BARCELONEANDO
Las desgracias nunca vienen solas
Ramón de España
Periodista
Ramón de España
Nunca me había sucedido algo igual: el pasado miércoles comentaba por teléfono con el escritor Jaime Rosal el reciente fallecimiento de un amigo común, Luis Vigil, erudito de la cultura popular en general y de la ciencia ficción en particular, y el viernes me enteraba de la súbita muerte de Jaime. El hecho de que los difuntos fuesen íntimos amigos desde la juventud acababa de redondear el tono siniestro de la situación.
Inevitablemente, me retrotraje a mis 16 o 17 años, a la tarde en que me interné en el Barri Gòtic para visitar la redacción de la revista 'Nueva Dimensión', que Vigil, Rosal y otros iluminados habían fundado en 1969 (tenía formato de libro, incluía un montón de relatos breves en cada número y se vendía lo suficiente para llegar a fin de mes). Llevaba yo bajo el brazo -bueno, en el bolsillo del abrigo- un par de cuentos que había pergeñado y con los que pretendía iniciar una carrera como escritor de literatura fantástica.
Encuentros así alegraban mucho la vida del adolescente
friki del tardofranquismo
En vez de tirarme escaleras abajo, Vigil me recibió amablemente y me dejó en manos de otro miembro de la banda, Carlo Frabetti, que me dio mucha conversación y me presentó a su novia, una rubia con 'shorts' y abrigo de piel que era la primera 'femme fatale' que yo veía fuera de la pantalla de un cine. Salí de allí de lo más contento, pensando en esa carrera literaria que al final acabó tomando un rumbo que nada tenía que ver con el de la ciencia ficción. Esos encuentros le alegraban mucho la vida al adolescente friki del tardofranquismo; sobre todo, porque eran escasos.
A Rosal lo conocí a finales de los 70, cuando colaboraba en la revista 'Star'. El escritor era amigo del director, Juan José Fernández, quien se había pateado Europa, en distintos viajes, tanto con él como con Vigil. Jaime dirigía la colección 'Star Books', donde apareció por primera vez el mítico 'Miedo y asco en Las Vegas', de Hunter S. Thompson, y los fascinantes 'The basketball diaries', de Jim Carroll. En aquellos tiempos, Jaime era un devoto de la 'beat generation', aunque acabó sus días editando a pensadores franceses del XVIII en un pequeño sello.
Trabajos dispares
Tanto Vigil como Rosal desempeñaron trabajos que, en principio, no tenían nada que ver con sus manías personales: Jaime editó revistas de vídeo, de ordenadores y de videojuegos; Luis llegó a dirigir 'Playboy', donde pasó una etapa con traje y corbata a instancias del editor José Ilario (lo suyo era el desaliño indumentario y el pelo revuelto y la barba poblada, lo que le confería un aspecto a medio camino entre Karl Marx y Allen Ginsberg).
Jaime acabó retirándose al Empordà, entre 'estelades' que le irritaban profundamente, y a Luis me lo crucé mucho cuando, ya jubilado, se puso a echar una mano en la editorial de cómics de Joan Navarro mientras empresa y amigo se encaminaban hacia la ruina. Trabajaba sin cobrar como un estajanovista. Con un escritorio y una silla, ya se apañaba. Consiguió editar un libro-homenaje a 'Nueva Dimensión' y un par de álbumes sobre gloriosas antiguallas de la ciencia ficción española antes de que EDT (Editores de Tebeos) se hundiera.
Nunca fueron famosos, pero
hicieron las cosas a su manera y fueron importantes para unos cuantos
La muerte de Vigil no me cogió por sorpresa, pues los amigos sabíamos que llevaba cinco años combatiendo un cáncer y se acercaba a los 80. Lo de Rosal fue un palo imprevisto: a sus 74 años, estaba hecho un potro y era de las pocas personas que he conocido que parecía disfrutar realmente de sus últimos años de estancia en este planeta purulento.
Ni Vigil ni Rosal fueron nunca famosos fuera de un selecto círculo de 'connaiseurs' que apreciaban los relatos y novelas del segundo y la afable erudición del primero. Como Frank Sinatra, hicieron las cosas a su manera y fueron importantes para unos cuantos, que es lo fundamental durante los años que nos tiramos en este valle de lágrimas y de algunas risas (ellos se reían bastante, y tú con ellos). No sé qué habrá sido de Frabetti ni de su impresionante novia de la época, pero siempre recordaré la sensación de euforia con la que abandoné la redacción de 'Nueva Dimensión' a principios de los 70, cuando en Barcelona había unos cuantos tíos mayores que yo que me marcaban el camino a seguir.
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