar trámites para sudamericanos que los precisen. Lleva 12 años allí y dice que las cosas no han cambiado mucho: «Las pocas tiendas del barrio que quedaban han sido sustituidas por tiendas de comida rápida, de arreglo de uñas o de alquiler de bicicletas».

En el local de Fedelatina estaban el lunes  Jorge y Alejandra, voluntarios que coordinan Rumba a tu son, un programa de sensibilización de jóvenes de origen sudamericano en las puertas de las discotecas sobre sexualidad, consumo de alcohol y drogas. También estaba Luis Fernando, colombiano que huyó de su país porque le extorsionaban. Quiere lograr el asilo. Y también estaba Marianela Peña, cubana y responsable de La huella catalana, que ahonda en los vínculos entre Catalunya y Suramérica.

Un lugareño reserva huevos en mal estado para tirarlos a las terrazas de los pisos turísticos si hacen ruido

Bonomi nos lleva hasta la cercana calle de Escudellers, donde dos vecinos del barrio llevan un restaurante. Son los paquistanís Ahmed, de 42 años, 15 en el Gòtic, y Amjid, 40 años, la mitad de ellos en el barrio. Ahora viene menos gente, afirma Ahmed: «Los robos son más violentos, lo hacen menores». Mientras habla, un joven entra en el lavabo. «Es uno de ellos», dice. Uno de los que ya ha pasado por la cárcel. «Los catalanes que vivían aquí se fueron del 2003 al 2007 por los precios», precisa Amjid. «La gente no se va por los robos. Se va porque el barrio es caro. Robos ha habido siempre», remacha. Amjid lo dice como si hablara de una ciudad lejana: «Para comprar tengo que ir al Raval. Esto es carísimo».

César y las bicicletas

César, el jugador de béisbol de los huevos podridos, trabaja en una tienda de bicicletas muy cerca de Fedelatina. Pese a sus huevos, cree que no es coherente culpar a los turistas: «La frase no es ‘turistas go home’. Todos somos turistas. La causa de todo es el sistema. El sistema me ha quitado el barrio. Me ha dejado sin comercio de proximidad». César ha vivido siempre en el Gòtic excepto de los 10 a los 20 años, cuando residió en Girona.

Sostiene que vive tranquilo porque su vivienda da al interior y es capaz de acotar la distinta tipología delincuencial del barrio: «Está el que vende latas, el que vende droga, menos hachís y maría, que los venden en los clubs cannábicos. Está el que roba móviles. El que roba relojes de lujo. El que roba equipajes. El que tira burundanga a la gente mayor para robarla: les anula su voluntad». Apenas hay una tienda que no esté enfocada al turismo y el lugar más amable para comer un menú de mediodía es un café irlandés. Es frecuente ver a turistas desorientados esperando a un enlace que los lleva a un piso turístico ilegal.

Contra la situación general del Gòtic cabe ser optimista o abrazar la coherencia resignada de César: «Esto no va a cambiar. No habrá más zonas verdes. Vendrá más gente. Cada uno debe decidir dónde quiere vivir. El sistema es la causa de todo esto».

Más camas para turistas que para vecinos

En el barrio Gòtic hay 6.500 viviendas. Aunque es difícil detallarlo, existe un consenso sobre el hecho de que <strong>en el barrio hay más camas para turistas que para vecinos, si se suman las de los hoteles con las de los pisos turísticos</strong>. Agustín Cócola, doctor en Geografía Humana por la Universidad de Cardiff, aseguró tres años atrás en un estudio que la cifra de pisos turísticos era de 2.300, más del tercio del total. <a href="https://www.elperiodico.com/es/barcelona/20180715/asi-viven-ultimos-vecinos-barrio-gotic-barcelona-6941355">Recogió testimonios de vecinos que explicaron que no tienen bancos donde sentarse</a>, que apenas pueden ir por las calles con la compra o con niños, por  falta de espacio.Que el 80% de los vecinos tiene problemas para dormir por culpa del ruido.