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Un radioisótopo llamado franquismo

La cárcel Modelo encierra una expo sobre los últimos avancee en la desfranquización de Barcelona

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Carles Cols

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Si el franquismo fuera un isótopo radiactivo (solo nos faltaría eso) tendría ya un periodo de semidesintegración más largo que el del temible Cesio-137, uno de tantos cancerígenos producto de la fisión nuclear. Poco más de 30 años tarda este radioisótopo en perder la mitad de su toxicidad y, en cambio, la pelea por desfranquizar las calles de Barcelona continúa más viva de lo que parece. Así lo constata la minimalista exposición que este viernes se abrirá al público en el patio de la cárcel Modelo de Barcelona, literalmente dentro de una gran caja de almacén decorada con placas ministeriales de la vivienda con el yugo y las flechas descolgadas de la pared en estos últimos tres años y con un mapa interactivo sobre la presencia del franquismo en la calle que contiene, tal vez, un error de bulto. Luego se revelará. Antes conviene subrayar que este ha sido un mandato bastante desfranquizante, en silencio a menudo, pero con un episodio estridente, la accidentada exhibición de un Franco ecuestre decapitado frente al Born Centre Cultural (BCC). También se contarán en este mismo texto detalles inéditos de su decapitación.

Si la Modelo es la visita cultural más auténtica de Barcelona hoy en día, la expo que alberga el patio de los presos es un plus sustancial

‘Deconstruir el franquisme’ nace que como una exposición itinerante que, al parecer, no ha habido arrestos de que su primera parada fuera en mitad de la plaza de Sant Jaume, como se pretendía. Con tanta cita electoral en el calendario, parece que la idea se descartó por inoportuna. Los antecedentes del BCC puede que también hayan influido. Las opiniones políticas son cada que pasa más impredecibles. Llevar a Franco a la cárcel ha sido, en cualquier caso, una solución ingeniosa. El antiguo centro penitenciario abre sus puertas al público los viernes y los sábados. Es una de las visitas culturales más auténticas que hoy en día ofrece Barcelona, con la guinda, ahora, de que al fondo, en el patio de los presos, se reflexiona sobre la pachorra con la que esta ciudad se ha tomado la limpieza de su pasado franquista.

¿Pachorra? El calendario no miente.Fue en febrero del 2009, o sea, hace solo 10 años, un suspiro en términos históricos, que sin ánimo de hacer mucho ruido el alcalde Jordi Hereu retiró el monumento de homenaje a José Antonio Primo de Rivera de la avenida de Josep Tarradellas. Allí estaba desde 1964. Fue más fácil cambiarle el nombre a la calle que desmontar aquel espanto fascista donde de vez en cuando aún se reunían nostálgicos con camisa azul. La avenida (los más jóvenes puede que no lo sepan) estaba dedicada antes a la infanta Carlota Joaquina, para los portugueses que la tuvieron que sufrir, la arpía de Queluz, de lo peorcito de la dinastía de los borbones, lo cual tiene mérito.

Desfranquizar es un proceso holgazán. Hace solo 10 años que Hereu retiraba el monumento a José Antonio

La cuestión es que el franquismo ha resultado ser más indeleble que otros pasados vergonzosos, y la prueba del nueve es que en los últimos tres años, a través del Comisionat de la Memòria, el Ayuntamiento de Barcelona ha conseguido retirar de las fachadas de los edificios de la ciudad 1.330 placas filofascistas del Instituto Nacional de la Vivienda. Se retiraban con permiso expreso de los vecinos de los inmuebles o con su callada por respuesta. Solo en caso de que se opusieran por escrito, las placas se han dejado intactas en su lugar. Eso ha ocurrido en 18 ocasiones.

Según el comisionado municipal de Memòria, Ricard Vinyes, la expo de la Modelo, aunque pequeña en dimensiones, es una prueba inequívoca del esfuerzo que se ha realizado estos últimos años para acabar con la impunidad del falangismo en las calles de Barcelona. "Esta es una acción contra la indiferencia”, dice.

La idea de exhibir las placas con el yugo y las flechas dentro de un gran contenedor de almacén (todas boca abajo, por cierto) es una idea original de Jordi Guixé, director del Observatorio Europeo de Memorias (Eurom) y de la profesora de bellas artes Núria Ricart. El contenedor tiene puertas. Llegado el momento, se cerrarán y el bloque se trasladará a otro emplazamiento. Merecerá la pena estar atentos, porque la pantalla interactiva que acompaña a las placas es adictiva. Ofrece la posibilidad de explorar los monumentos franquistas que llegó a haber en la ciudad, los centros de represión, los edificios de los que proceden las placas y el nomenclátor siempre mutante de Barcelona, como la calle del Movimiento Nacional, actualmente de la Democràcia, ¿sintomáticamente corta y estrecha?

Monumentos olvidados

En esa pantalla interactiva aparecen, entre otros episodios que el tiempo ha borrado, la recóndita placa al general Moscardó (esa suerte de Abraham castrense, dispuesto a sacrificar a su hijo porque órdenes son órdenes), el obelisco fascista que ocupaba en la plaza de Catalunya el lugar exacto en el que hoy hay el monumento (eso dicen) a Francesc Macià, y la placa que durante un tiempo estuvo instalada en la fachada del Ayuntamiento de Barcelona con el comunicado de la victoria, “…cautivo y desarmado el ejército rojo…”. La lista de lugares y fechas es larga. Incluye también un homenaje al exalcalde Porcioles, ahora que hay quien incluso reivindica su legado. Es un caso aparte, ni que sea porque también es una figura artísticamente decapitada.

El mapa interactivo contiene, tal vez, un error de bulto: confunde a Victor Laszlo con Urgarte

La pantalla es como comer pipas de historia. Es empezar y no parar. Eso permite descubrir, lo dicho al principio, un posible error. De bulto. Es una fotografía del Palau Robert tomada en 1939. Entonces, el edificio era la Jefatura del Servicio de Ocupación. Según el pie que acompaña a la imagen, la cola de gente que alló aparece es de barceloneses en busca de un salvoconducto. Según un reciente artículo de la revista ‘Sapiens’, con motivo del 80 aniversario de la rendición de Barcelona, los de la cola eran barceloneses con ganas de delatar a algún vecino y ganarse así el favor de las nuevas autoridades. Vamos, que no es lo mismo ser Victor Laszlo (Paul Henreid) e Ilsa Lund (Ingrid Bergman) en busca de un salvoconducto en Casablanca que ser el miserable Ugarte (Peter Lorre).

El mapa interactivo permite también echar una mirada furtiva al estado en que se encuentra el Franco a caballo que se pretendió exhibir en el BCC. Tumbado, con restos de pintura en el trasero del équido y a la intemperie. Ni el artista Eugenio Merino ha llegado tan lejos con sus ‘puching’ de boxeo personalizados con cabezas de dictadores. Es una lástima, pero la visita del almacén en que reposa aquella estatua no organiza visitas guiadas. En contrapartida, he aquí un dato desconocido sobre como aquella figura perdió la cabeza.

Mazazo

Quedan piezas del puzle por completar, pero la nueva y desconocida es que aquel Franco no perdió la cabeza, como se ha supuesto siempre, con una sierra radial. Una decapitación así requería un plan o, como mínimo, un buen rato para ejecutarlo. Fue todo más impulsivo. Alguien que prefiere mantenerse en el anonimato destapó la lona que cubría la figura. No sabía qué había ahí debajo. Se llevó una sorpresa y se le calentó la sangre. Fue con una maza que le arrancó la cabeza al bronce del dictador. La testa rodó por el suelo. Dicen que con los nervios del momento, se deshizo de la cabeza en cualquier lugar. Debería ofrecerse una recompensa por ella. Es historia de Barcelona.