Barceloneando

El largo adiós

El músico y guionista Pol Rodellar arremete contra la gentrificación en la crónica gamberra 'Carrer Parlament'

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Olga Merino

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Doy una vuelta por el barrio de Sant Antoni, haciendo tiempo para la cita con el músico y guionista Pol Rodellar (Barcelona, 1981), cuando, de repente, me apercibo con asombro de que el Pa i Trago, en la esquina de la calle de Parlament con Borrell, ha arriado definitivamente los manteles de cuadros rojos y blancos. “Tancat per jubilació”, dice un cartel pegado a la persiana. Pero habida cuenta de que el local se encuentra en pleno territorio comanche de la especulación inmobiliaria, no sería tan extraño que detrás de la clausura se escondiera una subida exorbitada del arriendo o algún fenómeno paranormal; habrá que investigar.

En cualquier caso, desaparece otro restaurante entrañable, de los de toda la vida o casi (abrió en 1965), que hizo incluso un cameo en 'El laberinto griego', de Vázquez Montalbán, novela donde Carvalho entra en el restaurante, “dispuesto a un desayuno sólido y solidario con alguien sin miedo a morir antes de los ochenta años”, y se zampa un 'cap-i-pota amb samfaina' para empezar bien la jornada.

Pues, nada, se acabaron los desayunos de tenedor, de butifarra de Palautordera con seques. El cierre inopinado del Pa i Trago parece un preámbulo a medida para la charla con Rodellar, que acaba de publicar 'Carrer Parlament' (Temas de Hoy), una crónica gamberra y un poco punky sobre los cambios que viene sufriendo esta arteria en particular y Sant Antoni en su conjunto desde que comenzó la remodelación del mercado.'

Moderneo desatado

El subtítulo del librito, con ilustraciones de Cristina Daura, es ya una declaración de principios: ¿Quién querría un futuro pudiendo beber vermut? Porque resulta que aquí, en el epicentro del moderneo, pueden cobrar al incauto hasta dos euros por una anchoa, una sola. Y lo peor del caso es que la estratosferización de los precios no se circunscribe al aperitivo.

'Carrer Parlament' es un retrato irreverente sobre la gentrificación, palabra que viene del inglés gentry (pequeña aristocracia, gente bien) y que, según la Fundación del Español Urgente (Fundéu), alude “al proceso mediante el cual la población original de un sector o barrio, generalmente céntrico y popular, es progresivamente desplazada por otra de un mayor nivel adquisitivo”. Ya se sabe: la vida suele ir por delante de la política y el diccionario.

El libro consigna la aparición de una estética ‘vintage’ de pega junto con la subida estratosférica de los alquileres

Guionista junto con Juanjo Sáez de Arròs covat y bajista del grupo Mujeres, Rodellar ha vivido la transformación de muy cerca. Tenía una tienda de discos en el Raval norte y, nada más cruzar la ronda de Sant Pau, encontraba en la calle de Parlament y aledañas un oasis de ocio barato con cervezas a un euro en bares, como el Diamante, regentados por paquistanís. Hasta que, un buen día, empezó a notar los síntomas de una epidemia insidiosa: la propagación de negocios que imitan la estética vintage con mesas de madera sin barnizar, bombillas Edison colgando del techo y esas “plantas de mierda” que se llaman costilla de Adán.

De un zarpazo, el barrio ha pasado del pincho de tortilla menestral a los bocadillos de queso fresco y aguacate, los 'cupcakes', la cerveza artesana, la hamburguesa de kilómetro cero y el café con leche con el corazoncito de canela sobre la espuma para colgarlo en Instagram. Una invasión acompañada de la subida a saco de los alquileres, los pisos turísticos y la desaparición del comercio tradicional. El otro día, Dolors Puig, de 83 años y vecina de la calle de Sepúlveda, contaba en estas mismas páginas cómo la echan del piso después de 60 años.

Una vuelta con el autor por la arteria de Sant Antoni
descubre el cierre del viejo restaurante Pa i Trago

Con un punto autoparódico, el libro es también la crónica generacional de los treintañeros largos, los que descubren la primera cana encadenando trabajos precarios y con un crédito a cuestas para pagar el depósito con que instalarse a vivir en cualquier zulo. Pol Rodellar se pregunta si acaso madurar no será tragar con la uniformización de las ciudades, de Berlín a Zaragoza.

Nos despedimos. Desandar los pasos sobre la calle de Parlament constata que ya quedan pocos emblemas del pasado: la horchatería Sirvent, la almacén Cristalux, la armería Izquierdo, el bar A Cañiza, la droguería Subirats… Vivir en Barcelona se parece cada vez más al título de la gran novela de Chandler, 'El largo adiós'.