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Open House Barcelona regresa con 208 estriptís arquitectónicos en dos días

La cita cultural de otoño cumple 10 años e incorpora 74 novedades en esta edición, algunas de ellas ocasiones únicas

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Carles Cols

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En 1933, el edificio más alto entre el Besòs y el Llobregat estaba en L'Hospitalet. Medía, y aún lo hace, 44 metros y medio hasta la azotea. El Rascacielos de Collblanc. Así se bautizó a ese zigurat protorracionalista concebido por Ramon Puig Gairalt, un arquitecto hoy poco recordado, y eso que a punto estuvo de ser el Ildefons Cerdà de L’Hospitalet, pues presentó a concurso un plan para ordenar la que hoy es segunda ciudad de Catalunya con una trama de cuadrícula. No le hicieron caso. Qué distinta habría sido la historia metropolitana. Pero esa es materia para otra ocasión. Lo que interesa este fin de semana es que el Rascacielos de Collblanc es una más de las 239 propuestas del Open House el gran estriptís otoñal y arquitectónico de Barcelona y cinco ciudades vecinas. Es una cita sobresaliente que exhibe una musculatura impropia para una criatura de 10 años, que son los que cumple este 2019.

Al estriptís del 2018 respondieron como público más de 63.000 personas, cifra nada desdeñable, pero no récord del Open House. Llovió. Este próximo fin de semana, si el mal tiempo político no lo impide, el programa ofrece la visita de 208 edificios y 31 itinerarios, como por ejemplo esa necrófila ruta por las centenarias tiendas extintas de Ciutat Vella, y todo ello, mayoritariamente, en Barcelona, pero también en otras cinco ciudades que ya no merecen el apellido de invitadas, porque repiten cada año. Son ya parte esencial del Open House. Son Badalona, Santa Coloma de Gramenet, Vilassar de Dalt, L’Hospitalet y, por supuesto, porque de arquitectura se trata, Jujolandia, o sea, Sant Joan Despí, donde nació y dejó huella el colega de profesión al que tanto admiraba Antoni Gaudí, Josep Maria Jujol.

La oferta del Open House merece la pena ser explorada con paciencia. Cada cual encontrará en el catálogo la horma del zapato que se ajuste a sus intereses e inquietudes, pero, a modo de calzador, ahí van algunas sugerencias para echar a andar. Los títulos, sea dicho solo por aclarar, no salen del catálogo. Son solo anzuelos.

El otro coche de Walter White

Elisenda Bonet y el resto del equipo de Open House pelean cada año por incorporar novedades. Este año son 74, que se dice pronto. Un ejemplo son los antiguos comedores de la Seat. Construidos durante la primera mitad de los años 50, rompieron moldes. En un sector industrial en que, desde tiempos de Henry Ford, el obrero era solo una máquina más de la cadena de montaje, aquellos comedores fueron una osadía, con una arquitectura en forma de peine que rompía la monotonía gracias a las zonas ajardinadas que se intercalaban entre cada zona de mesas de almuerzo.

Los comedores de la Seat están, efectivamente, en la Barcelona más inhóspita, en la calle de la Zona Franca, donde hasta las brújulas pierden el norte, pero la excursión merece la pena porque de postre se sirve una visita al pabellón donde la Seat reúne su colección de coches históricos, un lugar emocionante para quienes ya son cincuentones o más, pero que también tiene su qué para las generaciones más jóvenes. El ‘pandapapamóvil’, o sea, el Panda que Seat le apañó en un pispás a Juan Pablo II en 1982 es, por si solo, el retrato de una época, pero para esa generación más joven ahí va un reto, decidir si es cierto que el Pontiac Aztek de ‘Breaking Bad’, como se dijo, es el coche más feo de la historia de la automoción o si el Seat 133 podría disputarle ese título.

Lo moderno es lo antiguo

El modernismo, lógico, despunta año tras año en el Open House. La visita a la Casa Sayrach, por ejemplo, suele ser un ‘hit’, no solo porque sea una rama algo H.R. Giger del modernismo, sino porque el actual descendiente de la saga de los Sayrach realiza a veces la visita guiada a la que es saún su hogar. La lista de modernismos del catálogo es larga (Casa Thomas, Casa Planells, Palau Macaya, ¡del que por fin es posible ver el culo!…), pero este año merece la pena destacar una singularidad, la Casa Enric Llorens de Grau, porque representa muy bien los tiempos que corren. Está en el número 261 de la calle de Còrsega. Allí, Josep Pérez Terraza levantó edificio prototípico del tardomodernismo, con esos principales que quitan el hipo. La finca está vacía y pendiente de obras de reforma. Se fueron los antiguos inquilinos y llegarán otros que pagarán rentas mensuales más altas. Vamos, la Barcelona de Milton, no de John, el poeta, sino Friedman, el del liberalismo salvaje. Es decir, el año que viene ya no será visitable. El proyecto, en cualquier caso, tiene algo loable. Prevé conservar el espíritu de la finca, su belleza interior, algo desdeñado durante los recientes años del fachadismo, en que el gremio de los arquitectos, muy alegremente, aceptó encargos para derruir fincas maravillosas y conservar solo la fachada. No será este el caso, afortunadamente.

La Paloma antes de la verbena

El pasado marzo, el Ayuntamiento de Barcelona publicó un interesante trabajo de investigación de Jaume Artigau, arquitecto, y Francesc Mas, historiador, sobre las más de 125 fábricas que entre 1738 y 1856 metieron de lleno a esta ciudad en la era de la industrialización. Eran las casas-fábrica, la versión manufacturera de la masía catalana, donde los dueños vivían a veces allí mismo. Como tipología arquitectónica no solo se merecían un libro, sino también un hueco en el Open House. Cinco visitas a casas-fábrica ofrece la cita de este fin de semana, conservadas gracias a que encontraron en su día acomodo en otro uso, como el Ateneu del Raval, antigua factoría de tejidos de la calle Reina Amàlia, o, mejor ejemplo aún, el número 27 de la calle del Tigre, La Paloma, sala de baile sin igual, hasta 1843 una más de las fábricas a poniente de la Rambla.

La arquitectura cromosoma XX

El cartel oficial de la décima edición del Open House tiene un aire algo Sónar. Es el retrato de una mujer con la cara tapada por un 'post-it' circular a medio despegar. Tras esa mancha amarilla se esconde Pilar Casas Mur, una de las primeras arquitectas colegiadas de España, nacida, curiosamente, en una casa-fábrica. Open House propone este 2019 iluminar con el foco la huella que las mujeres dejan en la ciudad, como Carme Pinós, cuya pisada en la plaza de la Gardunya, patio trasero de la Boqueria, no podría ser mayor. Suya es la reforma de la plaza, de la Escola Massana y, a punto de inaugurarse y visitable antes en el Open House, un bloque de viviendas. Las mujeres no son una excepcionalidad en la arquitectura local. En el 20% de los edificios del Open House está parcial o totalmente su mano. El cartel simplemente subraya la invisibilidad a la que se las somete.

Esta casa es un botijo

También hay una mujer detrás de una de esas tentaciones de ‘voyeur’ que salpimentan cada año la oferta del Open House, esas visitas a casas particulares exquisitamente reformadas, en esta ocasión la del número 251 de la calle de Pujades. Le han puesto un título sugerente a esta propuesta: “Edificio de viviendas para cuatro amigos”. Lola Domènech, mano a mano con Thomas Lussi, está tras los planos de este proyecto en el que, efectivamente, cuatro parejas encargan un hogar con zonas comunes y zonas particulares y con más eficiencia energética que un botijo.

La arquitectura del ‘procés’

Sí, el título de este apartado es engañoso. Como quedó acreditado e incluso fue confesado por los propios líderes durante el juicio en el Tribunal Supremo, no es que no hubiera estructuras de Estado que se tuvieran en pie, es que de la república no había ni siquiera unos tabiques de contrachapado. Lo que incluye este año el programa es una visita al Palau de la Generalitat, el epicentro de buena parte de las miradas políticas del momento, un milhojas arquitectónico sin igual, en el que conviven elementos góticos del siglo XV, de gran belleza, y pastiches como el puente de la calle del Bisbe, construido en los años 20 del siglo XX en un pronto veneciano que le dio al arquitecto Joan Rubió. Las visitas pueden verse alteradas por los cambios de agenda del ‘president’ Quim Torra.

Como plus de este apartado, merece la pena mencionar, también, que Betevé, tele encumbrada estos días por su cobertura de los incidentes postsentencia, abre sus puertas durante el Open House.

Una ruta con perejil

Siete cocinas de la ciudad invitan a entrar al público del Open House. Open Kitchen, se llama este apartado. Las cocinas son espacios muy exigentes arquitectónicamente. Las domésticas, también, pero las profesionales lo son sobremanera, porque en ellas la distribución jamás debe interferir en la coreografía de movimientos de los cocineros. En el Open Kitchen participan los restaurantes Direkte Boqueria, Estimar, Hermanos Torres, Santa Rita Experience, Follia, Ovnew, o sea, el ovni que corona el Hotel Richard Rogers de L’Hospitalet, pero para vistas, sin duda, las del restaurante Marea Alta, en la cima del Edificio Colón, la primera torre que en Barcelona superó  los 100 metros de altura, en 1970.

Arquitectura sin anestesia

Lo dicho al principio, 208 son los lugares visitables en esta edición del Open House, una cita cultura que nació en Londres hace 27 años y que desde Barcelona ha sido exportada a otras ciudades españolas. La oferta es fenomenal. Es una oportunidad para ver la ciudad desde nuevas perspectivas. Literalmente. Hay quien visita el subsuelo (refugios, depósito pluviales…) y hay quien prefiere subirse a lomos del Arc de Triomf, pero por singular y para cerrar esta subjetiva lista de recomendaciones, apetece destacar la arquitectura hospitalaria, una de las pocas murallas que resisten en pie en estos tiempos de Milton. En anteriores ediciones abrió las puertas de sus quirófanos el Hospital del Vall d’Hebron. Son visitas gratuitas, como todas las demás del Open House, pero con cita previa. Son una joya. Este año se suma a la oferta hospitalaria el Institut de Recerca de l’Hospital de la Santa Creu y Sant Pau, al parecer una filigrana arquitectónica. El sábado pasará el examen del público.