EXPOSICIÓN EN EL MUSEU BLAU

'Micos', una monada, recala en Barcelona

Andrew Kitchener ha esperado durante 20 años que la Parca visitara en los zoos a lo más selecto de la gran familia primate para programar una exitosa muestra de gira por los dos hemisferios

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Carles Cols

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Pronto es Navidad, tiempo de reencuentro con la familia. Y oportuno, como siempre, el Museu Blau ha invitado a la ciudad a nuestra parentela, los primates. Abre sus puertas hasta el 26 de abril ‘Micos, una historia de primates’, exposición nómada que ya ha sido aplaudida en Escocia, Bélgica y Australia, y que ahora llega a Barcelona para sorprender. No es una muestra al uso. Durante casi 20 pacientes años, el comisario de ‘Micos’, Andrew Kitchener, estuvo a la espera de que en los zoos europeos fallecieran, siempre por causas naturales, hasta una sesentena de familiares lejanos del único bípedo de la familia, nosotros, y juntarlos para una foto única.

Ya no se dice disecar,  ahora es naturalizar, pero esta ciudad tuvo hasta el 2008 un taxidermista municipal

Murió tío ‘Alouatta palliata’, capaz de aullar a 90 decibelios. También la sobrina ‘Saimiri sciureus’, curioso ejemplar de mono ardilla en el que solo las hembras distinguen el color rojo y así se zampan siempre las frutas más maduras. Pereció ‘Colobus’, al que en una cena habría que sentar bien lejos de la biblioteca, pues es una rareza animal capaz de digerir la celulosa sin ni una mala digestión. No hay que olvidarse, si de cena se trata, del tití de Goeldi, con una dieta casi exclusivamente a base de setas. Qué decir del abuelo macaco de Sulawesi si no es que se aparten los menores, pues sus órganos sexuales cambian de color cuando quiere mambo. Los primates son un mundo fascinante. También preocupante. La mitad de las 500 especies conocidas están en peligro de extinción.

Sí, están disecados. Parece que lo políticamente correcto ahora es decir naturalizados, palabra que ofende menos a quien se ofende ante el oceánico campo artesanal de la taxidermia. Hasta el año 2008, Barcelona tenía estupendamente bien cubierta la plaza de taxidermista municipal, encargado de asegurar un puesto en la eternidad a las viejas glorias del zoo. Era Salvador Filella. El suyo es un historión par recordar. Comenzó con el tallaje de humanos en la sastrería Gales, pasó por la ‘universidad’ local del disecado, la mítica Soler i Pujol de la plaza Reial, y alcanzó el cénit de su carrera en el parque de la Ciutadella, con un trabajo exigente, que es lo mínimo que se puede decir cuando uno tiene en la mesa de trabajo un hipopótamo recién fallecido.

'Micos' es magnífica por cómo exhibe, pero también por el enciclopédico relato que la acompaña

En ‘Micos’, la mano artista ha sido la Steve Toher, que ha trabajado estrechamente con los Museos Nacionales de Escocia para lograr el efecto deseado, que no es otro que retratar la extremadamente rica variabilidad de aptitudes que se desencadenaron a partir del que se supone que es el tatarabuelo común de todos los primates, un minúsculo animal con aire de lemur que vivió hace unos 40 millones de años y que cuando sus restos fósiles fueron descubiertos fue bautizado con el nombre de ‘Asapis parisiensis’.

La descendencia de aquel especimen ha dado pie una familia insólita, en la que los lazos de sangre son capaces de unir desde un lemur que solo pesa 30 gramos hasta un gorila que supera los 200 kilos de músculo, huesos y mirada intimidatoria. Ambos comparten la vitrina que da acceso a la exposición, pero antes de llegar a ella merece la pena reparar en la guinda que para la ocasión ha sacado el Museu Blau de sus almacenes, nada menos que Urko, el primogénito de Copito, el más apolíneo de los gorilas que han habitado en la ciudad, eclipsado tal vez por la fama de su padre, pero todo un canon de belleza si este fuera algún día el planeta de los simios. Toca obviar que falleció por las derivadas de un problema de atrofia testicular. Eso no se aprecia en su estupenda taxidermia.

Tampoco se aprecia (otra lástima) quién fue Yusuf, el mono de Gibraltar procedente del Zoo de Brístol maravillosamente naturalizado por Toher, el Ambrose Chapel de 'Micos', que tiene su pasado. Nació y murió en cautividad, sí, pero durante unos días de su vida consumó un plan de fuga y saboreó la libertad. Tiene su gracia porque tal vez fue el único mono libre de las islas británicas desde antes de la última glaciación, que se dice pronto.

Vidas licenciosas

Las exposiciones deberían medirse también por el calado de su relato, por la profundidad de su información. ‘Micos’, en este sentido, es enciclopédica y es de agradecer. El éxito evolutivo de los primates es de traca y por eso merecen la pena los precisos paneles informativos de cada pieza en exhibición. De los vervet, sin piedra Rosetta ni nada similar, los biólogos han sido capaces de identificar su protolenguaje para casos de emergencia, porque no dicen lo mismo si el ataque es por tierra (una serpiente, por ejemplo) que por aire (un águila). Avisan al resto del grupo de qué hay que hacer, si trepar a un árbol o buscar cobijo entre las rocas.

La ciencia está a la que salta. De otras especies de la que se presumía hasta ahora una fiel y eterna relación monógama se ha rastreado su ADN para, ¡oh sorpresa!, descubrir de repente que esconden una vida tan licenciosa como la de las amistades peligrosas.

‘Micos’ es, ha quedado claro, una exposición potente. También sincera. En la gran familia primate hay un impresentable macho alfa que amenaza el futuro del resto. Nosotros. Somos una especie capaz de cazar al pobre ‘Nasalis narvatus’, el mono narigudo popularizado por Hergé en ‘Vuelo 714 para Sidney’, por unas calcificaciones que se forman en sus intestinos y que se consideran formidables para medicinas alternativas absurdas. De ‘Micos’ se sale más sabio. También triste.