del 15 al 21 de agosto

La fiesta de Gràcia evoluciona sin perder identidad

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Patricia Castán

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Gràcia lleva ya unos días parando el tiempo. Lo hacen los más viejos del lugar y las nuevas generaciones de granciencs, cada verano, cuando sacan las sillas a la calle y se entregan con pasión de orfebre del siglo XIX, pero con materiales y recursos del XXI, para soñar que el microcosmos de su calle es lo que ellos quieran que sea del 15 al 21 de agosto (una noche de Halloween, un mar de plástico o una fantasía sensorial). Porque están de fiesta. Una fiesta mayor más multitudinaria que nunca por la evolución turística de la ciudad, que llega en plena forma a su edición 202 habiéndolas visto de todos los colores y con una meritoria alineación de 24 calles participantes (no se alcanzaban desde el 2001), sin perder la identidad que la distingue: es una experiencia hecha por los vecinos, preparada con meses de antelación con sus propias manos, con vocación lúdica pero también reivindicativa. Tradicional pero ya cosmopolita. 

La accesibilidad y el antimachismo son los mensajes latentes bajo el paraguas de siete días de diversión

Acaso convenga aclarar que todos los fans del sarao pueden respirar: el tormentón de la madrugada de ayer no hizo daño a los montajes que los vecinos, como un ejército de hormiguitas, llevaban días ensamblando. «Lo vimos venir y guardamos en el almacén todo lo que se podía estropear», relata aliviada Susana Font, curtida en hacer lucir la calle de Verdi del Mig (plusmarquista en podios) con el máximo de elementos conseguidos a buen precio o cedidos, ya que las subvenciones no engordan hace años. La potente vía ultima este año una revolución de las verduras, que cubren (en versión casi transgénica por dimensiones y brillo) su colorido tramo.

En una perspectiva más global, la del 2019 será una edición generosa en escenarios: tres más que hace un año. Para lo bueno -»cuantos más mejor»- y para lo malo, en tanto que las mismas ayudas económicas de la Administración deben dividirse entre más manos, explica la presidenta de la Fundació Festa Major de Gràcia, Carla Carla Carbonell. Son cosas de un operativo presupuestario algo perverso, que animan a los vecinos a ser creativos.

Pero vale la pena enfatizar que en esta larga historia de arquitecturas efímeras (las ornamentaciones de las calles duran lo que la fiesta, o menos), las de este agosto tienen más visos de eternidad por obra y gracia del operativo de reciclaje que se pondrá a prueba en algunas calles con un plan piloto.    

Desde octubre cientos de vecinos trabajan para vestir las calles y mantener la esencia tradicional del sarao

Y es que en sus orígenes la fiesta de Gràcia desplegó ornamentos florales, que más tarde fueron proezas temáticas creadas por sus artesanos, que más tarde aún se adentraron en la eclosión del plástico y otras texturas modernas, y que en los últimos años ha dado el salto hacia los materiales sostenibles y no contaminantes. El paso adelante es, con Barcelona Neta, intentar reciclar el arsenal de elementos que generan las decoraciones, un reto porque el papel se mezcla con siliconas y otros elementos que este año se diseccionan en fichas para su posterior reencarnación, relata Carbonell, que ya trabajó duro en la promoción del vaso reutilizable. Ese logro que el año pasado supuso utilizar 70.000 en lugar de 800.000 engendros de plástico de un uso.

Por cierto que en esta edición, que pone el acento en la fiesta más inclusiva con la elección de  sus pregoneras y también incorporando un premio que fomenta la accesibilidad o acciones decididas en su favor (como 23 lavabos adaptados, de 97), se abandera de nuevo el antimachismo con lema «Solo sí es sí» y puntos de información nocturna.

Montaje invencible

La Gràcia esencial -de antes de sus comercios de diseño y sus mil bares para 'foodies'-, se suelta el pelo estos días haciendo suyas las calles, en un despliegue que ha sobrevivido a los éxodos vacacionales de los 70 y los líos políticos. De las dispuestas a hacer sentir (atención  al 'Emociona’t' de Joan Blanques de Baix de tot) a las que recrean escenarios de indios y vaqueros con materiales insólitos.

Hay manos de oro (como en Providència -con Manolita a la cabeza- o Berga, donde los jubilados se entregan desde otoño a la concepción y parto de la siguiente idea) y mucha sangre fresca,como en la Travessia de Sant Antoni, donde hace seis años una docena de jóvenes se animaron a subirse al carro y crearon una comisión festiva de la que han salido hasta familias. Aunque la gentrificación de la zona haya expulsado a alguna, que ahora vuelve por fiestas para poner ganas y pulso, relata Biel, patrón de la asociación, mientras hilvana una ruta de la seda que va China a Constantinopla. 

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