Las películas del mandato

Colau: estatuas retiradas, calles rebautizadas

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Toni Sust

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La alcaldesa se subió al escenario. Estaba en su salsa. Se iba a rebautizar una calle con el nombre del cómico Pepe Rubianes y a Ada Colau le pareció conveniente adoptar el tono irreverente del difunto: “En estos tiempos en los que nos tenemos que volver a poner la chapa reivindicando la libertad de expresión, creo que a Rubianes le hubiera gustado mucho que su amado público se reuniera para quitar el nombre de la calle a un facha y ponérselo a un cómico".

Sucedió en abril del 2018 y fue uno de los episodios más llamativos, junto con la retirada de la estatua de Antonio López, el marqués de Comillas, del plan de la alcaldesa para renombrar calles pensando en dar más cancha a personajes progresistas o populares y a las mujeres, que según un estudio sólo daban nombre a un 7% de las calles, en tanto que un 43% estaban bautizadas en homenaje a los hombres. Cambios que han tenido sus detractores, como sus entusiastas.

El almirante “facha”

El “facha” que recibió posmortem el ataque de Colau era el almirante Cervera, Pascual Cervera Topete, el marino al que le tocó dirigir la flota que sucumbió ante la EEUU. Una derrota significativa: supuso la pérdida de las colonias americanas de España 406 años después de que Cristóbal Colón pusiera un pie en el continente. El ataque de Colau tuvo un eco rotundo. Cervera se llevó un capón que se antoja inmerecido y varios de sus descendientes protestaron. El marino recomendó no acudir a defender Cuba y al regresar, tras permanecer cordialmente detenido por las autoridades estadounidenses, fue juzgado en España por su papel en la derrota naval, y finalmente acabó absuelto.

Dicen que minutos después de que Colau le llamara “facha”, cuando entraba en el coche para irse de la Barceloneta, el primer teniente de alcalde, Gerardo Pisarello, le advirtió de que Cervera no era precisamente un fascista. Pero en el ambiente de la declaración de Colau flotaba el espíritu con el que, tiempo atrás, se había retirado la estatua de Antonio López de la plaza que lleva, todavía, su nombre. López, marqués de Comillas, es identificado como el principal negrero de su época.

Aunque sus descendientes destacaron sus aportaciones a la ciudad, pesó mucho más que Comillas las sufragara con aquel negocio tan rentable, a la par que terrible, que era meter a la fuerza a un grupo de africanos encadenados en un barco para trasladarlos a América y venderlos como esclavos. Con una expedición se ganaba una fortuna. El disgusto cundió entre los descendientes de López, y entre otros que subrayaron que hubo muchos más negreros en Catalunya y que a algunos se les ha perdonado. Por ejemplo, ironías de la vida y la familia, el propio consuegro de López, Juan Güell, financió expediciones esclavistas, pero su estatua sigue expuesta en el cruce de la Gran Via con la Rambla de Catalunya.

Más mujeres y más nombres populares

Durante el mandato que ahora concluye, en Barcelona se han modificado 19 nombres del nomenclátor y se han hecho 41 nuevas asignaciones. No es un número muy superior al de periodos anteriores, aunque sí es el periodo reciente en el que se han hecho modificaciones más llamativas. Algo lógico: en 1979 se emprendió un gran número de cambios, los primeros gobiernos locales democráticos tomaban el mando tras el franquismo.

Además del almirante Cervera y la estatua del marqués de Comillas, han destacado el cambio de nombre del salón de plenos, de la Reina Regent a Carles Pi Sunyer; y el de la plaza de Llucmajor, ahora de la República, que motivó una queja del alcalde de la localidad mallorquina. Para los detractores de Colau, su propósito era esconder la parte de la historia que no le gusta. Una suerte de adaptación de ‘Good Bye, Lenin’, película en la que un joven de la República Democrática Alemana construye un mundo falso para que su madre, que despierta de un coma meses después de que suceda, no descubra que el muro de Berlín se ha venido abajo y el bloque comunista ha colapsado.

La memoria, “un derecho civil”

Como comisionado de programas de Memoria, al historiador Ricard Vinyes le ha tocado pilotar los cambios en el nomenclátor, aunque sujeto al consenso de la comisión que acaba validándolos. Un consenso que, argumenta, es en realidad el de la mayoría de la ciudadanía. “Por cifras, la cantidad de cambios es similar a la de otros mandatos. No era un tema de cantidad, sino de cambios cualitativos. Era necesaria una representación más equitativa: el déficit era impresionante en aspectos de género y de personajes vinculados a la radicalidad democrática, también en nombres que tenían un uso popular”.

¿Hay que recordar u olvidar al dar nombre a las calles? Responde Vinyes: “Es un dilema que no lleva a ningún lado. No es obligatorio recordar u olvidar. La memoria es un derecho civil que genera un deber a la administración, que debe buscar un equilibrio. Hemos actuado conforme a las peticiones”. 

Cuando cambiamos la plaza de Joan Carles I podríamos haberla llamado plaza de la República, o del 14 de abril, como se denominaba durante la República. Pero se optó por el nombre que le dio el barrio: Cinc d’Oros. En el caso de Riera de Cassoles, que sustituyó a Príncep d’Astúries no es que buscáramos un nombre alternativo. Es el que se le daba en la calle. Eso es memoria democrática”, resume Vinyes. ¿Y si ganara Vox y cambiara todos los nombres a su gusto? “Eso significaría que la gente les ha votado y que comparten esa sensibilidad”.

Es decir, al final la calle influye. Por eso, argumenta Vinyes, cayó Antonio López y por eso, en cambio, sigue tan tranquilo su consuegro Güell: “Porque la gente ya pedía la retirada de la estatua del marqués de Comillas cuando fue instalada, en 1884”. 

Las películas

<strong>Good Bye, Lenin (2003)</strong>

Y la semana que viene: ‘Guantanamera’, el pack de la muerte; la funeraria pública no nata y los nichos derrumbados en Montjuïc.