BARCELONEANDO

Ratas 'made in Barcelona'

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Carlos Márquez Daniel

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Mucho se ha hablado durante esta semana de las <strong>200.000 ratas barcelonesas</strong>. El asunto, sin embargo, y sin ser cosa menor, dista mucho de los titulares que el mundo de los roedores generó décadas atrás, cuando se llegaron a crear brigadas vecinales de exterminio, cuando flotaban muertas en el mar o cuando se aseguraba que en la capital catalana había el doble de ratones que de personas. Su manía de refugiarse en el inframundo urbano las ha convertido en una bomba de relojería bacteriana. Y aunque ahora se gestiona mejor la basura y las calles están más o menos limpias, siguen fuertes bajo tierra, en las cloacas. En sus cloacas. Sucede que la historia de la ciudad puede contarse a través de este animal de larga cola y pésima fama. Las ratas también han vivido una transición.

En junio de 1973, los vecinos de Ciutat Meridiana convocaron un peculiar concurso que consistía en cazar ratas. Quien apresaba el rodeor más grande, ganaba. Era la manera de protestar contra la insalubridad y la suciedad de un barrio obrero nacido en los años 60 fruto del urbanismo especulativo del ayuntamiento franquista, una zona abandonada y sin atenciones sociales. En enero de 1979, una huelga de basureros que se alargó durante seis días atrajo a la superficie una nutrida representación de la comunidad subterránea de múridos. Los desechos, por cierto, los recogía la misma empresa que hoy. “No debemos olvidar -rezaba entonces este diario- que son propagadoras de la peste, lo que supondría un gravísimo peligro para la ciudad”. El sambenito de bichos contagiosos lo arrastran desde la Edad Media, cuando un tercio de la población europea murió a consecuencia de la peste negra. Siempre se dijo que las ratas fueron las transmisoras, pero un estudio de la Universidad de Oslo publicado en el 2018 defiende que fue la propia roña humana (pulgas y piojos que anidaron sin demasiada oposición en los propios humanos) el origen de semejante aniquilación. Según este informe, no existe documento medieval alguno que mencione la muerte en tropel de ratas. Raro, eso de que el animal sobreviviera y el homo sapiens, no.

En cualquier caso, la rata no es un gato o un perro que uno pueda domesticar o ponerle nombre. Es de cogerle poco cariño. Que le pregunten a los vecinos de la Prosperitat, en Nou Barris, que a principios de los años 80, con los edificios recién estrenados, salían de noche para cazar ratas. En octubre de 1984, llegaban a eliminar 15 piezas de gran tamaño cada hora. Mientras ellos se agazapaban por las calles, sin linterna, para no ahuyentar a la presa, la gente les echaba una mano desde las ventanas, señalando aquí o allá. Un año antes ya se habían puesto a ello los residentes del Clot, donde una industria de despojos de animales se había convertido en un auténtico volquete de ratas. Las mataban a perdigonazos. “No son ratas, son tigres”, comentaba uno de los cazadores urbanos, asombrado por el tamaño de las bestias. Un padre orgulloso contaba cómo su hijo se había cargado cinco o seis desde la ventana con una carabina de aire comprimido.

Lo mismo sucedía en las chabolas de La Perona, donde hoy está el parque de Sant Martí. Los gitanos que vivían en la zona preferían no quejarse al ayuntamiento para que no les derribaran el poblado. Salían a cientos durante el atardecer. Ya entonces se señalaba la construcción antigua y la gran concentración de personas como dos de las causas de la presencia de ratas. Lo mismo defienden en el presente los expertos de la Agencia de Salud Pública de Barcelona (ASPB), los hacedores de ese contaje de 200.000 roedores.

La cifra contrasta con el número que se aportaba hace 30 y 40 años. En 1980, el entonces concejal de Sanidad, Felip Solé i Sabarís, hablaba de 1,5 millones de ratas. En 1986, el año en el que Samaranch abrió el sobre de la Barcelona olímpica, el departamento municipal de Higiene Pública aseguraba que eran cuatro millones. Y esto no es una broma: Gonzalo Monzón, responsable de la desratización local, calificó la cifra de “tolerable”. Las zonas negras eran los cauces del Llobregat y el Besòs, la zona portuaria y el distrito 1 (Ciutat Vella). Ya en 1989, quizás por el 'restyling' que se le hizo a la ciudad de cara a los Juegos, la población de roedores había bajado a dos millones. Los números eran de una precisión tan escalofriante como sospechosa: 198.122 en Montjuïc, 210.334 en Nou Barris, 91.057 en Les Corts... Los servicios municipales dividieron la ciudad en 150 zonas y, a través de encuestas, incidencias, capturas y signos observados en distintos lugares, se pudo determinar el número de ejemplares “con escaso margen de error”. Sorprende que fuentes de la ASPB digan que el conocido recientemente es “el primer estudio serio o como mínimo el primero que permite estudios de seguimiento futuro para saber cómo evoluciona la población”.

En cualquier caso, y dejando a un lado los métodos de contaje, en lo que sí hay cierta coincidencia es en que el límite tolerable se supera "cuando el animal pasa a ser visible". Pasados los Juegos, incluso en el mismo verano del 92, las playas amanecieron varios días plagadas de ratas flotando. No fueron engullidas por el mar, simplemente fueron arrastradas por el agua torrencial caída en los días previos. En la Barcelona más contemporánea han brotado sobre todo en obras del metro, pero también en grandes infraestructuras como el túnel de Glòries o la Sagrera.

Sean cuatro millones o 200.000, lo que no cambia es el riesgo que las ratas suponen para la salud pública. En el 59% de los múridos analizados en este último estudio apareció la bacteria Listeria monocyctogenes, causante de abortos espontáneos en embarazadas y de casos de meningitis en niños. No hace falta que los barceloneses se armen para combatirlas, pero tampoco sería buena idea dejar que se vengan arriba. 

Un verano de ratas en la ciudad

Envenenar, limpiar y hermetizar. Estas son las tres líneas de actuación que llevan a cabo las empresas de desratización. David Pardo, gerente de Fast Control, explica que este año están notando una mayor presencia de roedores en toda la ciudad: "Las plagas van de la mano de calor", dice.