BARCELONEANDO
Con los naipes no se juega
'Una mà de cartes' recorre la historia global y barcelonesa del naipe en la sede del Arxiu Històric
Mauricio Bernal
Periodista
Mauricio Bernal
No son a primera vista barajas de naipes la clase de patrimonio que tiene en mente la gente cuando piensa en los bienes que atesora el Arxiu Històric de la ciudad; alumbrarán antes pergaminos, antiguas actas municipales, pero a los naipes es seguro que llegarán solo los más sagaces. ¿Naipes? No solo eso. El Arxiu tiene una colección de envergadura suficiente como para que dos estudiosas del tema, Paloma Sánchez y Esther Sarrà, hayan pasado una década poniendo en pie el catálogo correspondiente, finalmente terminado hace cosa de un año. Semejante empresa debería convertirlas en algo del orden de reinas de la baraja, pero, aparte de que el título con toda seguridad tiene propietaria, remite a lo que justamente Sánchez y Sarrà no hacen, que es estudiar el naipe como juego. Les interesa el objeto. Su evolución y su historia. "El juego es precisamente lo que ha ido en contra de su valoración como objeto", explican.
Las historiadoras del arte Paloma Sánchez y Esther Sarrà acaban de culminar 10 años de trabajo en el catálogo de la colección
De modo que no es el naipe como perdición de los hombres, sino el naipe visto como ese trozo de papel alegre inventado en algún momento del siglo XIV, el centro de una posterior y próspera industria a la que Barcelona no fue ajena. Ajena ha sido, en cambio, al estudio del tema, más normal en otras geografías, de ahí el valor del trabajo que llevan a cabo Sánchez y Sarrà: amplio, habitado por estudios, libros y artículos, la clase de experiencia susceptible de apuntalar el desafío de poner orden en un material de archivo. Catalogado todo, la centenaria institución lo celebra con una exposición didáctica y representativa de la colección, 'Una mà de cartes', recorrido por la historia general del naipe y particular de la industria del ídem barcelonesa. La han comisariado, naturalmente, las dos historiadoras del arte.
La guerra de las cartas
Eran un objeto de valor. Eran cosa de ricos, los naipes, pintados a mano al principio, una pieza después de otra. Entre la teoría que dice que los inventaron en China y la que sostiene que brotaron de Europa –no son las dos únicas, pero sí las más citadas–, Sánchez y Sarrà se apuntan a la segunda, siempre subrayando que no se ha dicho la última palabra al respecto. Como sea, los naipes aparecen en los círculos cortesanos europeos a mediados del siglo XIV, pero –síntoma de su lúdica deriva social–, tan solo dos o tres décadas después empiezan a ser prohibidos. Resulta que la gente jugaba con ellos. Furor: se puede decir que causaban furor. "La teoría que tenemos es que las innumerables guerras europeas sirvieron para popularizar el naipe", dicen las comisarias. Detrás estaba la xilografía, que había permitido imprimir las primeras barajas estándar y volverlas accesibles al vulgo. De hecho, fue la técnica empleada hasta el siglo XIX, cuando la revolución industrial cambió la forma de hacer las cosas.
Barcelona fue "una gran potencia" de la fabricación de cartas entre los siglos XVII y XX
De modo que, caray, eran un negocio, un negocio rentable, las cartas, y Catalunya y los negocios rentables siempre han sido amigos, luego no suena extraño que Barcelona fuera "una gran potencia entre los siglos XVII y XX", con una cota de esplendor máximo en el XIX, dicen Sarrà y Sánchez. Detonante clarísimo del auge de la industria local fue la llegada a Barcelona de dos familias francesas fabricantes de cartas, los Grosset por un lado y los que la posteridad ha conocido como los Rotxotxo, ambos detentores de combustible e inspiración. Con los Macià, han pasado a la historia como los grandes fabricantes de cartas de Barcelona. Del discreto segundo plano en el que por lo general se mantuvieron hay que rescatar a los grandes dibujantes, Alexandre de Riquer, Apel.les Mestre, Valentí Castanys, Julio Díez y Ramón Puiggarí, por ejemplo. Y hay que decir que ni el fondo del Arxiu ni la muestra adolecen de la exuberancia que brindan a cualquier colección las barajas de fantasía, esas que no se hacían para jugar sino para reflejar las corrientes artísticas en boga. Cualquier tema era susceptible de convertirse en baraja.
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