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La tienda que regresó dos veces de entre los muertos

El Ingenio celebra el sábado con una procesión festiva su segunda resurrección comercial

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Carles Cols

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El Ingenio, en un más difícil todavía que habría hecho las delicias de San Pablo, anda ya por la segunda resurrección. Con una, el de Tarso montó la que montó. Imaginen con dos. Pues esa es la cuestión, que esta tienda de la calle de Rauric murió brevemente a mediados del 2016, cuando la que entonces era su dueña, Rosa Cardona, se vio incapaz de traspasar el negocio a alguien con vocación artesana. Colgó los carteles de liquidación en el escaparate y la canallesca le dedicó unos merecidos obituarios a toda página a aquel deceso comercial. Pau Martínez, o sea, El rey de la Magia, rescató este comercio (nacido en 1838, que se dice pronto) cuando sus constantes vitales ya se habían casi apagado, pero al cabo de un año, esta vez sí y con mucha pena, bajó la persiana. El Ingenio ha resucitado (ahora mismo le mando una carta a los corintios) y, además, el nuevo dueño, Lluís Sala, tiene previsto celebrarlo el sábado con una rúa por la Rambla en la que estará presente hasta El Sol de Comediants, que fue confeccionado en los talleres de la tienda hace medio siglo.

Con 181 años a sus espaldas, El Ingenio es el anverso del trágico final de otro icono local. Musical Emporium

Que El Ingenio haya renacido es casi tan importante como que James Stewart no se quitara la vida en ‘¡Qué bello es vivir!’. En serio. Camino de la tienda cualquier día o de la fiesta del sábado (la cita es, por cierto, a las cinco y media de la tarde frente al Liceu), no está de más detenerse antes frente al número 129 de la Rambla. Es la alternativa capriana en la que Stewart se quita la vida. Allí estuvo durante 114 años Musical Emporium, que como comercio era una sinfonía. Una ciudad con pundonor hubiera desenvainado los sables para salvaguardar aquel tesoro. Lluís Castelló, el dueño del negocio, luchó literalmente solo contra la ley de arrendamientos urbanos, con resultados tan previsibles como fatales. Hasta los bemoles, aquel hombre derrotado se llevó todo lo que pudo, como el mostrador, las estanterías centenarias y aquellas preciosas cajas llenas de partituras. No pudo con el escaparate y, en cierto modo, eso fue un acto de justicia poética con una merecida sentencia para esta ciudad, porque la postal que el 126 de la Rambla ofrece hoy a los barceloneses es vergonzante, tan ejemplar como cuando a las puerta de la ciudad se clavaba en una pica la cabeza de un rebelde ajusticiado. Musical Emporium es hoy una oficina de cambio de divisas.

Es por este antecedente que a Lluís Sala hay que darle las gracias. De crío, y de eso hace medio siglo, cuando bajaba a Barcelona para ir al médico, su padre tenía la debilidad de ir a comer a Can Culleretes (otro local con historia, pues abrió en 1786) y él se escapaba a El Ingenio. Podía haberse comido una magdalena y la profundidad del recuerdo no habría sido más honda. Se ha quedado con la tienda un sentimental. Eso está bien.

El nuevo dueño, y eso es bueno, es un todo un sentimental. Cuando de niño bajaba a Barcelona tenía siempre un rato para esta tienda

La supervivencia de El Ingenio, sin embargo, no será fácil. La tienda ha quedado aislada tras las líneas enemigas del turismo, lo que le da vidilla a la caja registradora, sí, pero pocos son los barceloneses que se adentran hasta la calle de Rauric. Habrá que confiar en el olfato de Sala para los negocios. Ya de joven, en Vidrà, donde vívía, apuntó maneras. Le sorprendía que el pueblo se llenara de visitantes para asistir a algo tan cochino como la matanza del cerdo. Total, que se puso en contacto con un artesano para que le proveyera de cerditos de cerámica. La gente volvía a casa con unas butifarras y con un marrano de decoración. Así, con visión para el negocio, germinó antaño una pequeña red de comercios que hogaño ha hecho crecer con la adquisición de El Ingenio.

El rescate, por cierto, ha sido providencial. Explica el artista Xavier Palet, con quien Sala ha unido fuerzas en esta empresa, que el almacén de El Ingenio era (y aún es, aleluya) un tesoro. Lo pudo comprobar cuando, tras catalogar y documentar todo cuando ahí había, organizó en Dublín, en febrero del 2017, una exposición bajo el paraguas del Instituto Cervantes. Tenían los irlandeses la oportunidad de conocer de cerca la imaginería laica de El Ingenio. En ocasiones así, hay que fijarse en el brillo de los ojos del público. Brillaban. No es que los moldes de las figuras más míticas de El Ingenio sean el románico catalán o el archivo fotográfico de Agustí Centelles, de hecho ni siquiera gozan de ningún tipo de protección oficial, pero precisamente por eso, porque podía no comprenderse su valor, cabía la posibilidad de que terminaran centrifugadas a otras latitudes. Ya no. Entre los planes de Sala a cortísimo plazo figura la decisión de que el taller de la tienda sea visible desde la calle de Rauric y que sea además visitable.

La procesión laica por esta buena nueva dará comienzo el sábado, a las 17.30 horas, frente al Liceu

El peligro de que en un arreón todo aquel material terminara en lugares insospechados no es, todo hay que decirlo, una hipótesis inverosímil. Como prueba del algodón sirve a la perfección lo que ocurrió hace menos de un año en los Encants. Apareció a la venta la figura cabezuda de Jordi Pujol. Su lugar, en un país maduro, sería el Museu d’Història de Catalunya, porque aquella pieza de cartón piedra llegó a alterar el mapa político de Lleida por el uso obsceno que de ella hizo Antoni Siurana, y sin embargo ahí estaba, a la venta al mejor postor. 

A sus 181 años de edad, en resumen, El Ingenio va a celebrar su segundo milagroso advenimiento (a esto ahora queda fino llamarle resilencia) y los nostálgicos de los 70 y los 80 quedan advertidos de que Comediants ha querido poner algo de su parte. Ha desempolvado El Sol, icónica figura del teatro autóctono, para ver si, con un poco de suerte el comercio que más merece la pena en esta ciudad sale de la penumbra.