BARCELONEANDO

La cámara oscura de Richard Learoyd

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Ramón de España

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Al pobre Toni Cruanyes, presentador del 'Telenotícies', se le ocurrió colgar en su cuenta de Instagram la foto de una cabeza de caballo cortada a medio cuello, desatando de esta manera las iras de sus seguidores más llepafils, que consideraron ofensiva la imagen, aunque la cabeza equina no estaba en la cama de un mafioso, como en 'El padrino', sino sobre una base plana y en condición de naturaleza muerta. Esa imagen forma parte de la exposición que la Fundación Mapfre dedica estos días en Barcelona al fotógrafo británico Richard Learoyd (Nelson, Reino Unido, 1966), un hombre cuya inteligente mirada no solo se centra en caballos decapitados –esa foto no es la más representativa de la muestra–, sino también en mujeres de una melancolía fascinante, flores mustias, hombres poco agraciados, paisajes de bosques y mares y cualquier asunto que le parezca digno de ser inmortalizado.

Learoyd reconoce la influencia de Dominique Ingres y de los prerrafaelitas en su obra, pero también la de esa foto anónima de Anna Frank que suele aparecer en la portada de cualquier edición de su diario. Su idea del retrato es exhaustiva y consigue no olvidarse de nada relevante del fotografiado o fotografiada. Nadie sonríe en sus imágenes. Todas esas mujeres aparentan estar sumidas en sus pensamientos más profundos, que parecen ser los que les otorgan la expresión que muestran a la cámara. Tampoco hace ascos a los cuerpos femeninos obesos, y ahí nos recuerda un poco a Francis Bacon, un pintor que alcanza sus mejores momentos en los cuadros que pinta totalmente bebido, y también a Lucian Freud, cuyo maravilloso feísmo no necesitaba estados alterados (en otra época, le habrían ahorcado por su retrato de la incombustible reina Isabel).

Muchas de las piezas son únicas; si algún día se rompen o se queman, no quedará nada

Hacia el 2003, Learoyd se construyó en casa una 'camera obscura', sistema vetusto de fotografía que le ha dado unos resultados magníficos, como se puede observar en gran parte del material expuesto en la Mapfre. En este procedimiento, que ocupa su espacio, el modelo se sitúa en el centro de una habitación en cuyo extremo hay una especie de cabina en la que se encierra el artista para captar la imagen que busca. Aunque este sistema casi rupestre permite un máximo de entre tres y cinco copias, lo normal en Learoyd es la copia única, que en cierta medida sacraliza un arte que ahora se basa en la repetición infinita de una misma imagen. Muchas de las piezas colgadas en la Fundación Mapfre son únicas, y si algún día se rompen o se queman, no quedará nada de la muchacha melancólica de turno o de la mujer desnuda con sobrepeso. Esto altera la mirada del observador –o, por lo menos, la mía–, que acaba otorgando un valor distinto hacia esas imágenes irrepetibles creadas con la cámara oscura del señor Learoyd.

Serio pero no deprimido

Se sale de esa exposición con el semblante serio, pero en absoluto deprimido. La mirada de Learoyd es severa, pero empática, en lo referente a los seres humanos. Con respecto a la naturaleza, parece observarla con un respeto rayano en la prevención: sus mares dan un poco de miedo, sus bosques resultan un pelín inquietantes, sus flores mustias –nada que ver con la alegría de vivir que distingue a las de su colega Robert Mapplethorpe, un hombre que aplicaba el mismo tratamiento triunfal a una flor en su apogeo que a un pene en erección– nos recuerdan que la decadencia, la caída y la muerte no son una exclusividad de los hombres y de las mujeres de este planeta…

Me he hecho adicto a las exposiciones fotográficas de la Fundación Mapfre. No sé quién se encarga de la programación, pero le envío una palmadita en el lomo. Tras disfrutar de lo lindo con las del japonés Shomei Tumatsu y la norteamericana Berenice Abbot, he vuelto a hacerlo con la del británico Richard Learoyd