MOVILIZACIONES CIUDADANAS

La Barcelona acampada

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Carlos Márquez Daniel

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No es la primera y muy probablemente no será la última. La acampada de estos días en el entorno de la plaza de la Universitat es la expresión de un desencanto, el grito de una generación de puntas redondeadas que no encaja en un puzle de ángulos rectos. Es un pulso a un sistema del que se sienten excluidos. Y por eso se plantan en plena calle, en las plazas, en los parterres, en el asfalto; porque en el estorbo y la resistencia creen ver la oportunidad que la realidad les niega. No es la primera porque ya sucedió en 1994 con la lucha a favor del 0,7% solidario, o en el 2003 contra la guerra de Irak, o en el 2011 con el movimiento de los indignados del 15-M. O incluso en julio del 2018, con la revuelta del taxi. También ha habido acampadas en el Palau Sant Jordi en los días previos a los conciertos de Justin Biever (2013) o Take That (2007), pero ese es otro tipo de fenómeno social. Aquí se abordará la tienda de campaña como palanca de cambio. Así fue la Barcelona que durmió en la calle, con sus similitudes y sus lecciones. 

1994: Norte y sur

En octubre de 1994, un grupo de personas vinculadas a la universidad se reunió para debatir posibles acciones en favor de una mayor inversión pública en países en vías de desarrollo. Todo se resumía en un porcentaje, el 0,7% del producto interior bruto (era la recomendación de la ONU), porque como cualquier causa, era necesario un titular, un lema, un estandarte. Pero era mucho más: se trataba de abrir una profunda reflexión sobre la relación entre el norte y el sur, entre ricos y pobres, con vocación, precisamente, de cambiar ese orden mundial. Madrid ya tenía una acampada en marcha, y en aquel encuentro se dijo que si salían 20 tiendas, la cosa tiraba adelante. Se apuntaron 60 y el 12 de noviembre ocuparon las dos parcelas de hierba que flanquean la entrada del Palau Reial de Pedralbes. Llegaron a ser más de 1.000 tiendas repartidas por toda la Diagonal, con el mérito añadido de que aquí no había redes sociales, ni Telegram ni ningún apoyo digital que ayudara a amplificar la movilización. Sucedió a la antigua: gracias al boca oreja y a la difusión en los medios de comunicación. Quizás por eso no fue una acampada estrictamente juvenil, con durmientes de todas las edades, incluso algún que otro pensionista.  

Se quedaron en la avenida hasta el 18 de diciembre, cuando un grupo de irreductibles decidió trasladar la queja a las entrañas de la política catalana, a Sant Jaume. La madrugada del 22 al 23, la Guardia Urbana y los Mossos los corrieron a palos. Destrozaron tiendas y sacos de dormir, y la acampada por el 0,7% terminó así, de malas maneras. Algunos de ellos, varias decenas, se quedaron durmiendo al raso hasta el día de Navidad, junto al pesebre que cada año instala el ayuntamiento. El 25 de diciembre pusieron fin a la primera acampada reivindicativa de la historia reciente de Barcelona con una jornada de ayuno. Era un modo de recordar que mucha gente vive así: sin casa y sin comida.

2003: 'no' a la guerra

El 15 de febrero del 2003, cientos de ciudades de todo el mundo salieron a la calle contra la intervención de Estados Unidos en Irak. En España, con José María Aznar bebiendo los vientos por George Bush, con aquella foto en las Azores junto al 'premier' británico Tony Blair, el ánimo estaba calentito. El 'no' a la guerra, simbolizado por una bomba aérea tachada dentro de un círculo, también se escuchó con fuerza en Barcelona, con un millón de almas en el Eixample. La espectacular foto que acompaña estas líneas, obra de Albert Bertran, da buena cuenta de ello. "La gente es mejor que sus líderes", escribía al día siguiente Antonio Franco, director de El Periódico, en su artículo de opinión. Aquello fue la chispa de una acampada que arrancó en Pla de Palau el 20 de marzo del 2003 con apenas una quincena de tiendas. Sucedió cuatro días después de aquella instantánea del presidente del Gobierno junto al jefe del mundo moderno, con ese brazo paternalista sobre el hombro del líder del PP que tantas y tan avispadas lecturas generó.

Pocos días después, el campamento cogió también músculo en Francesc Macià, en el albor del pudiente Turó Park. Y aquí ya jugó un papel relevante internet, sobre todo a través de foros y listas de correo 'on line'. Ahí se instalaron, entre otros, una joven de 17 años que respondía al nombre de Fiona y que aseguraba acampar a espaldas de su padre. La prudencia no era gratuita, pues hablamos del entonces eurodiputado del PP Alejo Vidal-Quadras. El 30 de abril, la protesta mudó su piel al trasladarse al campus universitario de la Diagonal, concretamente, a un aparcamiento de tierra, duro, incómodo, alejado de los servicios. La acampada de Pla de Palau ya había plegado velas una semana antes, y otra en Sant Jaume fue desalojada por la policía la madrugada del martes 15 de abril. Curiosa la alergia que han generado siempre las tiendas tan cerca de las sede del consistorio y el Govern. Hubo un intento de acampada en plaza de Catalunya el día de Sant Jordi, pero fue abortado.

La mudanza hacia aquel lugar escondido tras las facultades fue la crónica de una muerte anunciada. Ya en sus últimos coletazos en Francesc Macià, la protesta había empezado a degenerar. Bagdad había caído y a la plaza empezaron a llegar grupos antisistema radicales. "Es un espacio público y no podemos prohibir la entrada a nadie", aseguraba una de las veteranas del lugar. Hubo peleas y la suciedad empezó a acumularse. Aquello perdió la esencia. Se marcharon. Tras los edificios de la Universitat de Barcelona apenas aguantaron unos días. 

2011: Democracia real ya

La crisis empezaba a golpear con fuerza. En el 2010 se produjo un tijeretazo importante en el bolsillo de pensionistas y funcionarios. Y a principios del 2011 dio comienzo la primavera árabe, el despertar acordeónico de un puñado de países africanos que empezaron a decir 'basta' a régimenes autoritarios con una pátina de democracia. Así, con un poso cargado de argumentos, se llegó al 15 de mayo del 2011, día en el que medio centenar de ciudades salieron a la calle bajo el lema 'democracia real ya, no somos mercancía en manos de políticos y banqueros'. Aquel domingo, un grupo de unas 40 personas decidió acampar en la madrileña Puerta del Sol. Fueron desalojados por la policía, que había tenido una larga noche de disturbios. Tres días después, tras varios intentos, el campamento se hacía perenne. Según cifras oficiales, a la semana ya eran cerca de 25.000 los inquilinos en la plaza de las campanadas. 

Barcelona siguió la estela de Madrid y el mismo lunes 16 ya tenía un 15-M montado en la plaza de Catalunya. Se les unirían Cáceres, Valencia, Lleida, Palma de Mallorca... La junta electoral (el domingo 22 de mayo estaban convocadas elecciones municipales y autonómicas en 13 regiones) intentó hacer valer su ley para que las tiendas fueran levantadas. No lo consiguió. En el caso de la capital catalana, el 27 de mayo se produjo un desalojo que desembocó en una desproporcionada intervención policial por parte de los Mossos d'Esquadra. Se actuó tarde, con pocos efectivos y durante demasiado tiempo. Dejaron 120 heridos y muy tocada la imagen del 'conseller' de Interior, Felip Puig, que, como suele suceder, cerró filas a favor del operativo. Lejos de apagar la llama del 15-M, aquella intervención alimentó más todavía a los indignados, que volvieron a la plaza.

Aquella fue la primera manifestación de malestar de una generación con toda la pinta de ser la primera en democracia que viva peor que la anterior. Por eso decidieron hacer política en los márgenes del sistema. Podemos se había fundado un año antes, pero a partir del 15-M pasó de la categoría de experimento a la de realidad consolidad. Ha sido sin duda la acampada que mayor estela ha dejado en la sociedad, pero, como las anteriores, tampoco tuvo un final cómodo. La de Madrid doblaba tiendas el 12 de junio, pero la de Barcelona se enrocaba con un grupúsculo del que los organizadores se desmarcaron por completo. No se marcharon hasta la noche el 29 de junio, ante la atenta mirada de los Mossos, que no tuvieron que desenfundar la porra. Reparar la plaza, tras 45 días de campamento, costó a la ciudad casi 250.000 euros.

La acampada de Universitat arrancó el 30 de octubre. Es de largo la más trasversal de todas. Al desencanto por la sentencia del juicio 'procés' se une de nuevo el vacío social de una juventud que no ve un porvenir claro, pero también se le suma la inquietud por la crisis climática, el problema del acceso a la vivienda o la igualdad de género. Como todas, ha empezado con unidad y esperanza. Imposible predecir su final, pero no hay duda de que el 0,7%, Irak y el 15-M han dejado algunas lecciones, como que todas fueron un toque de atención más o menos sonoro a los políticos, que la policía no se anda con chiquitas y que en invierno suele hacer mucho frío.