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Joker contra el Zoo de Barcelona

En el emocional debate sobre el futuro del zoológico de la ciudad, la Facultad de Veterinaria sale de la osera y reclama rigor científico

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Carles Cols

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Tras cuatro años de hibernación, que no son pocos, el mundo académico, no a título individual, sino como institución, ha salido por fin de la osera para poner algo de sentido común científico en el emocional debate sobre el zoo de Barcelona. La Facultad de Veterinaria de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) acaba de celebrar unas jornadas internacionales sobre el uso y manejo de los parques zoológicos entrado ya el siglo XXI, este en el que los grupos animalistas han estado a un tris de echar el cierre al de Barcelona. No lo lograron, pero el pleno del ayuntamiento aprobó, en el último minuto del anterior mandato un plan estratégico sobre el futuro del zoo barcelonés que, como mínimo, chirría visto y oído el debate de la facultad de veterinaria, con un auditorio, por cierto, lleno a rebosar.

Las jornadas de la UAB han puesto sobre la mesa argumentos que se echaron en falta en los debates del ayuntamiento

En las próximas líneas se hablará del más desdichado de los cetáceos, la vaquita marina, del Espartaco de los lemures, el indri, y hasta de Joaquin Phoenix, porque quienes crean que ‘Joker’ es su trabajo más aterrador y tenebroso andan muy equivocados. Quedan advertidos. Antes de todo eso hay que hacer un pequeño ‘flashback’. Es un viaje breve pero como un Dragon Khan.

La sorpresiva llegada de Ada Colau a la alcaldía en mayo del 2015 descorchó decenas de debates latentes. Al frente animalista, una macedonia de grupos con distintas propósitos, se le invitó a participar en una mesa para consensuar el futuro del Zoo. Allí, los expertos con titulación en la materia eran minoría. Fue el primer contratiempo. Cuando se equilibró la balanza, claro, saltaron chispas. Por ponerle un poco de salsa al relato, aquello era un choque entre la ortodoxia científica y un contubernio veganohomeopático. Antes de proseguir, se piden aquí disculpas a los ofendidos.

Los debates prosiguieron sin excesiva luz pública y, en la crisis más profunda, los animalistas más rotundos renunciaron al cierre del zoo a cambio de que solo 11 especies del parque tuvieran derecho a la cópula y por consiguiente a la reproducción. Al equipo de Colau no le parecía una insensatez. Aquella caída del Dragon Khan se remontó con un documento final en el que, en esencia, se apuesta porque el Zoo se centre solo en especies en claro peligro de extinción, preferentemente autóctonas, pero de otros lugares también si hay opciones de reintroducción en el medio natural. Fue una solución aparentemente presentable. A la World Association of Zoos and Aquariums (WAZA), que agrupa a más de 400 parques animalistas del mundo, aquello le pareció un remedio simplón. Le mandaron una carta a la alcaldesa. La crisis climática, le dijeron, dilatará la lista de especies amenazadas a fronteras insospechadas. Los lamentos cuando ya sea tarde no servirán para nada.

La cuestión es que, aunque parezca aletargado, aquel plan director aprobado ‘in extremis’ sigue vigente. Será en los próximos presupuestos municipales y en la letra pequeña del Pla d’Actuació Municipal (PAM) que se verá el propósito de llevarlo a cabo. Lo más simbólico, si se logra, será la despedida de los últimos cuatro delfines que aún residen en el Zoo de Barcelona, AnakBlauNuik y Tumay. Si esto es una guerra, la batalla por los delfines es el desembarco de Normandía desde la perspectiva de los grupos animalistas.

Es con todos estos antecedentes que la decisión de Maite Martín, decana de Veterinaria de la UAB, de añadir puntos de vista resulta más enriquecedora que un avecrem. En el auditorio de la facultad brillaron, en el plano teórico, entre otros, el profesor de Bioética de la Universidad de Copenhague Peter Sandoe; el catedrático de Ciencia Animal Xavier Manteca; el presidente de la Asociación Ibérica de Zoos y Acuarios, Javier Almunia, y en el plano práctico, Miguel Ángel Quevedo, ejemplo de cómo un pequeño zoo, el de Jerez, es capaz de impulsar con éxito un programa de rescate de una especie al borde de la extinción, como el ibis eremita, especie bíblica, un programa en el que colabora Barcelona.

Los delfines son la clave de bóveda del debate animalista, y en Barcelona aún residen cuatro ejemplares

¿Qué se dijo en las jornadas? Mucho y diferente a lo de los últimos meses. De entrada, que el desafío científico es conocer qué especies pueden ser criadas en cautividad y cuáles no. Se sabe menos de lo que sería aconsejable. Cuando los primero dragones de Komodo fueron llevados a Estados Unidos por el aventurero Douglas Burden, se morían (entonces) inexplicablemente. Les faltaba algo tan simple como más sol. Por eso los de Barcelona sestean bajo unas lámparas irradiantes. Pero a veces, sencillamente, es imposible. El lemur de cola anillada parece feliz y tan pancho en cautividad. El idri, su primo, genéticamente tan similar y muy escaso en las selvas de Madagascar, jamás ha sido reproducido en cautividad (se da ya por imposible) y ni siquiera ha sobrevivido fuera de su entorno natural. Es indómito como Kirk Douglas en la película de Kubrick.

Fue en el transcurso de ese debate que se llegó a la cuestión más espinosa, la de los cetáceos en cautividad, la muralla donde percute el ariete principal de los animalistas. Fue entonces cuando Almunia nadó a contracorriente. Como presidente de la Asociación Ibérica de Zoos y Acuarios, expuso el caso de la vaquita marina, un cetáceo emparentado en la lejanía con los delfines. Habrá quien nunca haya oído hablar de ella antes de que se extinga, que será probablemente muy pronto. Quedan solo 15 ejemplares. El pasado 11 de septiembre fue avistado fugazmente uno de ellos. Es una extinción que los científicos están documentando casi en directo. Con el aspecto de un delfín dibujado por un niño, vamos, rechoncho y con un hocico que parece de broma, este mamífero marino que habita solo en un recodo del golfo de California es tan infortunado que ni siquiera tiene un nombre en inglés, con lo quisquillosos que han sido los anglosajones en explorar y bautizar todo el reino animal. ‘The vaquita’, la llaman.

La cuestión es que la vaquita marina desaparecerá como víctima colateral de la pesca abusiva de la totoaba, un pez por el que se pagan grandes sumas en China por los supuestos efectos afrodisiacos de su vejiga natatoria, y su cría en cautividad es inviable porque forma parte de ese núcleo de especies que padecen la llamada cardiopatía de captura, un estrés mortal en caso de no ser libre. Lo que recuerda Almunia es que hay como mínimo otras cinco especies de delfines en mayor o menor peligro de extinción y que renunciar a su conocimiento a través de la observación diaria en un recinto cerrado puede ser un lamento el día de mañana. Es una loa a la cría en cautividad, lo dicho antes, que actualmente nada a contracorriente.

El más inclemente ariete de los grupos animalistas es 'Eartlings', un duro documental narrado por Joaquin Phoenix

En este sentido, fue muy luminosa la intervención de Manteca, catedrático de prestigio, muy interesante a la hora de precisar que el concepto de bienestar animal (eso que los grupos animalistas niegan que exista en un zoológico) es un parámetro mesurable, un combinado entre la buena salud del ejemplar y el análisis de si se sacian sus necesidades biológicas. El esfuerzo por obtener comida, por ejemplo, puede ser primordial para algunas especies, pero otras pueden verse perfectamente satisfechas con el ‘deliveroo’ diario de los empleados del parque.

En esencia, Manteca planteó que las emociones son malas consejeras a la hora de decidir el futuro de un recinto como el zoo de Barcelona. El método científico es un carril que jamás debería abandonarse. En su opinión, los grupos animalistas a veces lo hacen. Y es así como se llega, como se prometió al principio, a Joaquin Phoenix. Vegano hasta sudar clorofila, el ahora actor de moda prestó su voz en el 2005 a ‘Earthlings’, un documental durísimo sobre la insana relación de los humanos con el resto de animales del planeta allí donde coinciden, o sea, en los mataderos, en las granjas, en la industria peletera, en los criaderos de mascotas, en los laboratorios de investigación, en el circo y, claro, en los zoológicos. Con una voz monocorde, Phoenix participó en un trabajo de denuncia insoportablemente duro y que, en cierto, simboliza que el choque entre animalistas y el ‘viejo régimen’ irá a más. Que la decana Martín considerara necesario organizar las jornadas sobre los zoos es, en definitiva, una señal más de que la guerra ha comenzado.