REALIDADES INVISIBLES EN EL CORAZÓN DE LA CIUDAD
Mayores, migrantes, solas y en la calle
América habla flojito y dulce, y sonríe agradecida. Dejó atrás Bolivia en el 2006, cumplidos los 50, con un contrato de trabajo en Lleida, de canguro. De allí pasó a Castelldefels, de allí de nuevo a Lleida y a un pueblito "un poco más adentro que Vic" después. Siempre de cuidadora. Siempre interna. Muchas veces con contratos que nada tenían que ver con sus jornadas reales, sin fin. Tras cuatro años de pueblo en pueblo, de casa a casa, llegó a Barcelona en el 2010 y entró en una orden religiosa con la voluntad de quedarse allí para siempre; "pero no todo el mundo es bueno" -resume- y en el 2016 se vio con 65 años y en la calle. Hoy tiene 68 y busca, necesita, trabajo. "Me cuesta mucho; me dicen que ya estoy para jubilarme...", cuenta la mujer, quien conoció a Alma a través de una amiga que trabajaba en una peluquería en la calle de Sant Pau. "Me dijo que viniera para acá -prosigue-, que me podían ayudar con mis papeles; quería tramitar la nacionalidad y la pensión no contributiva". Una vez allí, aquí, se quedó. Esta amiga común la había acogido en su piso, y "con unos ahorrillos que tenía del último trabajo" le iba pagando 100 euros al mes, "pero como no me salían trabajos ya le pedí a Alma si podía quedarme aquí, y ya me vine con mis cositas".
Este aquí es La Caracola Migrante, la vieja sede de Edicions 62 en la calle de Agustí Duran i Sanpere, en el corazón del Raval, que en los últimos tiempos se había convertido en un enorme narcopiso, para pesadilla de los vecinos; y Alma es una militante del Espacio del Inmigrante, colectivo tras la última okupación del edificio, que expulsó a los narcos y ha impulsado en el lugar un refugio para Mujeres Migrantes. "Convertimos un espacio de muerte en un espacio de vida", reivindica Alma. La idea inicial era ofrecer "un espacio seguro a migrantes víctimas de violencia machista, pero la realidad es caprichosa e hizo que nos encontráramos con esta otra realidad invisible de las mayores y solitas", explica la activista. Mujeres como América, quien, tras toda una vida cuidando de los demás, y seis años en un convento, lo último que se hubiera imaginado era "acabar de okupa". "Este proyecto es muy bonito, nos ayudamos entre nosotras y tenemos ideas para intentar auto ocuparnos", prosigue América.
Mientras hablan, bajo sus pies se pasea Monina, la gata de Virginia, otra de las integrantes del proyecto. "Me llamo Leocadia Vi, Vi de Virginia", se presenta la tercera mujer. De fondo, se escuchan los niños jugando en el patio del Milà i Fontanals, en la acera de enfrente. Esta dominicana de 65 años con nombre de reina -Leocadia quinta- a la que todos llaman 'mami Virginia', es la segunda de 14 hermanos. Como América, es migrante, mayor, pobre y está sola. También igual que América trabajó durante años cuidando. Pese a todo lo que las une -además de su convencida militancia en este nuevo espacio de oportunidades- no pueden ser más distintas.
Lo último que imaginaba América cuando entró en la orden es que acabaría convertida en okupa a los 68
Expulsada por los narcos
Virginia habla en un tono mucho más alto y alegre. Se casó dos veces. Enviudó hace casi un año. "Antes de la crisis nos iba todo bien, mi marido trabajaba de gruista y tenía mucho trabajo", recuerda. Pero la depresión económica se lo llevó todo por delante. Perdieron el piso. Pasaron un tiempo viviendo el el taller de costura que tenían en la avenida de Mistral, del que también tuvieron que marcharse. "Un amigo nos abrió un piso en Príncep de Viana, donde estuvimos cinco años, pero todo el bloque estaba okupado por los narcos, que querían también la parte de abajo, donde estábamos y nos hicieron la vida imposible. Manipularon las tuberías y se me llenó el piso de aguas fecales, hasta que se hizo imposible vivir allí. Vinieron de los servicios sociales y me sacaron de allí. Me llevaron a un hotel dos días a mí y a mi gata. Desde entonces me están buscando un piso de protección, pero de momento nada", señala. Buscó en aquel momento una habitación con unos paisanos, "pero no me respetaban nada". "Hablé con Alma y aquí estoy", concluye.
Además de ser hogar y refugio para estas mujeres, han habilitado en el espacio una 'guardería rebelde', donde cuidar a los hijos de otras mujeres vulnerables y exploran vías de autoocupación. Piden a ayuntamiento y Generalitat que medien para evitar el desalojo de la nave, que comparten con el Sindicato Mantero y el Sindicat de l'Habitatge del Raval. Tienen una orden judicial para este jueves.
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