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El Rey de la Magia busca heredero al trono

La más abracadabrante tienda de Barcelona abre un cásting para traspasar el negocio y sus secretos

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Carles Cols

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Una de las ocurrencias más deliciosas del impagable guion de ‘La princesa prometida’ es la historia del temible pirata Roberts, que no era uno, sino que fueron varios. Cada vez que el capitán que navegaba con la Jolly Roger en lo alto del palo mayor y al que la tripulación llamaba Rogers creía que era hora de un buen retiro tras años de pillaje, le traspasaba el timón y el nombre a su segundo de a bordo. El engaño lo ejecutaban ambos en el puerto, Embarcaban a una nueva tripulación y así nadie descubría el engaño. Un gran truco que ahora pretende llevar a cabo en Barcelona El Rey de la Magia, la más anciana tienda de prestidigitación de todo el mundo, dato que será cierto porque hace años que lo predican y nadie del gremio de los conejos y la chistera se lo ha discutido. Es cierto que la londinense Davenports, fundada en 1898, puede presumir de que siempre ha estado tras el mostrador un descendiente de Lewis Davenport, pero el El Rey de la Magia abrió sus puertas en su  ubicación actual, Princesa, 11, en 1881, y desde entonces ha sido la versión de secano del pirata Roberts, lo cual tiene su gracia.

Londres presume de Davenports, que abrió al público en 1898, pero El Rey de la Magia ya estaba ahí desde 1881

Lo dicho, que los actuales dueños buscan un Merlín a quien traspasar el negocio y sus secretos, alguien preferiblemente iniciado en sacar monedas de detrás de la oreja de los niños, serrar señoras y cortar la baraja con una sola mano. No tienen prisa, pero están ello. En juego no está solo el título de decano mundial del gremio, que no es poco, sino la esencial necesidad de que algo sobreviva a la cataclísmica extinción del comercio icónico de Barcelona. Esta ciudad, basta con mirar al suelo cuando se pasea para comprobarlo, a veces da vergüenza. Son un par de decenas, como mínimo, las placas honoríficas que en los años 90 se instalaron enlas aceras para señalar la presencia de una tienda emblemática y que, fruto de la ley de arrendamientos urbanos, yacen solas, como lápidas. El Rey de la Magia tiene la suya. Y que sea por muchos años.

El primer pirata Roberts de este establecimiento fue Joaquim Partagàs, contemporáneo de Fructuòs Canongeel llamado Merlín catalán, que empezó de limpiabotas en la plaza Reial y en el cénit de su carrer artística actuó para las monarquías europeas, pero sin inclinar la cabeza. Cuentan que con Amadeo de Saboya de público, anunció que iba a sacar de la chistera lo que más necesitaba el pueblo. Hizo aparecer una barra de pan.

Tres apellidos han llevado la corona del rey de la magia, Partagàs, Bucheli y ahora Martínez, una saga como la del temible pirata Roberts

Partagàs tomó otra senda más sabia que la de la provocación,, la comercial, porque cuatro veces viajó a París y regresó maravillado de todo cuanto se mostraba en el teatro Robert Houdin (sí, Erik Weisz se inspiró allí para encontrar el nombre artístico con el que el mundo le conocería para siempre, Houdini), que entonces regentaba otro personaje eterno, George Meliès. Menuda época. A Partagàs hay que agradecerle que trajera a Barcelona la esencia del hombre que fundó aquel teatro, Jean Eugène Robert-Houdin, un hombre en quien remotamente se inspira el personaje central de ‘El ilusionista’, que protagoniza Edward Norton, conocedor del truco del árbol de las naranjas y, según su biografía, héroe de una hazaña mayor. Napoleón III le contrató para que viajara a Argel a ‘épater’ a los rebeldes árabes y él, en un número que causó conmoción entre los líderes religiosos musulmanes, ejecutó el truco de detener una bala con los dientes.

El segundo pirata Roberts fue Carles Bucheli, cliente de Partagàs, un tipo capaz de hablar con fluidez seis idiomas y, lo que es más importante para el caso que nos ocupa, cultivar las amistades como quien poda un bonsái. A El Rey de la Magia iban a menudo el mentalista Fassman, que ya de niño era capaz de hipnotizar periquitos en su Sort natal, o sea que de grande se atrevía con todo, parece que incluso con Eva PerónJoan Forns, que se hizo inmortal al rebautizarse como Li-Chang, y, cómo no, Joan Brossa, el perejil de las artes escénicas mágicas de por aquí que ya quisieran en otras latitudes.

El rey busca un Merlín con oficio, como ese mago al que se le murió la paloma y aún así la hizo saludar al público

De aquel mundo se enamoró siendo un chico Josep Maria Martínez Agustí, que tras la muerte de Bucheli en 1984 se puso al frente de la nave pirata…, perdón, la tienda, y la llevó sana y salva hasta su actual puerto. Ahora, tras el mostrador está su hijo Pau y, codo con codo con él, Rosa Maria Llop, su madre y ‘partenaire’ en escena de Josep Maria cuando ambos fundaron la compañía Capsa Màgica en los años 70. A lo mejor no todo el mundo lo vive así, pero entrar en la tienda y descubrir que la Rosa Maria que atiende a los clientes es la misma que ausente flota en el aire una fotografía colgada de la pared resulta, como mínimo, inquietante.

Este viaje de 150 años por la historia de la prestidigitación, las fantasmagorias y la ilusión es una manera de decir que quien no esté dispuesto a cargar con esta pesada mochila de responsabilidad es mejor que no llame para ser el heredero de ‘El rey de la magia’. “Esto lo tiene que llevar un artista”, dice Pau. Charlatanes como el de Oz, abstenerse. Hay que tener oficio, como aquel mago (puede que fuera Francesc Andreu, si no falla la memoria) al que se le murió la paloma en mitad de un número y, lejos de abochornarse, le sujetó la cabecita entre el índice y el dedo medio e hizo que la pobre bestia saludara al público. Varias veces, además.

El tejido comercial de Barcelona, dicho muy en serio, no está ya para muchos sustos. El rescate de una tienda con pedigrí requiere de mucho abracadabra. Al propio Pau Martínez, el hijo del último Roberts, no la salió todo lo bien que quería la operación de hacerse con la gestión de El Ingenio, otra tienda única, y es en parte como consecuencia de aquel traspié que ahora busca un nuevo mago que lleve la corona de la tienda de magia más antigua del mundo.