BARCELONEANDO

La vida padre de Oriol Maspons

El MNAC acoge una estupenda retrospectiva de este gran fotógrafo a quien le perdía la juerga

Una visitante observa varias fotografías de la muestra 'Oriol Maspons. La fotografía útil', que acoge el MNAC

Una visitante observa varias fotografías de la muestra 'Oriol Maspons. La fotografía útil', que acoge el MNAC / periodico

Ramón de España

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Aunque de forma superficial y fruto del azar, conocí a Oriol Maspons (Barcelona, 1928-2013) en la última etapa de su presencia en la tierra. Lo que más me chocó de él fue que se comportaba como un adolescente, pese a su edad provecta, y que disfrutaba mucho soltando comentarios entre escandalosos e inoportunos. En su momento, me pareció una actitud improcedente que yo achacaba a su militancia en la 'gauche divine' y a la costumbre recalcitrante de 'épater le bourgeois' adquirida en su juventud, pero ahora que ya estoy en la sesentena lo entiendo todo mucho mejor. 

También yo me comporto a menudo como un adolescente y, por culpa de la mala influencia de Larry David y otros titanes del humor contemporáneo, digo cosas que debería ahorrarme. Un ejemplo a no seguir: hace unos años me presentaron a la sobrina del exmarido de una exnovia mía (complicado, ¿eh?) y, a la hora de saludar, no se me ocurrió nada mejor que decir que «Hola, soy el que le jodió la vida a tu tío». No pude evitarlo: a menudo me creo que vivo en una 'sitcom' y suelto unas burradas que en la pantalla pueden tener su gracia, pero en la vida real, ni la más mínima. 

Influencia de Català Roca

A Maspons le encantaba empalmar sus boutades. Lo recuerdo respondiendo de esta guisa a un amigo que le afeaba sus infidelidades conyugales: «No pretenderás que me acueste con mi mujer, ¿verdad? Yo la respeto demasiado para eso. ¡Es la madre de mis hijos! Lo que me propones bordea el incesto». Y lo decía poniendo una cara de indignación muy creíble. Una vez le pregunté a su amiga Colita si lo de Maspons era una cosa de la edad, pero me dijo que no, que ya hacía lo mismo cuando se conocieron de jóvenes y que no había cambiado en absoluto.

Recordaba estas historias hace unos días, mientras deambulaba por el MNAC, donde Pepe Serra (por cierto, lo de El Víbora, un puntazo: quedo a la espera de la exposición sobre Cairo) le ha montado a una estupenda retrospectiva que recoge parte de su obra entre 1949 y 1995. Una vez más, observé que el Maspons que más me gusta es el de sus primeros tiempos, cuando se le notaba la influencia del gran Català Roca y exhibía una mirada y una forma de encuadrar admirables. El hombre se dedicó a tantas cosas –publicidad, retratos, reportajes de prensa…– que es como si a partir de un determinado momento le hubiese afectado un tanto la dispersión y se hubiera olvidado de hacia dónde se dirigía en sus años mozos.

Excelente fotógrafo, a 3, o eso creo yo, le perdían la juerga y el cancaneo. Solo así se explica la extraña pareja que formó durante años con el periodista de 'Interviú' Luis Cantero, una época en la que nuestro héroe se hartó de fotografiar fiestas y francachelas varias de la seudo 'jet-set' de Eivissa, así como de retratar a bellísimas señoritas desnudas o medio desnudas. O los tiempos en que estuvo dedicado a las fotonovelas de la revista 'El Jueves', inspiradas en las del semanario francés 'Hara Kiri' (brindo desde aquí por el difunto Profesor Choron, alma de la publicación y también su más luminoso estandarte) y en las que tampoco faltaban las mujeres de buen ver igualmente ligeras de ropa. 

Desvíos en la carretera

Evidentemente, no hay por qué avergonzarse de que a uno le gusten las mujeres (especialmente, desnudas) y el cachondeo de alto 'standing', pero me temo que todas esas alegrías distrajeron a nuestro hombre de una carrera algo más coherente artísticamente, ya que, humanamente hablando, Maspons era de una coherencia absoluta. Debió de ser en la época ibicenca cuando se tatuó un pequeño cocodrilo en el pecho, aduciendo que así era el único hombre que podía frecuentar playas nudistas vestido de Lacoste.

A pesar de todos sus divertidos desvíos, la carrera de Maspons justifica con creces la ascensión al MNAC, aunque el clima no acompañe estos días en nuestra querida ciudad, que también fue la suya. Maspons retrató Barcelona y a sus habitantes y lo hizo con una de esas miradas que distinguen al artista de ese vulgar coleccionista de selfis en el que tanta gente se está convirtiendo. Y, además, se pegó la vida padre. ¿Qué más se puede pedir?