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Bilbao no quiere ser Barcelona

Ante la amenaza del sobreturismo, los vascos invitan a un Marty MacFly del distópico futuro barcelonés para evitar errores

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Carles Cols

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Lisboa quiere ser Barcelona, eso se ha dicho en foros y debates sobre turismo y todo el mundo se ha quedado tan pancho, pero Bilbao no quiere ser Barcelona. Eso último es un primer resumen de las jornadas que los días 21 y 22 de febrero organizó en la capital vizcaína la Agrupación Vasco Navarra de Arquitectos Urbanistas (AVNAU) con un título inspirado en una película de 1968 y protagonizada, por situar el tono de aquel filme, por Antonio Ozores y José Luis López Vázquez. ‘El turismo es un gran invento’, así se titulaba aquella película del extinto género conocido como españolada. Pues ese era el nombre casi exacto de las jornadas. La cuestión es que, en un gesto tal vez imprudente pero que es de agradecer, invitaron a quien esto firma para que, como una suerte de Marty McFly, viajara desde lo que en Bilbao se considera un futuro distópico, o sea, Barcelona, para pronunciar una de las conferencias antes de que sea tarde. Gracias.

Entre los pinchos y la clientela de toda vida se interpone una legión de neófitos que nada saben de ábaco vasco, el palillo. Es un síntoma

Las jornadas son, ante todo, un ejemplo de la anticipación que Barcelona no supo practicar. El mundo académico no puso bajo el microscopio lo que estaba sucediendo en esta ciudad hasta que la línea Maginot, si es que alguna vez la hubo, ya había caído. Hay una fecha referencial sobre cuándo el sobreturismo de Barcelona comenzó a ser objeto de estudio científico. Fue en mayo del 2014, tarde, es obvio, pero al menos fue de forma sobresaliente. El 23 de aquel mes, en el CCCB, Marina Garcés pronunció su canónica conferencia ‘El turismo extractivista y la marca Barcelona’. Los vascos parece que han decidido anticiparse. ¿Tienen motivos de preocupación?

Sin DeLorean

Antes de aceptar la invitación, la pregunta obvia a uno de los organizadores era: “Javier, ¿qué señal tenéis de que algo anómalo sucede?”. Aunque con otra literalidad, vino a decir que en Bilbao y, sobre todo, en San Sebastián, ir a comer unos pinchos a la barra se estaba poniendo imposible, que suele haber ahí plantados, en primera línea, demasiados foráneos de aquellos que preguntan hasta qué hay que hacer con el palillo del montadito, o sea, que no conocen el ábaco vasco. Más que una invitación a participar, queda claro que es una emergencia. Toca, entre crónicas del ‘procés’, madrugar y hacer un hueco en la agenda. Sin un DeLorean (lástima), toca ir a Bilbao.

A las jornadas sobre el futuro turístico, los arquitectos vascos invitan, como si fuera un chiste viejuno, a un barcelonés y a un balear

Las jornadas se prolongaron dos días. El programa de la segunda sesión era interesante porque confrontaba los casos de Bilbao, Baleares y Barcelona. Tomó primero la palabra Roberto San Salvador, catedrático de la Universidad de Deusto, que definió el momento turístico vasco como ese instante en que en el horizonte se vislumbran enormes oportunidades y en el que lo que toca es que todos los agentes (el sector hotelero, los grupos ecologistas, las entidades vecinales, las administraciones, el sector comercial…) se sienten alrededor de una mesa y dialoguen. De reojo había que observar de vez en cuando a Gabriel Horrach, sentado en primera fila, responsable más tarde de narrar el apocalipsis balear. No era fácil deducir por sus gestos qué pensaba. Tal vez que San Salvador aún cree en Olentzero, el rey mago de por aquellas latitudes.

San Salvador pronuncia una conferencia muy profesional. No quiere decir que se suscriba desde aquí todo cuanto explica. Predice, por ejemplo, que los atascos que actualmente se sufren para visitar San Juan de Gaztelugatxe desde que se empleó para recrear Rocadragón en ‘Juego de Tronos’ es algo pasajero, es decir, que el interés menguará. A la Playa de las Catedrales de Lugo, sin ese ‘doping’ televisivo, se accede desde hace un par de años con cita previa, como una Sagrada Família más, y no parece que el interés vaya a menos. El mundo visitable es cada vez más pequeño y resulta incuestionable que el País Vasco es un destino seguro, encantador y, en todos los sentidos, apetitoso.

En su exposición, el profesor de Deusto exhibe un ‘power point’ que quita el hipo. Las esferas que representan a los distintos actores que tienen que ponerse de acuerdo giran de posición armónicamente, buscando transversalidades, como en una coreografía acuática de Esther Williams. Deja el listón muy alto, cierto, pero venir de ese futuro distópico llamado Barcelona tiene algunas ventajas. La simple proyección de imágenes de lo que es común al otro extremo de los Pirineos causa pasmo. Por ejemplo, la valla que impide que una legión de turistas entre en la plaza de San Felip Neri durante el patio de los niños. Les sorprende, además, que la mitad de la plaza sea una parquetematización de la realidad, pues los edificios de acceso no estaban ahí hace 100 años, cuando Barcelona llevó a cabo un efecto Guggenheim ‘avant la lettre’ gotificando lo que no era gótico ni por asomo.

La fotografía de todo lo que en Barcelona ya es habitual causa pasmo en Bilbao

Un viaje al inframundo de las habitaciones de alquiler (600 euros por cuartos minúsculos y mal ventilados) también causa sorpresa. Igual ocurre con las llamadas colmenas habitacionales, el triste remedio último de quienes no quieren verse condenados al nomadismo inmobiliario. Un repaso del comercio perdido, con fotos de lo que fue y es ahora Musical Emporium de la Rambla, no deja tampoco indiferente a nadie. Que el 22% de la superficie comercial de Portal de l’Àngel sea del mismo dueño, Amancio Ortega, dice mucho de la deriva de Barcelona. Aunque los organizadores son del gremio de la arquitectura, desconocen que en la orgía turístico-inmobiliaria de la ciudad, hay empresas que compran el aire edificable situado sobre los inmuebles y en un día y con una grúa plantan un piso más en el tejado.

Estas y más historias han llenado a menudo esta sección, barceloneando, bilbaneando por un día. Esa es la cuestión. A veces conviene alejarse un poco, viajar en el tiempo, por ejemplo a Bilbao, para tomar perspectivas sobre cuántas y tristemente sorprendentes cosas han ocurrido en Barcelona desde antes de la conferencia de Garcés y, sobre todo, después, como si un buen diagnóstico no fuera suficiente como para medicar la enfermedad. El viaje de regreso de Bilbao a Barcelona, a lo mejor por el madrugón y la falta se sueño, y a pesar de las alubias de Tolosa con todos sus sacramentos, resulta melancólico. Es lo que tiene ser Marty McFly, que cualquier tiempo pasado parece mejor.