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¡Inmaculada concepción en el Zoo de Barcelona!

Asmara, la dragona de Komodo, protagonizó un episodio de partenogénesis, puso huevos fértiles sin necesidad de macho

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Carles Cols

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Noticia bomba. El arcángel San Gabriel de los reptiles visitó el Zoo de Barcelona en junio del 2014. Asmara, la dragona de Komodo de la ciudad, puso de forma absolutamente inmaculada ocho huevos, cuatro de ellos fértiles. No hubo macho. No hubo cópula. No hubo reseña mediática de ello en las revistas científicas. Tampoco en la hoja parroquial de la Ciutadella. Fue un episodio de partenogénesis, la reproducción sin macho, o sea, por situar las cosas, la conclusión final de la primera entrega de ‘Parque Jurásico’, ese recinto temático donde todos los animales en exhibición eran hembras y que, sin embargo, llegado el momento del acabose, van y crían. “La naturaleza se abre paso”, avisaba con tino Jeff Goldblum en el metraje final del film. Aquello era solo una película, cierto, pero la partogénesis es una realidad. La cosa es que es sobradamente conocida en pulgones, abejas, raros peces tropicales, codornices, alguna lagartija…, pero en los komodos, bestias de un tamaño notable y un currículum acongojante (luego será debidamente presentado), solo se sabe desde bien entrado este siglo XXI. Pues eso, que salve Asmara, que llena eres de gracia.

Jeff Goldblum lo dijo del parque jurásico de Spielberg, donde todos los ejemplares eran hembras, que la naturaleza se abre paso

Los komodos, por situar un poco a tan excepcional animal, son unos recién llegados a la cultura occidental. Las primeras noticias sobre su existencia llegaron a Europa y Estados Unidos en 1910. Se tomaron de entrada por falsas leyendas orientales hasta que en 1926 un cazador, <strong>W. Douglas Burden</strong>, organizó una expedición en su búsqueda. Lo hizo como corresponde, con todos los elementos que nunca faltarían una novela de aventuras por los Mares del Sur. Tanto es así que la búsqueda, localización y captura de varios ejemplares de komodo, que terminaron literalmente muertos de frío en Nueva York, sirvió de inspiración para el rodaje de ‘King Kong’. Se sustituyó al dragón por un gorila gigante y santaspascuas, como si el amor entre un macho alfa monumental y Fay Wray fuera menos perturbador que con un descendiente de los dinosaurios. Aquel cazador, por rematar este párrafo, era todo un personaje. Convirtió su cuaderno de bitácora en un superventas, con capítulos de título sugerente, como ‘Volcanes, nudismo y tigres’. Con fotos daba fe de que no mentía.

Burden localizó a los dragones en la isla de (como el apellido de estos animales permite fácilmente deducir) Komodo, pero también en otros rincones de un archipiélago aún parcialmente desconocidos. Una buena prueba es que recientemente, gracias a las aportaciones económicas de los zoos europeos, se han localizado zonas colonizadas por los dragones de las que no se tenía constancia. Se sabía de su existencia allí donde había presencia humana. Lógico. No pasan inadvertidos. Son los komodos y no los humanos quienes coronan la cima de la cadena trófica en Indonesia, no porque la carne de dragón no sea comestible (la de cocodrilo, prima hermana, es deliciosa bien especiada), sino porque este animal de mordedura infecciosa tiene la fea costumbre de completar su dieta con ocasionales visitas a los cementerios después de cada funeral. Los indígenas, porque la experiencia es un grado, han aprendido desde hace generaciones a enterrar a sus muertos bajo montículos de rocas, pero por si acaso no cocinan a un animal que puede haberse comido a la bisabuela.

De Asmara corretean por media Europa una docena de hijos fruto de su primer parto, pero de su concepción virginal, ninguno

Asmara, nuestra virgen parturienta, es una digna descendiente de esa estirpe. Nacida en Praga (en el zoo, claro está) fue trasladada a Barcelona dentro del programa de reproducción de esta especie para amarizarse con Guntur, de los dos machos entonces residentes en Barcelona, el de aspecto menos fiero. No fue una decisión gratuita. En los apareamientos entre komodos, la línea que separa el eros y el tanatos es discontinua. En aquella ocasión, no obstante, todo fueron mimos. Fue el 11 de abril del 2012. Él llegó a la cita con la manicura recién hecha. No es una metáfora. Los empleados del zoo se temían lo peor. Fueron precavidos. Innecesariamente. Guntur fue extremadamente cariñoso. A falta de tabaco, la pareja se echó una romántica siesta sobre el tálamo de la coyunda. De aquella cópula nacieron 12 crías, todo un éxito. Como ‘erasmus’ con escamas, andan repartidos a día de hoy por media Europa. Solo dos hembras se han quedado en Barcelona.

Milagro

Con posterioridad a aquella primera puesta de huevos, Asmara desovó en un par de ocasiones más, siempre de modo infértil. El aspecto deficiente de los huevos era más que evidente, pero en junio del 2014 sucedió lo insólito. Asmara cavó un hoyo de iguales características que para la puesta del 2012 y cuando los especialistas del zoo lo exploraron se encontraron ahí ocho huevos distintos, aparentemente sanos y viables. Manuel Aresté, responsable de los reptiles del parque, quiso descartar todas las explicaciones posibles antes de anunciar el ‘milagro’. Sopesó la opción, por ejemplo, de que tal y como hacen algunos mamíferos, como las hembras de murciélago, Asmara hubiera almacenado esperma de Guntur para mejor ocasión. No era el caso. Aresté llevó el material genético disponible al laboratorio, que confirmó lo maravilloso, partenogénesis en Barcelona, la Virgen de Indonesia lo había hecho, había puesto como ocho huevos fértiles.

De la partogénesis en esta especie no se supo hasta que Flora, una Komodo británica, dejó boquiabiertos a sus cuidadores en el 2006

La primera ocasión en que se supo de la capacidad de esta especie de reponder de este modo ante la adversidad fue en el zoo británico de Chester, año 2006. Entonces fue Flora, una joven dragona, la que dio la gran sorpresa, con el añadido de que jamás había compartido recinto con un macho. La razón de tal comportamiento es solo una suposición. Esta especie tiene hábitos colonizadores. Los komodos son buenos nadadores en su mundo, un archipiélago, de modo que es fácil que una hembra quede perdida y aislada, sin poder dar respuesta así a la llamada de la selva. Es entonces cuando la partogénesis, suponen los herpetólogos, se aparece en el cielo como un San Gabriel.

Lo más parecido que hasta la fecha había visto Aresté en el Zoo de Barcelona fue una partenogénesis a cargo de una pitón real, animal que quita también el hipo, pero solo a los profanos. Es tímida y mansa, así que hay quien la tiene de mascota. Nada que ver con un dragón de Komodo y su sanguinolenta baba séptica. Es más, puestos a hacer piruetas genéticas, la de las komodos son el no va más. Cuando recurren a la partenogénesis, todas las crías son machos. No es una clonación como la de la hermosota Dolly, es decir, una copa exacta de la madre. Las dragonas solo gestan huevos de los que nacerán machos. Eso es posible porque, a diferencia de los humanos, donde los cromosomas X e Y los porta el hombre y de él depende, en cierto modo, el sexo del bebé, las hembras de Komodo son las que contienen esa información dispar, los llamados cromosomas Z y W. La razón de que solo alumbren machos es, de nuevo, solo una suposición. Los científicos suponen que es una ventaja evolutiva lógica. Tener dragonas cuando se recurre a la partogénesis por falta de machos sería un consumo innecesario de energías.

La camada del 2014 se desdeñó porque su valor genético cara a la conservación de la especie era escaso, todos copias idénticas

Aquellos cuatro huevos fértiles que la Virgen de Asmara puso en el 2014, sin embargo, fueron sacados de la incubadora por orden de las autoridades europeas que coordinan la reproducción de esta especie en Europa. Les interesa sobremanera la variabilidad genética. Lo último que querrían es una dinastía monárquica a la vieja usanza, o sea, acabar criando un Carlos II. Fue una decisión lógica. Seguro que los animalistas la censuran. Eso será porque no han visto jamás a las crías de Komodo salir del huevo y huir a la carrera antes de que papá o mamá los devoren como saturnos. La naturaleza no es Disney.

'We can do it'

En resumen, que a lo mejor Asmara termina como Naomi Parker Fraley, la mujer del póster, ‘we can do it!’. Se lo merece. Los que no tendrán ya la oportunidad de hacerse un hueco en el imaginario zoológico local serán Guntur y Ombak, los dos machos de Barcelona, traspasados en silencio a lo largo del 2018. El primero, lo dicho antes, conoció a Asmara y ha dejado una prole en herencia. Algo es algo. Una infección en un cartílago precipitó su muerte cuando recién ingresaba en la edad madura. El otro Ombak, de 280 centímetros de longitud, es una figura trágica. Sufrió desde su infancia un infección incurable en la dentición. Eso no le impedía ser un buen candidato para aparearse con Asmara, pero tanto imponía su presencia que los responsables del Zoo de Barcelona optaron por no jugar a la ruleta rusa sexual. Se impuso preservar intacta a Asmara. Menos mal. El arcángel San Gabriel se habría llevado una decepción inconmensurable.