PRIMERAS CLASES EN KAMANAR

La arquitectura barcelonesa alumbra en Senegal una escuela gaudiniana

El proyecto solidario del estudio DAW alcanza su meta con el estreno del colegio que, de inmediato, se convierte en un icono turístico local

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Carles Cols

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Sin fuegos artificiales y sin presumir (ingredientes de los que se abusa en tantas y tantas inauguraciones oficiales de mucho menos calado), un grupo de entusiastas barceloneses ha estrenado este pasado octubre la escuela arquitectónica y socialmente más hermosa de Barcelona. Merece la pena visitarla, lo que, eso sí, requiere salvar un notable obstáculo. Está a 3.400 kilómetros de distancia, en Casamanza, la región más inaccesible de Senegal, donde la colonización francesa no dejó ningún muro en pie reseñable. Las clases en el centro de educación secundaria CEM Kamanar comenzaron en octubre y, lo que son las cosas, también las primeras visitas turísticas al lugar, porque arquitectónicamente aquello es lo nunca visto en esas latitudes, 22 imponentes aulas levantadas con la técnica de la ‘volta catalana’, casi gaudinianas. Una escuela de Barcelona, en Senegal.

Tras este proyecto ejemplar no está ninguna agencia de cooperación, sino tipos entusiastas como Lluís Morón y David Garcia

De la existencia de este proyecto ya se dio cuenta en estas páginas en marzo del 2017, no solo porque los trabajos avanzaban a buen paso, sino porque la silueta de aquellas aulas ya anunciaba que esta iba a ser una escuela muy especial. Lo común en planes de cooperación internacional suele ser el uso de arquitecturas de emergencia, hormigón y chapa, o sea, edificios feos y a menudo escasamente funcionales. Lluís Morón, diseñador gráfico con mucha mili, y el arquitecto David Garcia, del estudio DAW, ambos a la cabeza de un equipo por supuesto mucho más amplio, decidieron romper con esa amarga tradición y propusieron a las autoridades locales de Thionck-Essyl levantar una escuela cuya propia fase de construcción ya sería toda una lección magistral, al menos para quienes en ella trabajaran.

La esencia del proyecto es una maravilla. Montaron una cimbra de madera, es decir, un molde con el que levantar un arco de seis metros de altura, seis de anchura y 10 de profundidad. Los ladrillos se cocinaban con una mezcla de tierra de la misma finca, con solo un 7% de hormigón. A Eno, el jefe de obras local con el que contactaron para que reuniera un equipo de trabajo, aquello, sobre el papel, le pareció una locura. Cuando se retiró la cimbra y el edificio se mantuvo sólidamente en pie, se le iluminó la cara. Actualmente es un maestro en la materia.

En aquel rincón de Senegal, la Francia colonizadora no levantó ni una pared digna de reseñar. Por eso esta escuela deslumbra

En total se han levantado 22 aulas, indispensables para desatascar un cuello de botella muy perjudicial para la región. Las escuelas de primaria de la zona dan cabida a unos 2.500 alumnos. Las de secundaria, hasta ahora, solo permitían continuar los estudios de secundaria a unos 1.000 adolescentes. Con estas cifras, aquello era una factoría de emigrantes o jóvenes sin un futuro claro en la región. Un par de días antes de la inauguración, una niña de unos 11 años se acercó a Garcia, un arquitecto con notable currículum en Barcelona, autor de la reciente y respetuosa restauración de la Casa Vicens, obra iniciática de Gaudí. “¿Esta escuela es tuya?”, preguntó la niña. “No, es tuya”, le respondió. No hay mejor resumen de lo ocurrido en Thionck-Essyl estos últimos cinco años. Todo comenzó, por cierto, de un modo que apetece recordar. Una de las profesionales del estudio Daw, Aina Tugores, regresaba de vacaciones cada año con las pilas más que cargadas. Irradiaba alegría. Claro, le preguntaron cuál era su secreto. Iba de cooperante a esa región de Senegal y se contagiaba de la alegría de vivir que allí encontraba. Fue así como nació el proyecto de la escuela.

A la escuela le quedan detalles por pulir. El campo de fútbol, que lo habrá, será la próxima y última fase. Pero las aulas ya funcionan. Orientadas de norte a sur, para que la luz del sol no invada de forma directa el interior, son, como ya se anunció en un principio, como botijos, refrigeración natural al 100%. El pavimento de cada clase, en un detalle que redobla ese aire gaudiniano de todo el conjunto, es literalmente un ‘trencadís’, pero no por capricho arquitectónico, sino porque en ese propósito de economizar con lo mejor que se tiene a mano, el suelo es un mosaico de piezas cerámicas rotas de vertedero.

Puente aéreo de extraescolares

Este año, los alumnos, unos 250, son mayoritariamente de ‘sixième’, el equivalente al primer curso de la ESO en España. En Senegal, los años académicos son como una cuenta atrás, ‘cinquème’, ‘quatrième’…, y así hasta el despegue final, el primer curso, el final del bachillerato.

Decir que la CEM Kamanar es una escuela barcelonesa en África parecerá un exceso, pero hay un detalle aún no contado que permite sostener con más razones tal afirmación. A principios del 2020, con el curso escolar en marcha, está previsto que den comienzo en cuatro aulas centrales las actividades extraescolares, para las que Morón, Garcia y compañía tienen previsto una suerte de puente aéreo intercontinental en el que viajarán desde Barcelona profesores de distintas materias. El ilustrador Javirroyo, por ejemplo, ya ha pedido que cuenten con él para las extraescolares de formación artística. Las habrá también de oficios (mecánica, fontanería, carpintería…), de cuestiones sanitarias, con cursos de educación sexual, y la más llamativa de todas, de alimentación, donde ya se ha explorado el terreno con algunas madres de la escuela. Las técnicas de conservación de alimentos no tienen mucha predica en el trópico. En época de maduración, los campos pueden quedar alfombrados de mangos sin que se dé salida a esos excesos de producción que en otros momentos del año podría ser conveniente recuperar. Así es en el fondo el CEM Kamanar, una escuela digna de ser bien conservada.