BARCELONEANDO
El 'flow' de Montjuïc
La conducción sedosa de los aprendices de las autoescuelas crea una atmósfera vehicular aparte en la montaña barcelonesa
Mauricio Bernal
Periodista
Mauricio Bernal
A lo lejos, al volante de su vehículo de aprendiz, el alumno ve que alguien se dispone a cruzar. Está a 20 o 30 metros del paso de peatones y desde allí empieza a frenar. Es ligera, es sedosa esa presión del freno. Tiene –o busca por lo menos– la perfección: quiere ser paulatina, llevar el coche a la inmovilidad con una mengua musical de la velocidad, como un solo de guitarra que se extinguiera de forma gradual. El caminante lo agradece: no lejos de allí le esperan pasos de peatones donde los coches frenan en el último centímetro, donde cruzar la calle puede ser un deslizarse intranquilo entre máquinas intranquilas. Como una especie de baile con lobos. Aquí no. Esto es Montjuïc, el monte favorito de las autoescuelas, el lugar donde el tráfico tiene aires futuristas: en un mundo mejor todos conducirían como conducen los aprendices por Montjuïc.
A veces se impone la impresión de que hay un efecto de contagio, como si pudiera pegarse el conducir sedoso
El monte de los museos también es el monte de las autoescuelas. Hay como un 'flow', un vientecito vehicular. Cualquier día laborable hay coches por decenas acoplados a la sinuosidad de la montaña, llevados por conductores que quizá nunca vuelvan a ser tan puntillosos al volante de una máquina. A veces se impone la impresión de que hay un efecto de contagio, como si pudiera pegarse el conducir sedoso, como si los aprendices hubieran adquirido el poder de diseminar su arte entre los demás timoneles que se aventuran por Montjuïc. Pero puede ser una impresión. Los que están al tanto de las dinámicas vehiculares de la montaña dicen que siempre, ya se sabe: que siempre hay alguien dispuesto a interrumpir el 'flow'.
Crueldad automovilística
"Somos muchos coches de autoescuela que respetamos las normas al 100%, y en cierto modo obligamos a los otros a que vayan más pacificados", dice Miguel Pinel, profesor de Hoy Voy, la autoescuela de los coches blancos y amarillos que aporta su dosis de tersura al tráfico de la montaña. "El problema es que hay bastante gente con tendencia a pitar a un coche de autoescuela solo porque es un coche de autoescuela. Puede ser que yo esté conduciendo el coche, da igual: cuando el semáforo se pone en verde ya me han pitado, porque desconfían". Quién sabe si en el claxonazo arbitrario no hay pura crueldad automovilística, algo puñetero simplemente: si no se relame el conductor experimentado con la idea de poner nervioso al aprendiz. Que por otra parte es lo que ocurre en la cabina de aprendizaje: el alumno se ha puesto nervioso. Duda. Le tiembla la pierna. El de atrás vuelve a pitar. Se ha perdido el 'flow'. "Cuando un alumno está aprendiendo y se le cala el coche lo peor que le puedes hacer es presionarle. Los que pitan no recuerdan cuando ellos eran alumnos". O justamente, recuerdan.
Pero siempre hay alguien dispuesto a interrumpir el 'flow', pitando al coche de autoescuela solo por pitarle
Hay tres zonas que la colonización de las autoescuelas ha convertido en campos de pruebas de la conducción amateur: Montjuïc, la Zona Universitaria y la zona de La Maquinista. Cada una con su propio 'flow'. Pero Montjuïc es especial. A dos minutos de la ondulante tranquilidad de sus arterias está el Poble Sec, lleno de intersecciones, calles estrechas, pululante de enclaves para practicar el estacionamiento en pendiente –ese por lo que todo alumno siente un temor reverencial–. "Y muy cerca también hay una vía rápida, la Ronda Litoral, o sea que lo tienes todo", dice Pinel. Hay una razón simplemente práctica: cuando llega el momento de examinarse –el momento de la verdad–, es a Montjuïc a donde llevan al aspirante. Territorio conocido. Reconfortante. Que fluya el 'flow', podría ser el mantra privado de algún aprendiz.
A pie de calle, la experiencia peatonal tiende al territorio zen. Ese caminante agradecido, que solo tiene que mirar con actitud las rayas de cebra pintadas en el suelo para que el aprendiz que asoma en la distancia reduzca inmediatamente la velocidad. "Pase usted", le dice con su solo de guitarra camino de la extinción. Al fin y al cabo, el conductor no va a ninguna parte. No lo espera nadie. En ese momento, lo único que quiere es hacerlo bien.
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