BARCELONEANDO

Barcelona, una ciudad que va de cráneo

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Olga Merino

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Aparecen impresas en camisetas, tatuadas sobre la piel y ya no digamos en todos los soportes imaginables del arte callejero: adhesivos, plantillas, murales, afiches, grafitis y persianas de comercios. Calaveras por doquier. ¿Por qué?, ¿a qué se debe el fenómeno? Ante la profusión de cocos mondos y lirondos, cabe preguntarse si Barcelona se está convirtiendo acaso en un inmenso cementerio indígena. ¿Será eso? Desde luego, el precio de los alquileres, el yuyu de que un día llegue el burofax del casero, acabará con más de un barcelonés de pro. O puede que nos mate el aburrimiento. ¿Dónde estará aquella ciudad tan jacarandosa? El príncipe Hamlet recorre el Eixample con el cráneo del bufón en la mano:  “¡Ay, pobre Yorick! ¿Qué se hizo de tus burlas, tus brincos, tus cantares?”.

En fin, estábamos con los grafitis y aledaños. Del upper Diagonal (proletario) a la Barceloneta, desde Hostafrancs hasta Nou Barris, el paseante se tropezará con alguna calavera en el atrezo urbano a poco que se fije. Hagan la prueba: cuanto más afanosa sea la búsqueda, más cocorotas les saldrán al paso. A veces, en elaboradas composiciones; otras, un simple garabato a golpe de aerosol sobre un lienzo de pared.

La eclosión parietal empezó hace pocos años, quizá a rebufo de la serie cinematográfica Piratas del Caribe, que ya va por la quinta entrega con Johnny Depp / Jack Sparrow y sus bucaneros tras la enseña de un cráneo cruzado por dos tibias. O más probablemente puede que la moda se haya inspirado en el redescubrimiento del folclore mexicano, con sus calaveritas de azúcar para el Día de Muertos, sus calacas y La Catrina, ese esqueleto ataviado con sombrero de flores y tiros largos que inventó el grabador y caricaturista José Guadalupe Posada (Aguascalientes, 1852- Ciudad de México, 1913).

Con su vistoso colorido y sus trazos geométricos, las catrinas tienen mucho tirón. Que se lo pregunten si no al artista Berok (@berokone), que ya lleva pintadas unas cuantas por encargo de algunos restaurantes mexicanos de la ciudad, el último, la semana pasada, en una cantina del Born. La catrina más espectacular que ha diseñado hasta la fecha se encuentra en Les Franqueses del Vallès, una calavera inmensa, al estilo azteca, de 7 metros de altura por 4 de ancho. La obra se encuentra en el Green Indoor Park, un parque temático para deportes de riesgo cuyos 10.000 metros cuadrados el artista decoró en 2012 con diferentes expresiones de arte urbano.

Nacido en Barcelona y residente en Sitges, Berok también ha pintado cráneos góticos en garajes, talleres de coches, domicilios particulares, tiendas de tatuajes y, por supuesto, en la calle. Ahí fue donde empezó, como todos los grafiteros, y ahora se lo rifan. En una iglesia de L’Hospitalet le han encargado que pinte las montañas de Montserrat en un lienzo de pared, de punta a punta.

Las calaveras. ¿Será una costumbre pasajera? Por de pronto, los tiempos parecen afines a su expansión, como en el barroco, con su mirada pesimista sobre el mundo, una época en la que proliferaron las ‘vanitas’, naturalezas muertas presididas por un cráneo humano. Eran cuadros que pretendían reflexionar sobre la brevedad de la vida y la futilidad de los placeres mundanos, de ahí los elementos que completaban el oscuro bodegón: velas humeantes, frutas en el camino de pudrirse, flores pochas, relojes de arena, pompas de jabón, joyas, naipes… Aunque las practicaron sobre todo los pintores flamencos, aquí también hubo destacados artífices de vanitas, como Antonio de Pereda o Juan de Valdés Leal.

Al parecer el nombre viene de la Biblia, de un pasaje del Eclesiastés: "Vanitas vanitatum et omnia vanitas" (vanidad de vanidades, todo es vanidad). Casi parece un eslogan electoral para esta alcaldía tan disputada. De cráneo llevan al pobre elector. Pues eso, los grafitis de calaveras: vanitas posmodernas.