TRANSFORMACIÓN DE UN BARRIO DE MODA

La última víctima del 'barricidio' de Sant Antoni ya tiene nombre: Escola Griselda

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zentauroepp48615811 13 06 2019 barcelona tanquen les escoles grisselda escola c190614090122 / JOAN MATEU PARRA

Helena López

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El cruce entre Parlament y el pasaje de Pere Calders podría considerarse algo así como el epicentro del terremoto gentrificador que sacude desde hace años el barrio de Sant Antoni. Allí se levantan -y mucho, ya que para acceder a ellas no queda otra que subir una considerable escalinata- las Escoles Griselda. Colegio cooperativo arraigado desde hace 70 años a este barrio popular, que este viernes, cuando terminen las clases, cerrará sus puertas para siempre. Nunca un final de curso, motivo siempre de alegría, había resultado un trago tan amargo. Se les termina el contrato de alquiler después de haber exprimido todas las prórrogas posibles y les ha sido imposible encontrar en el barrio un local alternativo donde continuar con el proyecto: una escuela pequeña, de una línea, "laica y catalana", en la que conviven niños de orígenes geográficamente muy diversos, pero muy parecidos en cuanto a clase, popular; en la que ninguna familia es perseguida por no poder pagar la cuota, y en la que no son pocas las que no pueden.

"Hemos sido siempre una familia", resume Lourdes Boquer, presidenta de esta cooperativa sin ánimo de lucro. No lo dice por decir. Es exalumna, hija de maestra y profesora de la escuela desde los 19 años. Con el cierre, se jubilará, y la cooperativa, en la que ya solo quedan dos socias, ella y otra de las profesoras, no ha logrado encontrar relevo, ya que era económicamente inviable. "Nos cierran el colegio de los 'gitanets' de la calle de la Cera, ¿dónde vamos a llevar a nuestros niños, ahora?". Esta es una de las frases más repetidas estos días en esta puerta de entrada del Raval. Pese a que la escuela está en Sant Antoni, está a pocos metros de la frontera con el Raval, de donde proviene mucho de su alumnado, además de los los hijos de la cuna de la rumba. Es un colegio con una gran matrícula viva, donde siempre encuentran, encontraban, las puertas abiertas -y plazas disponibles- las familias de origen migrante que llegan a la ciudad a mitad de curso. En los últimos años predominan las de origen asiático. 

El próximo curso la escuela formará ya parte de ese Sant Antoni que poco a poco se va borrando. "Tengo alumnas que son nietas de exalumnas mías", explica Boquer para retratar hasta qué punto esta es una escuela familiar y hasta qué punto su vida está estrechamente vinculada a la de la escuela. Habla desde la sala de profesores del centro, estos días convertida en un despacho descentralizado del Consorci d'Educació de Barcelona, desde el que se está intentando recolocar de la forma menos traumática posible a los 174 alumnos del centro a los que el cierre les ha pillado por sorpresa.  

"Tanto como los pamcakes"

"Aunque ahora la escuela tenga que cerrar, siempre recordaré estos momentos, y cuando tenga hijos o algo por el estilo, se lo contaré. Esta escuela me gusta tanto como los pamcakes", cuenta Aimar, alumno de quinto quien en septiembre se verá obligado a vivir un nuevo proceso de adaptación para un solo curso, ya que al siguiente ya irá al instituto y vuelta a empezar. Su madre, Encarna Martínez, aún está en shock tras conocer la noticia, hace dos semanas "a pocos días de las vacaciones y después de cerrarse el proceso de preinscripción", critica. "Esto es un duelo, cada uno lo lleva como puede", se sincera. A ella el cuerpo le pedía protestar. Denunciar que no podía ser que cerraran una escuela, así, de un día para otro. Una escuela como la suya, además, tan diversa, con esa función social, pese a ser concertada. Como ejercicio para que los niños pudieran expresar todo lo que sentían por tener que separarse -la escuela desaparece y a estas alturas les dispersan como puedan, donde puedan, en centros distintos, evidentemente- les organizó un taller de vídeo en el que los compañeros de su hijo pudieron compartir sus miedos. El taller lo organizó una madre, sí; en horario escolar, sí. Lo de que esta escuela es como una familia no es un lugar común.

Las ventanas de la parte baja del edificio, un bombón inmobiliario, están tapiadas. El colegio es ya el último inquilino de la finca, propiedad de Núñez y Navarro, casero para el que Boquer solo tiene buenas palabras. El contrato terminó hace 15 años, pero la cooperativa encontró la vía legal para alargarlo primero 10 años y después, cinco más. Hasta diciembre del 2019. "La propiedad ha tenido paciencia con nosotros y siempre que hemos tenido algún problema ha respondido. Nos ofrecieron además una alternativa en unos locales aquí al lado, en Manso", prosigue la maestra. Pero tuvieron muchos problemas con los permisos -el patio interior, donde debería ir el patio del colegio, está calificado como zona verde-, además de que el local necesitaría una inversión de 700.000 euros, dinero del que no disponen.

Parte de la vida de muchos

Pese a que las familias conocieron la noticia hace dos semanas -había incluso 14 niños preinscritos para empezar P-3 el próximo curso-, el final de la cooperativa empezó a gestarse hace dos años, el tiempo que llevan buscando sin éxito un local alternativo que pudieran pagar. No lo encontraron. Tampoco han podido acogerse al nuevo decreto ley que permite el paso de escuela concertada a pública, ya que no dispone de local. "Ha confluido todo", resume la veterana maestra, quien desde que hizo público el cierre no ha parado de recibir mensajes de exalumnos pidiéndole poder visitar la escuela por última vez. Esta escuela, fundada en 1945, forma parte de la vida de muchos vecinos.    

El perfil de sus alumnos ha ido cambiando con el paso del tiempo, como ha cambiado el barrio. Antes sus alumnos eran principalmente los hijos de los comerciantes del mercado de Sant Antoni. Con el paso del tiempo y la apertura de una escuela pública justo al lado con un equipamiento mucho más atractivo para las familias, la escuela fue perdiendo matrícula local y ganando matrícula viva, convirtiéndose en centro de alta complejidad. Se da la paradoja de que en este caso el colegio segregado es el concertado, no el público. El futuro del edificio una vez quede vacío aún es incierto. Lo que es seguro es que no acogerá un proyecto como el actual ni nada que se le asemeje. Que Sant Antoni, el barrio de las vinotecas, las tapas y las tiendas 'cool' perderá  una escuela que a sus alumnos les gusta tanto como el pamcake. 

Finalmente se irán sin hacer demasiado ruido pese a lo que le pedía el cuerpo a la combativa madre de Aimar quien, eso sí, ha inmortalizado los últimos días de esa familia llamada Escoles Griselda en un emotivo y reivindicativo vídeo en que los niños, que dicen que siempre dicen la verdad, hablan de especulación y de administraciones que cuidan más una mercado que un colegio. Un vídeo que podrá enseñar a sus nietos, como lo gustaría a Aimar.