PATRIMONIO
El dragón de la Casa dels Paraigües vuelve a su emplazamiento original
La icónica escultura que, desde 1888, vigila la Rambla regresa echando fuego por la boca tras años sin alumbrar
Natàlia Farré
Periodista
Natàlia Farré
Este viernes, a primera hora de la mañana, las cámaras de los más madrugadores de los muchísimos turistas que diariamente recorren la Rambla enfocaban todas en la misma dirección. Concretamente al número 82 del paseo. La imagen lo valía, el dragón más icónico del bulevar sobrevolaba la calzada. Había truco, por supuesto, el de la ayuda de una grúa. La pieza, tras un proceso de restauración, ha vuelto a su lugar de origen: a la fachada de la casa Casa Bruno Cuadros ha vuelto a su lugar de origen: a la fachada de la casa Casa Bruno Cuadros (conocida como la Casa dels Paraigües por la mayoría de barceloneses); concretamente, ha regresado al primer piso del ángulo que dibujan la Rambla y el Pla de la Boqueria. Los tres metros y 250 kilos de saurio han aterrizado sin sobresaltos. Y ya colocado ha continuado siendo el centro de atención. Todo el día. También al anochecer. No en vano el dragón vuelve a escupir fuego, algo que no ocurría desde no se sabe cuándo.
La pieza de zinc pintado (aunque muchos piensen que es de hierro forjado) se instaló en 1888 como reclamo publicitario de la tienda de paraguas, parasoles, sombrillas y abanicos que abrió Bruno Cuadros. De ahí el nombre oficial del edificio, del popular tienen la culpa las panoplias de paraguas que decoran la fachada. Y del aspecto chino de la bestia es responsable la pasión por todo lo oriental, sobre todo por el japonismo, que recorrió Barcelona a finales del XIX. En algún momento, su función de anuncio atractivo se potenció con la electricidad: el dragón pasó a aguantar un farol iluminado con sus garras y a alumbrar a través de sus fauces y ojos. Todo un acontecimiento en la época (los semanarios satíricos dan fe de ello). Y fue así durante años, hasta que la llama se apagó, nadie recuerda exactamente cuándo.
"Mi abuela vivía aquí"
Pero desde hoy vuelve a iluminar. La idea es que lo haga diariamente, desde el anochecer hasta pasada la medianoche, pero está por ver (y negociar) si se integra en el alumbrado público o no. De todo eso nada sabían los turistas que lo retrataban. Disparaban por disparar, y a poco que uno parara la oreja las palabras que se entreoían eran Gaudí o modernismo. Pues nada de eso. El tema, o sea la casa y su decoración, está más bien relacionado con el eclecticismo del arquitecto Josep Vilaseca, su autor. Algo que no ha hecho falta explicar a Isabel Fournier, descendiente de Bruno Cuadros y habitante ocasional del edificio hasta que el negocio cerró en los 80. “Mi abuela vivía aquí y mi padre llevaba la tienda. Por la noche, antes de cerrar, yo estaba con mi abuela mientras mi padre hacia los números. Luego nos íbamos a casa. También pasaba largas temporadas durante las vacaciones”, recuerda al tiempo que asegura que vivir en la Rambla antes o ahora es muy parecido: “El ruido es el mismo”.
Fournier tiene ganas de ver el edificio acabado. Falta poco. Hoy han devuelto el dragón a su emplazamiento y han sacado los andamios de los pisos superiores. En breve, se restaurará toda la ebanistería que cubre la planta baja y el entresuelo. Para finales de octubre estará todo a punto y la Casa Bruno Cuadros volverá a mostrar todo su esplendor, incluido el de los esgrafiados originales con imágenes japonesas inspiradas en las estampas ukiyo-e. Ahora recuperados pero aún tapados para poder dar el lustre que falta a la madera.
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