COLECTIVO VULNERABLE

La iglesia de Santa Anna, refugio de los niños de la calle

Unos niños duermen sobre los bancos de la iglesia de Santa Anna, en el barrio Gòtic de Barcelona.

Unos niños duermen sobre los bancos de la iglesia de Santa Anna, en el barrio Gòtic de Barcelona. / periodico

Elisenda Colell

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Ayer, antes de ayer y hoy. La iglesia de Santa Anna, en el barrio Gòtic de Barcelona, lleva semanas viendo como jóvenes magrebís, algunos mayores de edad, otros menores, piden cobijo en su templo. Lo confirma el párroco, Peio Sánchez, que alerta del deterioro psicológico en el que estan sumidos. "A algunos les están prostituyendo", alerta el sacerdote.

Hace ya dos inviernos que la iglesia de Santa Anna se ha convertido en un hospital de campaña que acoge a personas sin hogar. Con unas camillas de madera unen los bancos y montan medio centenar de camas, además de servir desayunos. Dentro del templo se puede dormir de ocho de la mañana a ocho de la tarde. Pero en los últimos meses la iglesia ve cómo llega una nueva tipología de personas sin techo: niños magrebís, algunos mayores de edad, que malviven en las calles de Ciutat Vella. 

"Hay alrededor de unos 75 jóvenes magrebís que viene habitualmente", explica el rector Sánchez. Representan el 30% de las 250 personas que, al día, pasan por el templo a descansar. "Por la noche el ayuntamiento no nos deja abrir, pero ellos vienen por la mañana a descansar igualmente", lamenta Sánchez. Este es un hospital de campaña como existen en San Francisco, en Roma o en Madrid.

La diferencia aquí es la presencia de los jóvenes. "Esto solo ha hecho que empezar", avisa. Dice el párroco que los Mossos d'Esquadra les comentaron que en los próximos tres meses 1.000 menores tutelados magrebís, sin familia, van a cumplir la mayoría de edad y tienen todos los números de acabar en la calle. 

Cerebro deteriorado

"Estan deteriorados, física y mentalmente" señala el párroco, que pide un abordaje de emergencia para los chicos. "Muchos toman drogas, están realmente muy agobiados y lo pasan muy mal", explica. Los menores, se escapan de los centros. Y los mayores, son expulsados de ellos al cumplir los 18 años, como publicó recientemente este diario. De hecho hace cuatro semanas el centro decidió contactar con un educador social, Adrià Padrosa. Antes, trabajaba en los centros de acogida de los migrantes.

"A mí me han hecho llevar con furgoneta a los que cumplían la mayoría de edad a la otra punta de la ciudad para que no supieran volver", afirma. Dejó ese trabajo. Ahora trata de vincular a los menores a los centros de protección. "Si llamamos a los Mossos a los dos días se vuelven a escapar, si llamamos a los educadores de la calle cuando vienen quizá los niños ya no están, son muy pocos", asegura Padrosa.

Carne para las mafias

Una realidad que constatan es que los jóvenes cometen delitos. Y preguntando, se han dado cuenta, dicen, de que en Barcelona hay mafias de crimen organizado que les extorsionan. "A cambio de robar tantos móviles al día les dan hachís, ropa cara..". Luego se la ponen y suben las fotos a las redes. En Marruecos, huelen la vida de éxito. Explican que han visto mapas del distrito donde cada grupo tiene definida su área de actuación. Otros, dicen, "han hecho algún servicio de prostitución masculina", señala el cura. "Algunos nos lo dicen, otros lo ves tu mismo", añade el educador. Y hay otro oficio a desempeñar, captar clientes para las prostitutas.

"Las mafias se aprovechan de estos niños para hacer dinero sin ensuciarse las manos", clama Sánchez, que pide una intervención social seria. Constata que han aumentado los palos que dan los chavales alrededor de la zona. Hace un par de semanas, junto a la monja Vicky Molins se reunieron con el secrerario de protección social de la Generalitat, Francesc Iglesias. "Nos dijo que ahora, su trabajo, es convencer a los políticos de que estamos en una emergencia, como si tuviéramos un huracán". 

Este lunes por la mañana, a las 12 del mediodía, una decena de personas seguía durmiendo en el templo, con música sacra de fondo. Al menos unos seis eran jóvenes magrebís. Al salir, algunos tomaban un vaso de leche y un trozo de bizcocho facilitado por los voluntarios. Otros, en una plaza cercana, preferían inhalar pegamento usando bolsas de plástico.

Uno de ellos era el pequeño Ousama. Dice que ha vivido en Francia, Holanda y ahora ha regresado en Barcelona. Tiene un corte profundo en la muñeca, parece que va cicatrizando. Con la mirada ya perdida, explica que en una pelea, le quisieron cortar la mano. No tiene más de 13 años. Se esconde la bolsa con la cola en el bolsillo, y se va.