BARCELONEANDO

Memoria de unos labios pintados

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Olga Merino

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Pasaron fugazmente por la ciudad el periodista Raúl Solís (Mérida, 1982) y su buena amiga Mar Cambrollé (Sevilla, 1957) para reivindicar la memoria de media década gloriosa, los cinco primeros años de la Transición, el lustro que media entre 1975 y 1980, cuando la Rambla era una copa burbujeante de cava donde las gentes celebraban bajo sus plátanos una libertad recién estrenada. Las reinas indiscutibles del bulevar eran entonces Ocaña, Nazario y Camilo, que venían huyendo de pueblos encalados de asfixia. Una mezcla impagable: la Barcelona de espíritu acogedor y permisivo, con la chispa irreverente de la tríada andaluza.

Cuenta Solís, afincado en Sevilla desde hace un montón de años, que aquella época propició un peculiar hermanamiento entre Andalucía y Catalunya: la lucha por las libertades sexuales se hizo en Barcelona, pero con símbolos de la cultura andaluza. En el recuerdo perduran Ocaña y las vírgenes de Cantillana, peineta y mantilla, los pasos de Semana Santa, la soleá y el abanico. No es que la cultura popular andaluza fuera franquista, sino que la dictadura vampirizó sus símbolos.

Al hilo de este asunto, resulta que el periodista acaba de publicar -a eso vino, a presentarlo- un libro que arroja luz sobre aquellos años rindiendo homenaje a las mujeres transexuales, que fueron vanguardia en la recuperación de los derechos colectivos aunque la historia haya querido ponerlas en sordina. De ahí el título, 'La doble transición' (Libros.com), porque a ellas les tocó pelear el doble, y aún no se les ha hecho justicia.

Ocho mujeres

La obra recoge el testimonio de ocho mujeres a las que el franquismo quiso convencer, a base de puño y cárcel, de que habían nacido en el cuerpo equivocado. Ocho mujeres: Petróleo, Salvaora, Silvia, Miryam, Soraya, María José, Manolita y también Mar Cambrollé, hoy portavoz de la federación estatal Plataforma Trans. Entonces, a los 15 años, Mar aún no sabía cómo se llamaba lo que a ella le estaba pasando; la gente le decía "mariquita", pero en lo más íntimo ella sabía que no era homosexual. Fue poco después, vete a saber cómo, cuando llegó hasta sus manos un ejemplar de la revista 'El Viejo Topo', donde Armand de Fluvià, fundador del Front d'Alliberament Gai de Catalunya, hablaba sobre esas cuestiones entonces intocables. Bajo seudónimo, claro, porque en 1977 aún seguía vigente la Ley de Peligrosidad Social (antes, de "vagos y maleantes") que metía entre rejas a homosexuales y transexuales por el mero hecho de serlo.

La publicación antifranquista le abrió los ojos y, ni corta ni perezosa, Mar Cambrollé se puso en contacto con el histórico activista, que la invitó a Barcelona, adonde llegó para formarse, aprender y abrir nuevos caminos en el sur.  Mar pudo asistir, en la misma Rambla que hoy recorre con una sonrisa y la cabeza bien alta, a la primera manifestación gay que hubo en España, celebrada el 26 de junio de 1977.

Era domingo. Aunque pretendía ser una jornada festiva de reivindicación pacífica, acabó con una buena somanta de palos, cargas de los grises, balas de goma, carreras hasta Colón... Las sillas de madera, que entonces se alquilaban para ver pasar al paisanaje, volaron por los aires. Mar recuerda a la perfección, conmovida, el estoicismo inmóvil con que aguantaron los golpes de porra las seis mujeres transexuales que tuvieron la osadía de colocarse en la cabecera de la manifestación con la pancarta. Una icónica fotografía de Colita dejó constancia de aquella gesta. Ni gais ni bisexuales ni lesbianas. Ellas solas, las más visibles, con su rímel y el carmín en los labios. Ellas, las más frágiles, porque si bien la sociedad las deseaba para el sexo, no les dejaba más espacio que la prostitución o el espectáculo. Homosexuales y transexuales no se beneficiaron de la amnistía hasta 1979,hasta 1979, dos años después que los presos políticos.

Y aún queda mucho por hacer. Para disponer de un documento de identidad acorde a su género aún necesitan de un informe psiquiátrico.