BARCELONEANDO

Al cielo se llega desde la cripta

La Sagrada Família acogerá un órgano romántico del siglo XIX con la firma del prestigioso Cavaillé Coll

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Natàlia Farré

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Al francés Aristide Cavaillé Coll (1811-1899) se le considera el Stradivarius de los órganos. De su taller salieron 700 preciados tesoros instrumentales, y solo uno de ellos tuvo como destino Catalunya, y eso que su madre, Francesca Coll, era de Sabadell. La pieza en cuestión –"una joya", según unos; "el mejor órgano romántico", según otros– es patrimonio de la congregación del Sagrat Cor de Jesús, unas monjas que llegaron a la ciudad en 1846 y se instalaron primero en Sarrià para luego bajar al Eixample. En 1890 compraron el edificio de la calle de Diputació que había sido taller de ebanistería, metalurgia y fundición de Francesc Vidal, uno de los artistas más reconocidos de la Barcelona decimonónica. A Enric Sagnier, el arquitecto más valorado por la élite catalana del momento, le encargaron levantar una capilla en el inmueble adquirido y al mejor de los organeros, el susodicho Cavaillé Coll, la realización de un instrumento para la capilla.

El citado órgano fue uno de los pocos que sobrevivió a la quema de iglesias y conventos de julio de 1936. No tuvo la misma suerte el que sonaba en la cripta de la Sagrada Família. De él no quedó ni rastro y desde entonces que en el espacio suena un órgano electrónico, es decir, uno que no puede presumir ni de un solo tubo. Problema. Los que entienden del tema, lo tienen claro: la prestancia, el carácter y la elevación celestial es patrimonio del sonido que sale de un órgano de tubos. El rey de los instrumentos, a juicio de Mozart. Pues bien, en poco menos de un año, en octubre del 2020, la cripta del templo expiatorio prescindirá del actual instrumento para volver a lucir uno 'comme il faut': con 548 tubos, que no será otro que el que salió del taller de Cavaillé Coll, en 1896, por encargo de la congregación del Sagrat Cor.     

Donación del Sagrat Cor

En la basílica no dudan en otorgar a la providencia la suerte del traslado de domicilio del instrumento. No en vano Antoni Gaudí afirmaba que todo en la Sagrada Família era providencial. Ahora la providencia se  explica por la difícil coincidencia de medidas: las del cavaillé coll encajan a la perfección con las de la capilla –la de San Joaquín y Santa Ana– donde hay que situar el instrumento (y donde se ubicaba el destruido en la guerra). Y no solo eso, también ven un acto providencial en el hecho de que las religiosas propietarias del órgano hayan dejado de utilizarlo y hayan decidido donarlo para "poner al alcance de todo el mundo un órgano construido para acompañar el culto". Palabra de Margarida Bofarull, representante de la congregación.

Pero para llegar a la comunión perfecta, la pieza necesita una restauración. Restauración que llevará a cabo Albert Blancafort, maestro organero que en su haber tiene, entre otros, el órgano del Palau Güell y el del presbiterio de la Sagrada Família. Desmontar el instrumento y dejarlo como lo pensó su autor requiere el trabajo de casi un año y un coste de 150.000 euros, montante que la basílica espera reunir con un programa de apadrinamiento: un tubo flauta, 50 euros; un tubo trompeta, 150 euros; uno de los grandes, 500 euros, y para los de la fachada, 1.000 euros. A cambio los mecenas recibirán beneficio espiritual: expiar los pecados a partir de las aportaciones económicas (de ahí lo de templo expiatorio) y  beneficio material en forma de placa con nombre e invitación al concierto inaugural. 'Pas mal' para unos recitales que atraen cada vez a más público y para una ciudad que aspira al título de capital organista del sur de Europa.

Anhelada capitalidad

El anhelo de capitalidad no es exagerado, Barcelona ya fue plaza organística antes del 36, y vivió un momento revolucionario en vida de Gaudí, cuando por la ciudad no solo se paseaban los intérpretes más renombrados, como Albert Schweitzer y Charles Camille Saint-Saëns, sino que se construían órganos imponentes, como el que  se fabricó, en 1888, para el Palau de Belles Arts y el que se realizó para el Palau Nacional, en 1929, pieza que aún existe pero no funciona, y pasa por ser una de los más grandes del mundo.

La tradición y los órganos se van recuperando, y los conciertos llenando. Los últimos en inaugurar han sido los de las iglesias de la Mercè, Sant Vicenç de Sarrià y Sant Just i Pastor. El próximo: el de la Sagrada familia. "Una joya engarzada en un gran joyero", asegura su rector.