EN 1863

El funambulista que quiso sobrevolar Barcelona

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Natàlia Farré

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Jean François Gravelet, Charles Blondin o El gran Blondin. Tres nombres (del cuarto, Francisco Gravelin, tiene la exclusividad la prensa española de la época) para un tipo más que célebre a mediados del siglo XIX que recaló en Barcelona en 1863 con una pretensión, como poco, singular. El hombre tenía la intención de unir los campanarios de la catedral y Santa Maria del Pi con una maroma y caminar sobre ella. La idea puede parecer peregrina si no se sabe que el personaje también recibió el apelativo de El héroe del Niágara. No en vano, en 1859, con 35 años, hizo lo propio sobre las cataratas que le dieron nombre (y fama). 

Cruzó de orilla a orilla, el 30 de junio. Y según cuentan las crónicas lo hizo frente a un numeroso público, 50.000 personas escépticas de que tal hazaña pudiera completarse. Exactamente 335 metros de trayecto a una altitud de 50 metros y andando sobre una cuerda de 7,5 centímetros de diámetro. No le bastó con una vez. Repitió. Y lo hizo con los ojos tapados, con zancos e, incluso, en una ocasión, coció una tortilla en mitad del recorrido. O eso dicen las crónicas.

Espectáculo en el Torín

El caso es que después de la proeza se dedicó a recorrer mundo para mostrar sus habilidades como volatinero y en ese periplo aterrizó en Barcelona. Realizó sus piruetas en la Barceloneta, en la desaparecida plaza de toros del Torín. "De su fama precedido / que todo el mundo pregona / Blondín llega a Barcelona / Sea en ella bienvenido / a trabajar atrevido / se dispone en nuestra plaza / y con ella aplausos sin tasa / de fijo cuenta alcanzar / pues siempre se hace admirar / cuando la maroma pasa" rezaba en los pasquines que anunciaban su actuación. Pese a que no pudo realizar todas las acrobacias que quería (el día de autos sopló un viento demasiado fuerte), el éxito fue apoteósico. De los que dejan huella, tanta que las crónicas cuentan que años después aún se le recordaba, de ahí que uno de los últimos toros lidiados en la plaza llevara su nombre. 

Pero esa, la de poner una maroma en el Torín, no fue la intención inicial del funambulista. Blondin, cuya fama traspasaba fronteras, quería algo más y ese algo más era caminar sobre la cabeza de los barceloneses. Trescientos metros de suspense. Arrancar en la seo de la ciudad para acabar en la segunda parroquia en importancia era mucho más atractivo y arriesgado que hacerlo sobre la arena de un coso taurino. Nada raro si se tiene en cuenta que lo de Blondin era el más difícil todavía. Vean si no: después de cruzar sobre las aguas que discurren por la garganta que separa EEUU de Canadá de todas las maneras posibles acabó por hacerlo acarreando a un hombre. 

Desmayos y lloros

En esa ocasión, reunió a 300.000 personas y las apuestas fueron de vértigo, aunque no tanto como el que aseguraba haber sufrido su manager (Harry Colcord), el único voluntario que se atrevió a subirse a sus espaldas para pasar por la maroma y que 40 años después aún sudaba al recordarlo. La prensa relató desmayos y lloros por parte del respetable aturdido por la increíble escena que presenciaba. Y un aplauso final acallado por el canto de la marsellesa al unísono, pues Blondin era francés. 

Lo dicho, con esas credenciales llegó a Barcelona de la mano del Liceo cuando el Liceo no era solo un teatro de ópera sino, también, escenario de espectáculos de variedades. Joan Madremany, por entonces alcalde la ciudad, pidió permiso a la catedral y a Santa Maria del Pi: "[…] solicitando autorización para que Mr. Blondin pueda atravesar por la cuerda tirante desde la cúspide de la torre de la catedral a la del Pino […] aguardar una contestación favorable a la demanda o bien indicarme los inconveniente si los hubiera por los cuales no pudiera llevarse a efecto lo solicitado".  La misiva del consistorio se conserva junto a la respuesta de la parroquia: "la obra repugnaba en contribuir ni remotamente a cualquier desgracia que pudiera ocurrir". 

De la Ciutadella a Montjuïc

Vamos, que ni hablar del tema. Algo muy parecido a lo decidido por el Capítulo de la catedral: "al Cabildo le repugna contribuir ni remotamente a cualquier desgracia que pudiera ocurrir". La similitud en las respuestas, la coincidencia de fechas de las reuniones de ambas instituciones (21 de abril de 1863) y el hecho de que tanto el Pi como la catedral convocaran encuentros extraordinarios para tomar una decisión llevan a pensar en una coordinación entre la parroquia y la seo para pronunciarse negativamente ante la solicitud de Blondin. Los documentos del Pi (petición del alcalde y respuesta) se encontraron en el 2016, pero hasta ahora no ha aparecido el documento con la respuesta de la catedral; de la misiva de Madremany a la seo no hay rastro por ahora. 

La imposibilidad de cruzar de campanario a campanario no desanimó al volatinero para soñar con volver a Barcelona. En 1886, se ofreció para unir con sus acrobacias sobre una cuerda la Ciutadella con Montjuïc. La idea se le ocurrió cuando la prensa europea empezó a especular con la edificación  de una gran torre, de 200 metros, para la Exposición Universal de 1888. Una construcción parecida a la que Eiffel estaba levantando en París y que se suponía estaría unida con el castillo de Montjuïc por un cable del que colgarían lámparas incandescentes. Ni la torre ni las luces existieron nunca pero sí hubo el ofrecimiento de Blondin para sobrevolar la ciudad andando por el supuesto cable. Estaba dispuesto a hacerlo a diario y con los ojos vendados. Tal cual. 

Pese a las arriesgadas gestas que llevó a cabo el funambulista (y las que soñó con hacer), y del dinero que cosechó, Blondin murió arruinado y de una enfermedad tan poco aventurera como una diabetes. 

A pedradas con Santa Maria del Mar

IHasta mediados del siglo XIX,<strong> Barcelona tenía solo siete parroquias:</strong> Santa Maria del Pi, Santa Maria del Mar, Sant Just i Pastor, Sant Pere de les Puel.les, Sant Miquel, Sant Jaume y Sant Cugat del Rec (las tres últimas desaparecidas). Y el Mar y el Pi eran, con diferencia, las más importantes. Ambas ricas y ambas rivales, se cuenta que sus  monaguillos se peleaban a pedradas debido a esa competición. El Mar no ha conservado su archivo, se quemó durante la guerra civil, algo que no pasó en el Pi. De ahí que este último sea tan importante. Sus legajos recogen siglos de historia de la ciudad, y en ellos se pueden leer anécdotas tan curiosas, como la que explica que en la primera fiesta de la Mercè, Rius i Taulet pidió al Pi sus gigantes porque eran los mejores; o la que relata cómo la parroquia tuvo que prestar sus telas mortuorias al ayuntamiento para que este  instalar, en el Consell de Cent,  la capilla ardiente a Antoni Capmany Surís i de Montpaláu.