las fosas de Barcelona

Dos muertos y una docena de sospechosos

Unas obras inmobiliarias, cómo no, sacan a la luz la guerra en la retaguardia que sufrió Barcelona de 1936 a 1939

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Carles Cols

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De este crimen cometido hace poco más de 80 años en la zona alta de Barcelona nada se sabía hasta ahora y, de repente, ya hay lo fundamental para que haya caso, es decir, dos cuerpos sin vida, de dos varones de entre 30 y 40 años. El cráneo de uno de ellos tiene un inequívoco orificio de entrada de una bala. Hay, pues, crimen, y (aquí querríamos ver a Hércules Poirot) hay también como mínimo una docena de sospechosos, porque los primeros indicios apuntan que son dos víctimas de aquel Cluedo en que se convirtió la retaguardia barcelonesa tras el estallido de la guerra civil. Sustitúyase la señorita Amapola con el candelabro por un cenetista con una pistola Star o por un falangista con una Astra 300 para ir así situando el relato.

Barcelona, y tal vez eso explique todo aquello de paranormal que aquí ocurre, se levanta sobre cientos de sepulturas

El hallazgo de los dos esqueletos tuvo lugar el pasado 27 de mayo de forma fortuita, a raíz de las obras de construcción de dos fincas entre los números 10 y 20 de la calle Ràfols. Barcelona, y eso no es ningún secreto, está construida sobre miles de sepulturas. Lo de la urbanización Cuesta Verde de ‘Poltergeist’ es una broma a su lado. Solo en la zona de la Sagrera donde dicen que algún día habrá una estación del AVE se han encontrado en menos 10 años 440 restos humanos. La última vez, en agosto del 2018, fue sonada. Más de 300 esqueletos de la soldadesca que sitió la ciudad durante la guerra de los Segadors, pero que no murieron en combate, sino víctimas de alguna epidemia, probablemente la peste. A lo mejor, que la Sagrera haya tomado el relevo de la Sagrada Família como obra sin fin tiene algo de paranormal.

Dos esqueletos en Sarrià-Sant Gervasi parecerán poca cosa al lado de esos antecedentes, pero son, tal vez, un caso singular. Son, vistos con algo de imaginación, las primeras víctimas palpables de la guerra dentro de la guerra que se desencadenó en Barcelona a partir de 1936 y, sobre todo, en primavera de 1937.

Balazo

A Josep Pujades, responsable municipal de intervenciones arqueológicas, le ha tocado tras el hallazgo el ingrato pero sensato papel de evitar que aquí cualquiera se apunte a hallar culpables por su cuenta. En las novelas de Agatha Christie aparece a menudo ese personaje que trata de ir más deprisa que Poirot, siempre con ridículos resultados. Pujades invita a no atar cabos. Hay lo que hay. La bala entró por el occipital, o sea, que, salvo que se trate de un contorsionista circense, no se trata de un suicidio. Los restos materiales (botones, tejidos, hebillas…) sugieren que, efectivamente, murieron a mediados de los años 30. La bala, eso sí, no ha aparecido. Sobre uno de los esqueletos son bien visibles las paladas de cal que se echaron para sepultar el cadáver, lo cual es una pista engañosa. En un primer momento se supuso que podían ser víctimas de alguna enfermedad infecciosa inhumadas en las proximidades de la iglesia del Sagrat Cor. El disparo característico de una ejecución señala lo contrario.

Desoyendo a los que de esto saben y piden prudencia, queda dicho que los restos estaban en mitad de un triángulo de tres checas

Pujades lo que reclama es que se evite la tentación de superponer el mapa del hallazgo con el mapa de, por ejemplo, el medio centenar de checas en los que se llevó a cabo una sucia guerra de represión ideológica. Pidiendo de antemano disculpas a Pujades, lo cierto es que estos dos cadáveres han aparecido en mitad de un triángulo en cuyos vértices hay tres checas, un término usado muy alegremente, porque los anarquistas jamás las llamaron así, pues eran, con ese nombre, un invento de sus enemigos soviéticos. Hasta mayo de 1937 hubo una de la CNT-FAI en el número 1 de la calle de Canet, el comunista Servicio de Información Militar (SIM) tuvo otra en el número 10 de la avenida de Vallvidrera y en la confluencia de las calles de Anglí con el paseo de la Bonanova hubo otra que la inauguraron los anarquistas, pero que la heredó el SIM a partir de los Fets de Maig de 1937. A lo mejor nada tuvo que ver la muerte de aquellos dos hombres con ese triángulo de represión. A lo mejor fue un ajuste de cuentas por otras causas, porque en bajos fondos, durante el primer tercio del siglo XX, Barcelona poco tenía que envidiar de Chicago.

Las opciones de resolver este caso, que las hay, pasan en realidad por la posibilidad de que se llegue a determinar la identidad de las víctimas, una labor en la que la dirección general de Memòria Democràtica de la Conselleria de Justícia está comenzado a obtener resultados espectaculares. En colaboración con el Hospital del Vall d’Hebron obtienen trazas de adn de las víctimas y, gracias al creciente banco de muestras que proporcionan las familias que nunca nada más supieron de sus antepasados, logran en ocasiones felices coincidencias.

Se busca adn

<span style="font-size: 1.6rem; line-height: 2.6rem;">El <strong>programa contra la desmemoria que impulsa la Conselleria de Justícia</strong> ha conseguido ya resultados. Pocos en número, de acuerdo, pero impresionantes por lo imposible que de entrada parecía que finalizaran con éxito. Por ejemplo: la quinta víctima identificada gracias a las pruebas de adn que ha podido ser devuelta a sus familiares para recibir una sepultura digna es un maqui italiano, Elio Ziglioli, que en 1949, terminada ya la guerra, fue detenido por la Guardia Civil, torturado y ejecutado en Castellar del Vallès. Tenía 22 años. Sus restos, tras el trabajo de investigación, pudieron volver a su Lovere natal, en el norte de Italia.</span>