BARCELONEANDO

El club de la comedia

La estatua dedicada a Cruyff es un espanto, pero me molesta más que hayan olvidado completarla con otra más pequeñita de Núñez

La estatua que el Barça ha dedicado a Johan Cruyff, recientemente inaugurada, en la entrada del Camp Nou

La estatua que el Barça ha dedicado a Johan Cruyff, recientemente inaugurada, en la entrada del Camp Nou / periodico

Ramón de España

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Como era de prever, la estatua en homenaje a Johan Cruyff es un espanto. De hecho, casi todas las esculturas de personajes ilustres lo son, pues pretenden retratar al homenajeado en un momento de gloria que lo defina y el resultado suele bordear el ridículo. Pero lo que realmente me molesta de la estatua de Cruyff es que se hayan olvidado de completarla con otra más pequeñita de Josep Lluís Núñez: ¿acaso se le ocurriría a alguien dedicarle una escultura a Stan Laurel (o a Andrés Pajares, que ya tardan) sin ponerle al lado una de Oliver Hardy (o de Fernando Esteso)? Las grandes parejas cómicas no se pueden romper con tanta alegría, y la que compusieron el futbolista holandés y el constructor barcelonés fue de las que hacen historia. Hasta aquellos de nosotros a los que el fútbol nos importa un rábano seguimos en su momento las andanzas de Cruyff y Núñez, cuyos cargos, según un amigo culé, deberían haber sido vitalicios.

Alfonso Arús (otro para el que también reclamo una estatua) fue fundamental a la hora de atraer a un público nuevo al mundo del Barça, gracias a sus programas de televisión, en los que Cruyff aparecía como un estoico 'torracollons', y Núñez (interpretado por el apropio Arús, que actuaba de rodillas para parecer más bajito), como un llorica permanente que siempre estaba sufriendo por el destino del club de sus amores. En los años de Cruyff y Núñez, el Barça era divertido por motivos extrafutbolísticos, mientras que ahora hay que ser aficionado a ese deporte para disfrutarlo: el humor involuntario de esa gran pareja ya no se ve por ninguna parte.

Mi amigo Carlos Pazos, artista conceptual de mucho fuste al que el fútbol se la sopla, apuntaba en un cuaderno los cruyffismos, esas frases y esos conceptos del holandés que dejaban en mantillas los comentarios de Forrest Gump. Su frase favorita de Cruyff (y la mía) era: “Ganar, ganar, no sé si ganaremos, pero tenemos ilusión y la ilusión es lo más bonito del mundo”. También nos gustaba mucho la expresión, aparentemente incomprensible, “el táctica Sirigosa”, que creo que hacía referencia a la necesidad de aplicar al siguiente partido la ensayada en uno anterior frente al Zaragoza. Yo, ahora, en cuanto sale por la tele el actual entrenador del Barça o el presidente, cambio de canal, mientras que Cruyff y Núñez me mantenían clavado a la pantalla con sus habilidades 'mesmerizantes'.

Maestros del lenguaje

Daba lo mismo que Cruyff fuese un pesetero y que Núñez hubiese contribuido tanto a la fealdad urbana de Barcelona como Donald Trump a la de Nueva York. Esos dos ensancharon la base social del barcelonismo con gente a la que el fútbol se la traía al fresco y hasta le agobiaba. Cruyff ayudó a la evolución de la lengua española con el sencillo sistema de haber aprendido el idioma hasta cierto punto y no haberse movido de ahí en 30 años. Cuando aprendía una expresión nueva (“en un momento dado”, por ejemplo), la usaba hasta cuando no venía a cuento. Y Núñez no se quedaba atrás: estamos hablando del hombre que convirtió la expresión “quiero decir” en “quisir”, que respondía a todo con el mantra “si el soci m'ho demana” y que aseguró, sin sonrojarse, que Barcelona llevaba el nombre de su más famoso equipo de fútbol.

Solo el Atlético de Madrid, que a mí me conste, supo competir con Núñez a la hora de tener un presidente carismático. O dos: Jesús Gil y Gil y el doctor Alfonso Cabeza, cuyas memorias, 'Yo, Cabeza', atesoro en mi biblioteca, aunque solo sea por la portada, en la que se le ve vestido de futbolista y con bata de médico auscultando un balón. Aunque no me harán ningún caso, exijo al Atleti las estatuas de estos dos reyes de la comedia.

Es evidente que el mundo del fútbol se conforma con su audiencia habitual, que es muy notable, pero uno no puede evitar recordar con nostalgia la época en la que, gracias Cruyff y a Núñez, te tronchabas con algo que, en principio, te traía sin cuidado. Aún estamos a tiempo de arreglar el desaguisado y ponerse con la estatua de Núñez. Les doy un mes antes de llevar el caso a Estrasburgo.