BARCELONEANDO

Recordando a Salgot

Josep Antoni Sargot, en el 2008, año en que estrenó 'My way'

Josep Antoni Sargot, en el 2008, año en que estrenó 'My way' / periodico

Ramón de España

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La prensa barcelonesa no se ha mostrado muy generosa ante el fallecimiento del cineasta Josep Antoni Salgot (Aiguafreda, 1953). Ha sido como si nos hubiésemos olvidado de él. Evidentemente, morirse en los mismos días que Rutger Hauer, el replicante jefe de 'Blade runner' --único ser humano, que yo sepa, cuya muerte real y ficticia han tenido lugar en el mismo año, pues la película de Ridley Scott estaba ambientada en el 2019-- no ayuda, pues todo el mundo tiene algo que decir sobre Roy Batty y su monólogo bajo la lluvia y el pobre Salgot llevaba años sin dar señales de vida cinematográfica, concretamente desde el 2008, cuando estrenó su último largometraje, 'My way', que yo no llegué a ver y me temo que el resto de mis conciudadanos tampoco. Ya que nadie se acuerda de Salgot, voy a hacerlo yo, pues siempre le tuve aprecio.

Si no recuerdo mal, me lo presentó Bigas Luna, su amigo y mentor, y me pareció un tipo entre envidiable e irritante, pues era joven, guapo, simpático y rico. Su familia regentaba el imperio de las toallas Hierba y un tío suyo era el de los fuets y los 'llardons'. No contento con eso, tenía una novia muy simpática, Virginia Ensesa, cuya familia poseía el bonito hotel Sa Gavina de S'Agaró. Para matarlo, vamos. Lo primero que vi de él fue 'Madison', un cortometraje codirigido con Carles Jover que, en su momento, me pareció sensacional.

Historia visceral

Luego vino, también al alimón con Jover, el largometraje 'Serenata a la luz de la luna', que tenía su gracia, aunque no dejaba de ser una versión alargada de 'Madison' (ahora no recuerdo si también ahí salía el gran Jaume Pujagut, un hombre bendecido por Dios con una cara ideal para la comedia que, lamentablemente, no perseveró en la interpretación). Con Jover, un tipo muy divertido, coincidí como miembro del jurado en una edición del festival de Sitges. A ambos nos hacía mucha gracia que nuestra compañera Ellen Burstyn se llevara las manos a los ojos cada vez que aparecía alguna atrocidad en la pantalla. Daban ganas de decirle: “Señora, que usted salía en 'El exorcista'”.

Se estrenó como director en solitario con la que sigue siendo su mejor película, 'Mater amatísima' 

Animado por Bigas, Salgot se estrenó como director en solitario con la que sigue siendo su mejor película, 'Mater amatísima' (1980), la visceral historia de una madre y su hijo autista que no dejó a nadie indiferente y que pareció augurar un futuro brillante para nuestro hombre. Lamentablemente, y por motivos que nunca he conseguido aclarar, no fue así. No volvió a dirigir hasta 1989, cuando intentó convertir en 'Estación central' un 'thriller' romántico digno un guion disparatado e imposible.

Producía mi viejo amigo Manel Valls, que me pasó el texto y, cuando se lo devolví diciendo que no había entendido nada, me dijo, sin moverse de la mesa del catering, que una vez rodado lo entendería todo. El estupendo director de fotografía Josep Maria Civit no era de la misma opinión: “Si ya cuesta a veces plasmar bien un buen guion, calcula lo que puede salir a partir de eso”. Salgot tampoco ayudaba, pues en esa época tenía sus más y sus menos con el alcohol y el rodaje matutino chutaba, pero el de después de comer (y beber) era un infierno. No lo digo como crítica porque no soy un moralista y porque yo también tuve cierta tendencia a darle al frasco. En cuanto al sex symbol polaco que se había sacado Manel de la manga, Katarszyna Figura, nunca más se supo.

Fiel a sí mismo

'Superada la dependencia etílica, Salgot volvió a ser el tipo encantador de costumbre, pero, fiel a sí mismo, no volvió a rodar hasta el 2001, el año de 'Dama de Porto Pim', proyecto que rozó la obsesión y por el que pasaron veintitantos guionistas (entre ellos, Morrosko Vila San Juan, con el que montó una pequeña productora más adelante con la que rodó su última película, 'My way'). 'Dama de Porto Pim' se dejaba ver con cierto agrado, aunque el bajo presupuesto se hacía notar y, sobre todo, estirar hasta noventa minutos un relato de Antonio Tabucchi de unas pocas páginas resultaba algo parecido a los trabajos de Hércules.

Me quedé con las ganas de que rodara algo sobre la vejez de sus padres: aquejados de alzhéimer, pasaron sus últimos días en la misma residencia, pero no se reconocían al cruzarse porque toda su vida en común se había borrado. Habría dado para un magnífico corto en las antípodas de 'Madison'.