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La variedad de perfiles del 'top manta' complica su erradicación en Barcelona

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Patricia Castán / Mar Martínez

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Los primeros manteros que hace años convirtieron las aceras o playas barcelonesas en sus mostradores de venta surgieron por pura subsistencia, como alternativa para ganarse la vida ante la dificultad de integrarse en otras tareas por no contar con documentación para residir o trabajar en España. Pero en la actualidad, la ‘plantilla’ de esta actividad abarca una mayor disparidad que nunca, desde el mismo perfil de subsaharianos que han hecho de la venta ambulante su forma de supervivencia, hasta vendedores que -incluso teniendo papeles- se han apuntado a esta labor porque resulta más rentable que otros trabajos precarios. A resultas de este puzle, vendedores senegaleses, paquistanís, bangladesís y chinos comparten el 'top manta' en Barcelona, con distintas motivaciones y soluciones para su salida de las calles.

La sensación de "impunidad" de la venta ilegal, mientras el consistorio de Ada Colau primó durante años la búsqueda de una solución social sin apenas presión policial, es la causa de que cada vez más perfiles se sumen a la polémica actividad, sostiene Fermín Villar, presidente de la Plataforma d’Afectats pel Top Manta. El desenlace es que bajo el mismo paraguas hay casos de auténtica necesidad, así como de mera explotación comercial de la vía pública. El crecimiento de la zona de venta callejera en el paseo de Joan de Borbó permitió ir apreciando esta evolución y el variado mix de nacionalidades.

Llaveros y abanicos

El fenómeno eclosionó con más evidencia en la Rambla, donde en lugar de pareos o ropa deportiva, se abrieron paso mantas de menores dimensiones en plena Rambla, llegando a contabilizarse medio centenar simultáneamente antes del operativo policial instigado desde el ayuntamiento este verano. Lo singular del caso es que muchas de esas mantas con abanicos, imanes, cestos para la fruta o llaveros provienen de seudomayoristas cercanos bisutería y recuerdos, que hasta fían la mercancía. En algunos casos, habían llegado a estar vinculados a algún comercio minorista de suvenirs de la zona. "Es como abrir un corner de venta, pero gratis, de manera que tienes doble posibilidad de hacer negocio y de ir a buscar alguna pieza que te pidan", lamenta Villar.

En la plaza de Gaudí (junto a la Sagrada Família) también llegaron a sumarse decenas de vendedores paquistanís, indios y chinos, algunos de los cuales tienen permiso de residencia y que previamente han sido dependientes en las tiendas de la zona, donde las inspecciones son frecuentes. En este colectivo confluyen eventualmente vendedores que realizan la actividad por su cuenta –tras proveerse en un mayorista-, junto con otros asalariados de alguna red organizada. Uno de ellos relataba que si no dispones de documentación para residir en el país la escala salarial es la más baja, unos 300 o 400 euros que implican que la labor encomendada puede ir desde vender suvenirs sobre un pañuelo en el suelo hasta cervezas por la noche. Otros afirman que un buen día sin policía y con ese dinero se embolsan cifras con dos ceros.

Reorientación de la actividad

Pero la problemática social del 'top manta' adquiere aquí nuevos enfoques, cuando de lo que se trata no es de integrar a sus vendedores en otras vías laborales, sino en convencerles de que den el salto de una actividad ilegal a otra que tal vez sea peor remunerada. “¿Dónde voy a conseguir ganar más?”, se pregunta en pulcro inglés H., uno  de los que juegan al gato y el ratón cerca de Colón y que prefiere esa tarea a repartir butano o estar en la caja de un colmado nocturno.

Fuentes municipales admiten que las negociaciones y el abordaje social se dirige al colectivo subsahariano, por sus necesidades específicas. No hay plan más allá de los vinculados a las operaciones en la vía pública para el resto, de momento. El empresario Amit Sharma, con varios establecimientos de recuerdos en la Rambla, se queja de que los manteros asiáticos adquieren el género sin problemas y sin impuestos sin apenas moverse de la zona, mientras que los operadores legales pagan alquileres que pueden rondar los 8.000 euros al mes, suelen contar con varios dependientes "con sueldos dignos" y abonan el correspondiente IVA de la mercancía. Relata que algunos grupos asiáticos se han organizado perfectamente en el Gòtic, con su propio sistema de seguridad para alertar de la llegada de la policía, y escondites de género en muchos contenedores.  También defiende que si están bien pagados en las tiendas no vuelven a la calle.

Otro empresario, presidente de la Asociación de Negocios Turísticos de Catalunya asegura que algunos empleados sí buscan ingresos extra (por su cuenta) sobre las aceras. Ambos se quejan de continuas inspecciones en sus negocios, pese a la competencia no reglada frente a sus establecimientos.

Del almacén al contenedor... y a las aceras

En un segundo desaparece la mercancía y el mercadillo de la Rambla parece no haber existido. Los suvenires, que los turistas que pasean por Barcelona regalarán a sus familiares y amigos, <strong>se amontonan dentro de bolsas escondidas en las papeleras </strong>y las esquinas se transforman en ojos a la espera de la marcha de la policía. "Últimamente hay más movimiento policial, aunque la mayoría es secreta. Al principio nos costaba reconocerlos, ahora ya los detectamos y nos escondemos rápido", confiesa Aleem, un chico pakistaní que dedica sus horas a vender palos ‘selfie’, abanicos e imanes a través de la venta ambulante.