BARCELONEANDO

Los hombres también tejen

Se hacen llamar BCN Teixidors. Son hombres que quedan en bares para hacer punto y crochet. Quieren dar voz a los que no se atreven a tricotar en público. "Muchos aún no han salido del armario", aseguran

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Ana Sánchez

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Ya están acostumbrados a que les miren. Llaman más la atención en un bar que Pablo Casado en el centro. Todos hablan sin levantar la vista de su regazo, como si fueran yonquis en pleno subidón. “Es que estamos enganchados a la aguja”, confiesan con la boca grande, y enseñan sus agujas con la labor a medio hacer. Ellos son teixicómanos. Adictos hasta cierto punto (o puntada).

Franco se exhumaría de golpe al verlos: ocho hombres apuran sus ovillos de lana alrededor de una mesa con cervezas. Hoy han quedado en la cafetería de Vil·la Urània. Tienen varios chales a medio hacer, un cuarto de manta, puntadas que pretenden ser vestido, hasta un futuro Iron Man de ganchillo.

“Es alucinante la cantidad de tíos que tejen”, aseguran. Sí, se multiplican por Instagram con halo de influencer. Hay más de 78.000 fotos con el hashtag <strong>#menwhoknit</strong> (hombres que tejen); casi 20.0000 de <strong>#menwhocrochet</strong> (hombres que hacen crochet). Pero aún siguen siendo minoría en este submundo de lana. “Muchos aún no han salido del armario a la hora de tejer”, asegura Josep.

En Instagram hay más de 78.000 fotos con el hashtag #menwhoknit (hombres que tejen)

Josep es el de la férula en el antebrazo. “Tengo tendinitis del ganchillo”, cuenta sin dejar de tejer. “Realmente es una adicción”, insiste. Él se puede pasar 8 horas con la aguja en la mano. Es el veterano del grupo: 64 años, lleva 34 haciendo crochet. Sus vestidos de ganchillo han desfilado en pasarelas y exposiciones. Viene del mundo de la moda.

Fue él quien tuvo la idea: “Un grupo de chicos tejedores”. ¿El objetivo? “Dar voz a los hombres que no se atreven a hacerlo –responde-. Nos hemos encontrado a muchos a los que les gusta tejer pero les da vergüenza”. Josep menea la cabeza. “Es absurdo. ¿Qué es masculino o femenino? Venimos de un régimen que aún tenemos metido en la cabeza. Pero estamos rompiendo estereotipos”.

Alta costura de crochet

Se hacen llamar BCN Teixidors (<strong>@bcn_teixidors</strong> en Instagram). Su logo es el panot de flor versión ovillos. Quedan desde hace dos años. Apenas son una decena. Hacen punto y crochet en bares y cafeterías durante un par de horas, tres, a veces se alargan hasta la tarde. 

Lo primero que enseñan a una periodista neófita es a diferenciar entre el punto y “el lado oscuro”. Así llaman algunos al ganchillo. “Somos una categoría inferior”, se queja Josep. Lo dice él, que ha hecho hasta alta costura de crochet.

En vez de contar ovejas para dormir, ellos podrían contar ovillos. Tendrían que vivir tres vidas –aseguran- para gastar todas las madejas que tienen en casa. “Yo solo tengo un armario lleno”, se ríe Ferran (bibliotecario, 48 años, ocho con agujas). Hoy tiene un chal entre manos, como la mayoría. “El proyecto”, lo llaman ahora, aunque a ellos les sigue gustando más decir “la labor”.

"Hace años que no compro un regalo"

“Los chales triunfan”, se ríe con otro a medias Xavi (arquitecto, 34 años). “Esto va a ser incombinable”, resopla al lado Albert -29 años, seis haciendo punto-. Su chal tiene ya extensión de manta zamorana. De momento es amarillo, lila y verde fosforito. “Dando la nota, como siempre”, se ríe. Se acaba de graduar en canto lírico.

“Hace años que no compro un regalo”, promete Paco (profesor, 59 años) a vueltas con otro chal. A un metro, Claudio (cocinero, 49) hace una manta a ganchillo y Diego (técnico de navegación, 45) doblega con la aguja a Iron Man. Hace muñecos de crochet: amigurumi, se llama esta técnica.  

De repente una chica se acerca al grupo, se pone en cuclillas. “Es que tengo un amigo al que le gusta mucho esto”, dice con deje de confesión. Se les acercan muchas mujeres. “¿Qué estáis haciendo?”, “¿cómo lo hacéis?”. Nunca un hombre. Nunca. “Es cultural”.

Taparrabos de punto

¿Lo más raro que han tricotado? “Unos calzoncillos que se fueron ¿a Boston?”, duda Fede (enfermero, 45 años, cuatro con la labor a cuestas). “Calzoncillos es un eufemismo”, se ríen sus colegas de punto. “Un taparrabos”, corrige él. “Es un proyecto que nos pidieron desde EEUU –explica Josep-. Una asociación que hace desfiles de prendas íntimas masculinas un poco fetish, pero tejidas. <strong>The Crochet Empire</strong>”. Subastan la ropa, añade, y destinan los beneficios a dos organizaciones de lucha contra el sida.  

“¿Qué haces? –les siguen preguntando cuando les ven haciendo crochet- ¿Cortinas? ¿Tapetes? ¿Colchas?”. Reniegan con la cabeza. “Para que te quites la imagen del tapete”, añaden, y te enseñan una especie de Vogue solo con moda de punto.

Existe una plataforma tipo Facebook solo de tejedores: Ravelry. El último mes la utilizaron más de 900.000 personas

“Hay mucho negocio”, aseguran. Hace años que dejó de ser cosa de abuelitas. “Las redes han ayudado a que la gente se conecte”. Solo hay que teclear en Instagram el hashtag #knitting y aparecerán 14 millones de fotos en su punto. Hay mil tutoriales en Youtube, patrones en Pinterestapps para no perderse al tejer, a lo Google Maps con agujas. Existe una plataforma tipo Facebook solo de tejedores: <strong>Ravelry</strong>. El último mes la utilizaron más de 900.000 personas. Y ahora lo que se lleva, dicen, es teñir lanas en casa. Las hay artesanales, sostenibles, de lujo. “La vida es demasiado corta –se dice ya por internet– como para tejer con lanas baratas”.

Este noviembre se celebrará la segunda edición de <strong>Barcelona Knits</strong>, primera feria especializada en lanas de la ciudad. Ya se organizan teje-escapadas, cuentan, y se practica knitflix. No pueden ver una serie de Netflix sin agujas. También suelen dejarse caer por el <strong>Cineknitting </strong>de Vil·la Urània. Cine «con licencia para tricotar». Te ponen una peli gratis y te regalan un ovillo. Ya lo dicen desde hace años en la tienda-taller <strong>Lalanalú</strong>: puedes hacer "lo que te dé la lana”.