Me quedo contigo

¿Es Rosalía una flamenca o un invento del mercado musical? Quizá las identidades sean el gran invento del mercado de los himnos

ROSALIA

ROSALIA / periodico

Javier Pérez Andújar

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Desde el cabo de Gata hasta Errentería, hay qué ver la gente cómo está con Rosalía. La cantante que encontró Grammys de oro en la fiesta de todo lo que reluce (que le pregunten a Tom Waits en la última de los Coen qué pasa cuando esas pepitas aparecen), la cantaora del Baix Llobregat a la que reprochan apropiarse de lo que es suyo, pues al fin y al cabo lo que pone en juego es su voz, su pensamiento, su cara, su sentir, su carrera. No hará ni dos meses que los compañeros de la redacción me preguntaron si sabría escribir sobre Rosalía, y les dije la verdad, que no tenía ni idea de quién era. Pero ¡si yo aún estoy llorando la muerte de Janis Joplin! Pero si vivo convencido de que la novela gráfica dejó de avanzar desde el políptico de la Adoración del Cordero Místico, de los Van Eyck. Pero si salta a la vista que de los cuatro Evangelios sobran dos, que Mateo y Lucas no hacen más que tirar de veta de Marcos. Rosalía iba más rápido que yo, por supuesto; pero luego vi que iba más rápido que todo lo viejo.

Palmas de tango en la noche del polígono, pantalones de chándal y gorrilla de béisbol, anillos (grilletes de oropel), melodía de copla antigua en color digital, onirismo explícito como en Recuerda de Alfred Hitchcok, el caracol de Estrellita Castro arrastrándose por el cemento del párquing. El purismo no existe. Es la religión de los que llegan tarde. En el flamenco ha ocurrido con Antonio Mairena. Nadie como él buscó los cantes de casa en casa, los atesoró, los cantó como creía que siempre se hizo y dejó claro que así era, aunque nunca hubiera sido así. Porque un artista no es más que alguien convencido de que el mundo está en su cabeza y encima es capaz de demostrarlo.

La idea de apropiación cultural es otra forma de nacionalismo 

Al flamenco de Mairena se agarró el purismo para existir igual que una religión ortodoxa. Pero no hay iglesia que no haya sido fundada por un hereje, por un cismático. ¿Es Rosalía una flamenca o un invento del mercado musical? Quizá las identidades sean el gran invento del mercado de los himnos, y en el fondo uno no es flamenco, ni es español, ni es catalán, ni es charnego, ni es de San Adrián, ni es nada más que uno mismo, uno no es sino lo que lo que le pasa y lo que siente. Una identidad es un pacto que alguien ha firmado en nombre de otros sin preguntarles.

A Rosalía se le ve que es flamenca lo mismo que se le ve que es humana. Está en su naturaleza. Producto de mil mezclas, continuamente en evolución y siempre a un paso de la extinción, pertenece a la especie. Toda la historia está escrita al borde del precipicio. Cada línea es un límite. Rosalía no va a ser flamenca porque ella forme parte del flamenco, sino porque el flamenco forma parte de ella. Se encuentra en lo más hondo de su ser como la sonrisa del señor Troncoso penetró a sangre y fuego dentro de un puñado de gente de mi edad y tiempo.

Cantando por los Chunguitos

Ya digo, nunca la había visto, y menos en directo, y esta semana la vi en la tele, en los Goya, cantando por los Chunguitos, despacio, sin rumba, otra vez con ese sentimentalismo de canción dramática para película de Almodóvar. Rosalía era grande tan diminuta, como una increíble cantaora menguante, vestida de rojo lo mismo que Dante en su retrato, desapareciendo en el infierno escarlata de su traje, del escenario, de las luces. Aquello parecía un círculo postrero al que ha rozado la redención. Y allí Rosalía ardía en la condena de quienes han renunciado a los géneros, con la soberbia de las que saben que ni el diablo está de su parte, salvo millones de almas en pena que esperan ávidas algo diferente, porque solo lo diferente nos salva, porque solo lo diferente es como cada uno de nosotros.

Rosalía cantándole 'Me quedo contigo' a quien quiera seguirla, y cromando su voz con acento del sur para transformar en abdicación lo que en los Chunguitos era rotura (cada generación pierde la guerra a su manera). Y el coro juvenil del Orfeó Català, flotando como llamas detrás de ella, la arropaba desde los orígenes de la música, con en esas caídas en picado de las viejas polifonías de Dufay escritas cuando todavía nadie había dado la vuelta al mundo.

Rosalía, la cantante de trap, vista por alguien que se quedó cantando canciones de la Trapera. Esto sí que es apropiacionismo: opinar de lo nuevo. ¿Recuerdan aquella estatua del Moscóforo, de la Grecia arcaica? Representa a una persona con un ternero sobre los hombros. Probablemente lo lleve al sacrificio. Cuando los cristianos fundaron su iconografía esculpieron sobre esta obra la figura del Buen Pastor. La idea de apropiación cultural es otra forma de nacionalismo. El miedo a perder lo poco solo se supera teniendo mucho. Rosalía es lo mucho. A su alrededor revuelan todos los fantasmas que no se atreven a salir a la luz del día. Un nuevo desfile de excluidos: gestos reprochables, ropa de encantes, maneras de hablar, gente de la que la cultura no ha querido apropiarse por puro clasismo. Rosalía nos recuerda que estemos donde estemos siempre estaremos equivocados. Y que por eso son tan necesarias las verdades ajenas.