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Cuando el plátano ya no es sensacional

La relación de Barcelona con su árbol más icónico nada tiene que envidiar de las tempestuosas nupcias entre Orson Welles y Rita Hayworth

Arboles plataneros en el Paseo de Gracia.

Arboles plataneros en el Paseo de Gracia. / periodico

Carles Cols

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La culpa es del ‘software’ de los ‘Platanus x hispanica’, el celebérrimo plátano de Barcelona. Si la raíz descubre con pavor que escasea el agua, se activa un protocolo de emergencia. La orden, que se supone que se tomará allí donde este árbol tenga la CPU y el disco duro, es clara e inmisericorde: hay que sacrificar hojas, tantas como a las que no se les pueda saciar la sed. Total, que cada año, en ocasiones ya por estas mismas fechas (toquemos madera, nunca tan oportunamemte dicho), los plátanos, justo cuando más se desea su sombra, alfombran las aceras de Barcelona con un manto de hojas muertas. El matrimonio entre Orson Welles y Rita Hayworth fue un poco así. Aquella glamurosa relación entre esa especie vegetal y esta ciudad primorosamente delineada por Ildefons Cerdà, que parecía que iba a ser eterna, va camino del divorcio. “Los hombres se acuestan con Gilda y se despiertan conmigo”, dijo en una ocasión Hayworth para condensar su catastrófica vida sentimental. Es cierto. Barcelona creía que los plátanos eran otra cosa cuando se enamoró de ellos y mírales ahora, tan traicioneros.

Hace 20 años, eran uno de cada tres árboles de la ciudad. Pronto serán uno de cada cinco. Esto ya no es el 'can Fanga' donde echaron raices

Hace 20 años se realizó el más exhaustivo estudio realizado hasta la fecha sobre los plátanos de la ciudad, algo tarde, sin duda, pues los primeros fueron plantados durante la segunda mitad del siglo XIX. El caso es que se hizo y las conclusiones depararon no pocas sorpresas. Entonces, esta especie era claramente la dominante. De los 150.128 árboles entonces censados en la ciudad, 59.241 eran plátanos, uno de cada tres. No todos, sin embargo gozaban de la misma salud. Los más sanos miraban al este, quién sabe si con nostalgia, porque la de Barcelona es una especie híbrida, mitad ‘Platanus orientalis’. Los más quejumbrosos eran los del Eixample, por varias razones, no principalmente por el tráfico y la contaminación, como de entrada cabría suponer, sino porque este es un distrito más caluroso que otros y porque al plátano le gusta despuntar por encima de los edificios. Vamos, que durante la época de las ‘remuntes’ de Porcioles muchos de ellos se quedaron entre sorprendidos y acoquinados. El mayor de sus males, no obstante, era otro, un error de cálculo de cuando fueron plantados.

Los plátanos fueron elegidos como especie dominante de la ciudad por su veloz crecimiento y por la gigantesca sombra que eran capaces proporcionar. En condiciones óptimas, su copa alcanza un diámetro de 30 metros, o sea, 15 de radio desde el eje central del tronco. Las aceras del Eixample no superan los siete metros. Las cuentas no cuadran. Durante décadas, además, los plátanos fueron sometidos a terribles campañas de poda que los dejaban como a Johnny, el que cogió el fusil. Aquello les hizo muy vulnerables a contraer enfermedades. La ciudad ya no era como se la habían prometido. No solo por el porciolismo, sino también por otros detalles que a veces se olvidan. Cuando se plantaron los primeros ejemplares, esto era ‘can Fanga’, un barrizal cuando llovía. A los plátanos les gusta lo mismo que los cerdos, el barro. El agua llegaba generosamente a las raíces. Los adoquines de la primera Barcelona no fueron mala solución. Además de ese aire ‘trés parisienne’ que le daban a muchas calles, permitían una notable filtración de agua. Con la llegada del asfalto, los plátanos pasaron a depender del alcorque, un chupito para saciar la sed.

Aquel estudio de 1998 fue un punto de inflexión. Se decidió, salvó en circunstancias muy concretas, no reponer con nuevos ‘Platanus x hispanica’ los ejemplares que fallecieran, y menos aún hacerles un hueco en los programas de ampliación del arbolado de la ciudad, que de media empadrona cada año 1.500 árboles nuevos. Las cifras cantan. A fecha de hoy (calentitas como el pan), hay en Barcelona 46.290 plátanos sobre un censo total de árboles de 204.102. En una ciudad cada vez más verde, los plátanos son menos. Se dice pronto, pero en dos décadas, casi 13.000 de ellos han sentido cómo el acero de la toconadora abrazaba su tronco.

Ser plátano, se podría concluir, ya no es ‘cool’. En su defensa, que no es fácil, sale el jefe de gestión del arbolado del Ayuntamiento de Barcelona, Joan Guitart. No se anda por las ramas. “Al plátano se le está criminalizando”, dice. Es como el Javier Melero de este juicio ciudadano al que se somete al pobre plátano. “El árbol de ciudad perfecto no existe”, añade. Ni siquiera lo es el principal sustituto del plátano, el almez, por muy amigo que sea de los barrenderos, pues tiene a bien desprenderse de sus hojas, cuando toca, de golpe, de modo que no hay que pasar una y otra vez a adecentar la calle.

Según Guitart, el plátano expía en el relato coral de los barceloneses pecados que no son suyos, como que sin su presencia las alergias serían muchas menos. Falso. El polen del plátano no es especialmente agresivo. Más lo es el de los olivos, que algunos hay en la ciudad, pero que como caen más simpáticos nadie los mira mal. Es más, el problema es que en lo plátanos se confunde el polen con esa pelusa de los frutos, que médicamente no se considera una alergia. También en esta cuestión, el problema es el asfalto. En los parques, es decir, cuando los plátanos no crecen encorsetados en un alcorque, esos residuos vegetales se entremezclan con la tierra y no quedan a expensas del viento.

Tras un siglo de estrés hídrico, porciolismo y vivir con estrecheces, habrá que preguntarse si, como dijo Welles, aquello fue felicidad

A medio plazo, la meta municipal es que ninguna especie vegetal de la ciudad represente más del 15% del total. Para alcanzar ese objetivo, los plátanos tienen que retroceder aún siete pasos, pues hoy son el 22,7% del arbolado, pero, con todo, por su carácter icónico, siempre tendrán reservado un espacio en las calles donde su silueta forma parte del paisaje histórico, como la Rambla o el Quadrat d’Or. El resto, ¡ay!, siempre con la corteza temblorosa, por si ven pasar la toconadora cual Parca del inframundo vegetal. Cuando la periodista Barbara Leaming se propuso escribir la biografía de Rita Hayworth, entrevistó a Orson Welles. Le contó que, según la actriz, de todos los matrimonios de su vida, el que la enlazó con él fue el más feliz de todos. Welles, consciente de lo insana que fue aquella relación, respondió: “Si aquello fue felicidad, imagine como fue el resto”. Leaming, sobrecogida, utilizó la frase como título de su libro. Quien sabe si alguna vez los plátanos fueron realmente felices en Barcelona.