INICIATIVA COMUNITARIA

Ramadán solidario para los 'niños de la calle' del Raval

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Helena López

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Acarrean la olla por uno de los característicos caminitos rojos de los jardines de Sant Pau del Camp. Sonrientes, cada uno por una asa, visiblemente orgullosos de ser los elegidos para tan importante misión. Pesa y andan con cuidado de no tropezar con las chanclas que calzan pese a que esta primavera todavía atardece fría. Traen ‘harira’ para una docena. Otros dos chicos se han encargado de ir a buscar la otra cacerola con la tradicional sopa para el resto. Ninguno de los cuatro llega a los 18, alguno siquiera a los 12, aunque asegura tener 15; pero hace tiempo que viven (y están) solos, en la calle, viendo pasar las horas en este céntrico parque del Raval en el que las últimas noches han sentido cosas a las que no estaban acostumbrados. Cosas bonitas. De niños. Lo que son, pese a las marcas que la dureza de sus cortas vidas ya han dejado en sus rostros. En sus cuerpos menudos.

A las nueve ya está todo listo. No solo servida la ‘harira’, sino también los dátiles, el pan y el huevo duro que otro de los chavales ha cortado y repartido con sus manos, enfundadas en profesionales guantes de látex. La leche, también a punto, en los vasos de la izquierda. A la derecha, el gazpacho y la sandía, también cortadita. Los platos, una treintena, ocupan buena parte de uno de los muros de la plaza, a la que no solo han acudido los chicos que viven allí, sino también algunos de los que duermen en Montjuïc. El boca a oreja. Hasta las nueve y nueve, hora marcada para romper el ayuno este martes, nadie toca nada. Pese a lo humilde de la vajilla, de plástico, esto es un ‘iftar’ y toca esperar hasta que se ponga el sol.

Vidas rotas

Es la 17º noche de Ramadán y eso se nota en cómo se miran. En las complicidades generadas que hace solo unas semanas parecerían imposibles. Estos chicos no son solo 'menas' o 'exmenas'. Son niños y jóvenes con las vidas rotas cuando apenas tendrían que haber empezado a vivirlas. Escapados de los centros de menores, "en los que nadie cree y no creen en nadie". "Ya no hay más abajo en esta ciudad. Son los condenados de la tierra; pero ahora que nos permitieron estar junto a ellos los vamos a acompañar", explica Luciano, miembro del Espacio del Inmigrante y uno de los voluntarios de este ‘iftar’ comunitario nacido de un grupo de jóvenes vecinas del Raval que sentían que tenían que hacer algo por acercarse a estos chicos a los que todos temen.

La referente es sin duda Omaima, joven de 22 años de familia marroquí y criada en Vilafranca del Penedés, quien vive sola en Barcelona desde hace uno, donde estudia Psicología. "Soy una chica musulmana y este es mi segundo Ramadán sin mi familia. Sé lo que es vivir un Ramadán sola y no quería repetirlo. Hacía tiempo que con algunas amigas del barrio pensábamos en qué podíamos hacer para acercarnos a estos chicos, y de ahí salió la idea de organizar un ‘iftar’ en el parque", narra la joven sentada en la hierba junto a sus amigas y algunos de los chicos, una vez ya todos están cenando. "Teníamos claro que no queríamos hacer caridad. Aquí ya vienen de alguna congregación religiosa, les dan bocadillos y se marchan. Nosotras lo que queríamos, y hemos logrado, es que ellos se impliquen en la organización, ellos ayudan a recoger y friegan platos", prosigue Omaima, quien subraya en todo momento que se trata de una iniciativa colectiva. Enumera los nombres de todas las vecinas - "prácticamente todas mujeres, sí"- que participan en la iniciativa. "Hasta mi tía, que vive en Vilafranca, ha participado. La mayor parte del dinero lo pone la familia de Kautar (otra de las impulsoras) y la mía", cuenta la joven.

"Un poco de miedo"

El primer día les dio un poco de miedo acercarse, no lo ocultan; pero ahora "los sentimos un poco como nuestros hijos", señalan riendo. La semana antes de empezar el Ramadán entraron en el parque a hablar con ellos y preguntarles dónde iban a hacer el ‘iftar’. Les dieron la respuesta esperada: en ningún lado. Les hicieron la propuesta y dijeron que sí. Intercambiaron teléfonos con los enlaces de los distintos grupos y volvieron cada tarde, para recordárselo e ir familiarizándose con ellos. También acudieron a la Tancada Migrant Massana y al Espacio del Inmigrante para pedir ayuda sobre cuestiones burocráticas, como cómo tramitar los permisos para la ocupación de la vía pública (preparan la cena en una típica mesa de fiesta mayor). Y a restaurantes marroquíes de la zona, que ya sabían que colaboraban con los chicos dándoles la comida que los sobra. "Hay dos, uno a cada lado del parque, que nos hacen gratis una ‘harira’ cada uno", cuenta Olivera, otra de las jóvenes implicadas en la iniciativa.   

"A nosotras nos ha dado mucha vida, compartir esto con ellos. Nos ha ayudado a nosotras, también. Nos da pena que se termine el Ramadán, somos como una familia", cuenta en el mismo corrillo Kautar, la otra joven de origen marroquí del grupo. Oumaima y ella tienen la ventaja de hablar árabe, lo que las acerca más a los chicos; pero, tras dos semanas, Marta -otra de las estudiantes- y Olivera han logrado romper, también, la barrera de la lengua. "Se hacen daño y tienen miedo de ir al CAP porque piensan que les van a detener. Estando aquí con ellos salen cosas que nosotras podemos compartir con los educadores de calle", relata Olivera, quien entiende a los chicos cuando no creen en el sistema: "Hay mucha distancia. Su mochila es muy pesada y sienten mucho miedo a la autoridad".

Ganas e ideas

Pese a que por ahora, la iniciativa informal consiste solo en organizar estas cenas en el parque -en la Tancada, los días que llueve- todas coinciden en que ni pueden ni quieren dejarlo morir. cuando termino el Ramadán. Tienen ganas e ideas, como ofrecerles clases de castellano. "Hay muchas entidades que hacen cursos, pero estos niños no van a ir a clase con un horario rígido- apuntan-; viven otra realidad, a la que nos tenemos que adaptar si queremos llegar a ellos".

Oumaima lo resume todo en un  "volver a la vecindad": "A mí mi madre me enseñó que te tienes que preocupar de cómo está tu vecino y si ves que está mal, ayudarle. En nuestra cultura eso está muy vivo y es lo que queremos recuperar aquí".