la función social del arte

El diseño convierte los bancos de la iglesia de Santa Anna en camas

A partir de una obra original custodiada por el Museu del Disseny, el artista Curro Claret adapta los asientos de la parroquia del Raval para que tengan doble función: litúrgica y de acogida

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zentauroepp49043807 bcn menas190714181106 / JOSEP GARCIA

Natàlia Farré

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Sabido es que en la parroquia de Santa Anna los jóvenes inmigrantes desamparados encuentran un lugar para dormir. Pero no tan sabido es el trabajo que se ha hecho para adaptar los bancos que ejercen de improvisadas camas. El tuneado lleva la firma de Curro Claret, para quien el diseño no tiene que ser solo útil (máxima que comparten todos los artistas del ramo) sino que debe tener también vocación de herramienta social. Claret colabora siempre que puede (o sea, siempre) con aquellos que no pueden permitirse el lujo de pensar en el diseño y aplica su talento para resolver problemas. “Me gusta trabajar con las personas que por los motivos que sean se encuentran en una situación de vulnerabilidad”, afirma.

Su trayectoria le avala: ahí está el premio Ciutat de Barcelona 2013 por su compromiso. Y su trabajo, también. Dos tiendas de una conocida marca de zapatos lucen decoración suya realizada con materiales reutilizados y ayuda de usuarios de la Fundació Arrels y la Fundación San Martín de Porres. Con los primeros trabaja regularmente fabricando mobiliario, de hecho, una de las últimas colecciones realizada en los talleres de la entidad, construida con restos de tablas de skate, llenaba hasta ayer una de las salas de los organizadores de los ya acabados World Roller Games. Y con dos exusuarios de Arrels (Aurelio y Meinhart) ha tuneado los bancos de Santa Anna para que, además de servir para el culto, puedan ser utilizados por los jóvenes inmigrantes para dormir y no se dejen la espalda en el intento.

De objeto de reflexión a objeto en uso

El viernes era un día tranquilo, se supone, pero aún así los 10 bancos adaptados estaban llenos. Ocupan la parte de la nave central más alejada del presbiterio y la más escondida. No para ocultar a los chicos sino para darles un poco de intimidad. No en vano Santa Anna no solo acoge gente necesitada sino que también es un polo de atracción turística. Su claustro y sala capitular, góticos, están protegidos por la Generalitat como patrimonio relevante y en su día custodió una de las pocas obras que dejó Bartolomé Bermejo en la ciudad pero que las llamas devoraron durante la guerra civil. No son los únicos objetos con talla de museo, también lo son los bancos adaptados. Tal cual. La versión original de la que han salido los que lucen en Santa Anna forma parte de la colección del Museu del Disseny y se exhibe en su exposición permanente.

‘Por el amor de Dios’, que así se llama el banco, salió de la cabeza de Claret, en el 2010, como objeto de reflexión para una muestra en la galería H2O; y como iniciativa totalmente personal: “las iglesias gozan de la tradición de ser espacios de refugio, así que pensé: ¿qué pasa si un banco se rediseña para que pueda hacer, además de su propio uso litúrgico, la función de acogida?”. El nombre “es un toque de atención, un grito desanimo: ¿cómo puede ser que pasen estas cosas y que no estemos actuando como conjunto de la sociedad? Aunque no pretendía ni juzgar a nadie ni resultar dramático”.

Un cambio no perceptible por los feligreses

Como objeto artístico y de reflexión vive su vida en iglesias de Viena y Vic, y en el Museu del Diseny. En esta singladura Peio Sánchez, rector de Santa Anna, supo de su existencia y propuso hacer una versión a partir de los ya colocados en la iglesia que gobierna. Dicho y hecho. “Esta versión está hecha con la voluntad ya expresa de que tengan el doble papel: el uso para dormir y el uso litúrgico, por eso se ha hecho una intervención fácilmente reversible y que no es perceptible por los feligreses”. Una ampliación del banco a partir de una tabla que se acopla de forma fácil y se guarda en vertical en el respaldo cuando se recoge. La adaptación se ha realizado en el taller de ebanistería de Klaus Speis, en el Raval; y los bancos llevan 15 días cumpliendo su función.

Hay 10 pero podrían haber más y se llenarían. El número responde a una cuestión de presupuesto. Adaptarlos cuesta 400 euros por banco (colchoneta a prueba de ácaros y demás, al margen). Estos los ha pagado una compañía de cruceros estadounidense que después de ver el trabajo que Santa Anna hacía con los necesitados decidió colaborar. El resto esperan la aparición de otra alma caritativa.