BARCELONEANDO

Tocar el cielo de la catedral

Visitas vespertinas a la Catedral de Barcelona

Visitas vespertinas a la Catedral de Barcelona. / periodico

Natàlia Farré

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Una letrina del siglo XIV. En desuso, por supuesto, pero durante tiempo utilizada por los campaneros de la catedral. Luce en la azotea de la seo, adosada a uno de los muros que transcurre paralelo a la calle dels Comtes. Un banco de obra con un agujero en medio. ¿El desagüe? Directo a la vía, que así se hacían las cosas centurias atrás. Los encargados de dar la hora y tocar los actos litúrgicos no tenían tiempo de ir en busca de un sitio más íntimo donde despachar sus necesidades, así que lo suyo era retirarse hasta la susodicha letrina entre repique y repique. Más abajo, en el primer piso, hay otra. Esta era para uso de los nobles, por si algo apretaba durante el servicio religioso, que también podía pasar. Se levanta más recogida, no se ve. Pero la primera sí se advierte a poco que uno esté atento al recorrer la parte más alta de la seo; y casi se puede tocar, si se participa en las visitas vespertinas que la catedral ha inaugurado este verano.

Desde el terrado, la Generalitat tiene forma de cúpula de mayólica, y el ayuntamiento luce más fachada gótica que neoclásica

El objetivo de abrir la seo al atardecer anda muy lejos de ser el presumir de letrinas centenarias, y los beneficios de apuntarse a la visita, también. Descubrir los entresijos de la catedral está bien; y averiguar que toda es transitable y cualquier recodo accesible tiene gracia, pero lo mejor de la nueva apuesta de la seo es la vista de 360 grados sobre Barcelona que se otea desde el terrado con la puesta de sol por única compañía. Ni un alma. Ni rastro de los 6.000 turistas, feligreses y paseantes que a diario transitan por sus naves. A las siete cierra puertas, tres cuartos de hora después salen los parroquianos que atienden a la última misa, y a las ocho es asaltada por los usuarios de la visita vespertina, no más de 30 personas dispuestas a descubrir sus secretos de noche y en solitario.

El puente del rey Martí

Desde la azotea la vista de la ciudad es diferente. La Generalitat tiene forma de cúpula de mayólica, y el ayuntamiento luce más fachada gótica que neoclásica. De la basílica de la Mercè se ve sobre todo la escultura de la patrona que la corona, y el Liceu es una inmensa caja negra, la caja escénica. Y es difícil imaginar estar más cerca del jardín que Rubió i Tudurí diseñó (y rehízo Joan Mirambell después de la guerra civil) para Francesc Cambó en lo alto del edificio de la Via Laietana que lleva el nombre del fundador de la Lliga. No se ve pero se intuye el puente neogótico de la calle del Bisbe, el que une la sede del  Govern con las Cases dels Canonges, antaño viviendas clericales y en la actualidad, residencia oficial del presidente de Catalunya. Y no se ve ni se intuye el puente que unía el Palau Major con la catedral y que permitía al achacoso rey Martí llegar a la antigua tribuna real sin tener que subir ni bajar escaleras. Queda la puerta, dos hojas de madera cerradas a cal y canto que desde la calle dels Comtes se pueden observar si uno levanta la vista.

Cada 3 de mayo, los canónigos bendicen la ciudad desde la cruz de término, la que corona el edificio y marca el eje sagrado

A pie de calle, otra curiosidad: en una de las ventanas de lo que hoy es Conselleria d’Acció Exterior luce una cruz de la catedral que indica que ahí estaba la carnicería de la seo. Es decir, en ese punto se vendía la carne de los rebaños que manejaba el templo. No es la única cruz en la que clavar la mirada. En el terrado la mejor vista se tiene desde la cruz de término que la corona. Es el elemento que marca el eje sagrado vertical de la seo que arranca en la cripta de santa Eulàlia y pasa por el presbiterio y la clave de bóveda. Y es el punto desde el cual cada 3 de mayo, a las nueve de la mañana, los canónigos bendicen la ciudad hacia los cuatro puntos cardinales. 

Descender por la escalera de la fachada

Historias el edificio guarda muchas, no en vano aguanta dieciocho siglos sobre sus espaldas si se cuentan los primeros vestigios paleocristianos, pero algunas, como la celebración de un capítulo del Toisón de Oro, cumplen años: quinientos, exactamente. En 1519 Carlos I andaba por estos lares y convocó reunión de la orden, para ello, según mandan los estatutos, se tuvo que pintar el escudo de todos los caballeros convocados en los asientos del coro de la catedral. Y ahí siguen. Pocos días antes hubo otro acto destacado: el funeral por el del emperador Maximiliano, abuelo de Carlos, con entrada del caballo que llevaba las armas imperiales hasta el mismísimo altar, incluida. Lo dicho, el coro suele ser accesible, pero visto sin aglomeraciones luce mucho más.

Cerrado al público habitual pero no al vespertino está el camino de vuelta de la azotea a través de la fachada principal. Tal cual. El descenso se efectúa por la escalera de una de las torres, itinerario que pasa a menos de medio metro de los vitrales que se vislumbran en lo alto desde el Pla de la Seu, con parada en que en su día fue cerería de la catedral, donde se hacían todos los cirios y velas que se consumían, y nueva tribuna real. Esta última, como no podía ser de otra manera, ofrece la mejor vista del recinto y permite apreciar su inmensidad, aparentemente menor que Santa Maria del Mar pero realmente mucho mayor. Es la catedral de Barcelona.