otra memoria histórica

El 'big bang' de la educación sexual en Barcelona cumple medio siglo

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Carles Cols

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El estreno y justificado éxito de ‘Sex education’ en Netflix (las peripecias del hijo de una terapeuta sexual, Otis Milburm, que ejerce como tal con sus compañeros de instituto) es la ocasión perfecta para desempolvar una etapa injustificadamente orillada de la historia reciente de Barcelona, muy aleccionadora, ese periodo que abarca los años 70 y los tres primeros de los 80 en que crecieron como champiñones los centros de planificación familiar, se pasaban de contrabando por la aduana ‘dius’ y píldoras anticonceptivas, los mejores ginecólogos del país desafiaban a cara descubierta la ley vigente y, sobre todo, en el marco de la segunda ola feminista del siglo XX, se invitó a miles de mujeres a conocer su propio cuerpo y a reivindicar su derecho al orgasmo. Fue una primavera reivindicativa que quedó parcialmente truncada con la inesperada victoria del catolicismo de Jordi Pujol en 1980, aunque, en honor a la verdad, el principio del fin fue un poco antes, en los estertores del tarradellismo. Un historión, sin duda.

'Sex education', un éxito de Netflix, subraya hasta qué punto esta materia es la piedra que Sísifo tiene que subir una y otra vez

De ‘Sex education’, guste o no como serie, llama la atención la persistencia de los miedos, filias, fobias e ignorancias en torno a la sexualidad. El protagonista, como otra alumna, teme llegar virgen a la universidad. A otra estudiante, Otis le aconseja que descubra el placer propio antes de obsesionarse con ofrecerlo. Año 2019 y así estamos. Pero en los 70, en Barcelona, se venía de mucho más atrás. Estaba muy vigente una norma aprobada en 1941, la ley de protección de la natalidad, contra el aborto y la propaganda anticoncepcionista. Solo el nombre ya asustaba. Fuera de la zona alta, donde la prescripción de pastillas anticonceptivas era común, con la excusa de que ayudaban a regular la menstruación, la prevención del embarazo más común era la marcha atrás o, más sorprendente aún, un método poco recordado, ir a la cama a dormir un par de horas más tarde que el marido. Este último es uno de tantos detalles recogidos en un excelente material de consulta para el caso, la tesis doctoral que la historiadora Sara Faluja publicó hace dos años, ‘Centres de planificación familiar a Barcelona (1977-1983), un afortunado retrato de una etapa que no merece pasar inadvertida.

El interregno entre la muerte de Franco y el aterrizaje del nuevo poder político en el Ayuntamiento de Barcelona y la Generalitat fue una etapa que, con la vista amplia pero con fundamento, algunos de quienes la protagonizaron la definen como filolibertaria. Lo fue en la escena artística, eso sin duda, pero también, en cierto modo, en la sanitaria. La tesis doctoral de Faluja documenta un episodio revelador de lo excepcional de aquel momento. Ocurrió en 1976 en el paraninfo de la Universitat de Barcelona (UB). Merece la pena visualizar la escena para disfrutar plenamente la descripción de lo ocurrido.

El paraninfo de la UB estuvo a punt de batir en 1976 la plusmarca mundial de exploración vaginal en público

La cuestión es que se celebraron allí las primeras Jornades Catalanes de la Dona. Fue la puerta de entrada en la ciudad, y lo grandes, del movimiento internacional ‘self-help’, un nombre equívoco, pues no hacía alusión a la llamada autoayuda, sino a la necesidad de que las mujeres conocieran su cuerpo tanto o más que sus ginecólogos. La conferencia dedicada a esta cuestión la pronunció Leonor Taboada, miembro del colectivo Las Pelvis, que creyó que había que pasar de las palabras a los hechos, así que pretendía llevar a cabo una autoexploración pública. No le faltaba un espéculo para la ocasión. La presencia de unos pocos hombres en el paraninfo obligó a echar el freno. Taboada recibió una gran ovación, pero lo mejor estaba por llegar. “Se comenzaron a hacer palpaciones de mamas y colocaciones de espéculos en los lavabos y en los pasillos del edificio central de la Universitat de Barcelona”. Fue evidente que la segunda ola feminista del siglo llegaba con una fuerza inusitada.

Héroes

La autoexploración, algo común en la educación sexual hoy en día en las escuelas del norte más frío de Europa, asomó brevemente la nariz en la Barcelona de los 70, pero aquella práctica fue solo la punta del iceberg de las decenas de sucesos rompedores que acontecieron entonces. A veces, pocas, los planetas se ponen en línea. Esa fue una ocasión.

Los 'dius' cruzaban la frontera a escondidas y el Clínic abría en un sótano un centro para informar a las mujeres, menuda época

Por una parte, estaba el planeta de los médicos disconformes con los tiempos que les había tocado vivir, como aquellos seis que en 1969 publicaron un librito contrario a la encíclica papal ‘Humanae Vitae’ que condenaba con el infierno la contracepción y que fueron acusados de alteración del orden público. Mención especial merece el doctor Víctor Conill (1917-1999), que en un sótano del Hospital Clínic y en 1971 habilitó el primer centro de consulta de planificación familiar, aunque no con ese nombre, por supuesto, no estaba el franquismo para bromas, sino con un singular eufemismo, “profilaxis materno infantil”.

En el gremio de Esculapio hubo más héroes. Por mencionar uno representativo y al azar, Santiago Dexeus, miembro de una saga familiar dedicada a la ginecología, que confiesa en la tesis doctoral de Faluja cómo le marcó en los años 50 y 60 su paso por la Maternitat Provincial, donde las monjas al cargo de los pabellones “trataban como esclavas” a las madres solteras que iban a allí a parir. Las había que no iban, o sea, las que abortaban. En la España en que no había ley que lo regulara, se practicaban unos 300.000 abortos al año, a veces mortales para la madres. Es una cifra de espanto, que triplica tres veces el número de abortos de la España actual , dicho sea ahora que hay quien quiere retroceder en el tiempo.

La contracepción llegó para quedarse, pero la política puso fin al relato feminista que invitaba a las mujeres  conocer su cuerpo y reivindicar su placer

Las condiciones para que las políticas de planificación familiar fueron recibidas con entusiasmo eran evidentes, pero alguien tenía que prende la mecha. Los hicieron bastantes médicos, las feministas y, también y mucho, las organizaciones vecinales de los barrios y municipios más combativos. La prueba es que el primer centro de planificación como tal nació en El Prat de Llobregat, en 1977, dos años antes, pues, de los primeros ayuntamiento democráticos. Eras las mujeres de los barrios las que pedían ayuda o se autoorganizaban y fue en ese caldo de cultivo donde nació una figura desafortunadamente efímera, la consultora, la persona que recibía a las mujeres antes de que el médico o la enfermera las atendiera y resolvía todas sus dudas, no solo sanitarias. Las consultoras le recordaban a las mujeres algo obvio, que eran dueñas de su cuerpo y de su placer. Revolucionario.

Los ayuntamientos de izquierdas dieron alas a la planificación familiar, pero sacrificaron poco a poco la figura de las consultoras. Las mujeres iban más deprisa que la política. Así se constató en 1980. Ramon Espasa era entonces ‘conseller’ de Sanitat en la Generalitat de Josep Tarradellas. Era ya entonces un hombre audaz. Si fuera mujer, sería una consultora. Puso en marcha una campaña de publicidad de prevención de los embarazos no deseados y de exhibición de los métodos anticonceptivos. A Tarradellas, la imagen de unos condones en un póster con el sello oficial de la Generalitat le perturbó. Ordenó su retirada. Aquel mismo año, la derecha ganó las elecciones autonómicas y refundó la sanidad catalana en 1983. El espíritu barcelonés de ‘Sex education’ se desvaneció.

Jueces contra el hedonismo y por la castidad

Agustín de Foxà, un hombre de derechas (cómo no iba serlo, decía él, si era gordo, conde y fumaba puros) es autor de grandes definiciones de lo que es España. Algunas las puede compartir hasta la izquierda. Decía: “En España se va siempre dentrás de los curas, o con un cirio o con un palo”. Solo desde esa perspectiva se entiende la guadianesca política de planificación familiar de este país. La primera ley vinculada a esta materia, “de interrupción artificial del embarazo, la impulsó el anarquismo en 1936. La fecha de la aprobación lo dice todo. Fue un 25 de diciembre.

El franquismo revirtió aquella ley en 1941, pero no el problema. El aborto clandestino siempre es peor que el aborte legal, sobre todo porque va de la mano de una ausencia de medios anticonceptivos para no llegar a esa solución extrema. Hay un dato revelador en al tesis doctoral de Sara Faluja. Por aquel primer protocentro de planificación familiar del Hospital Clínic creado en 1971 pasaron durante los primeros dos años de su existencia 804 mujeres. De ellas, 49 habían recurrido con anterioridad al aborto, una barbaridad.