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Ser de café o ser de té

No sé si alguna vez fue Barcelona una ciudad de cafeterías... Hoy se ven cada vez más teterías

Javier Pérez Andújar

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Ahora resulta que tomar café y comer huevos y chocolate a diario no es tan malo como se había dicho. Uno no sabe qué hacer. Ya no recuerdo cómo me enganché al café pero creo que hubo un momento crucial, es decir, en que llegué a un cruce de caminos. Toda mi biografía cabe entre 'El bosque animado', la novela de Wenceslao Fernández Flórez (bueno, y la peli de Cuerda), y un disco de Robert Johnson: de la santa compaña, y del cruceiro, a la encrucijada donde uno le vende su alma al diablo para conseguir el fuego. La cultura es un cruce de caminos. Del café lo que me pudo fue la posibilidad de beber algo negro, como el futuro, como la noche, como la ropa de Paco Ibáñez. Me acuerdo de que sentí la necesidad de elegir entre dos formas de vida que, entonces más que nunca, se mostraban antagónicas. No sé por qué a la peña le daba por tomar té, cuando todo se soluciona enseguida con un café. Tras este conflicto se oculta una cuestión de paciencia (lo mismo que en todos los conflictos). La gente de té habla más que la de café. ¿Era entonces Barcelona una ciudad de té o de café?

Toda mesa es un modo de territorialidad, de nacionalismo. Barcelona ha sido más de mesas y Madrid más de barras

Ocurría como con aquellos bolis con los que uno se enfrentaba a dos escrituras a elegir. Antes de beber toneladas de café, me había pintado mil veces de azul la lengua y los dientes sorbiendo el tubo de la carga para estirar la tinta del Bic. Dos escrituras a elegir significaban dos maneras de vivir que en medio de aquella tormenta hecha de barro y de libros pasaban por debatirse entre Leño e Iceberg (el grupo, no las lechugas). El té era beber fino y el café beber normal. Sin embargo, la normalidad que yo había buscado no parecía ser lo que se llevaba por norma. A la gente le encantaba sentarse a una mesa para tomar una cerveza, un té, ¡hasta un café!, cuando lo ideal, eso sigo creyendo, era quedarse de pie en la barra. Cara a cara con el camarero, con el dueño. La barra es la provisionalidad, la tierra de nadie. Toda mesa es un modo de territorialidad, de nacionalismo. Barcelona ha sido más de mesas y Madrid más de barras, y supongo que esta frase no es consecuencia de la que la precede. En la barra de un bar siempre se está a la intemperie. Aquí sí que no valen equidistancias y terceras vías. No es aceptable sentarse en el taburete junto a la barra. Lo suyo es permanecer de pie, igual que en los grandes momentos de la historia.

Una tacita de café, una dosis pequeña y punto, y hasta la siguiente, era lo más parecido a las canciones de los Ramones. Lo otro era rock sinfónico, que tampoco está mal. Pero la calle no resulta buen sitio para escuchar a Pink Floyd. Mejor en la habitación, echado en la cama, haciendo ver que se piensa. Es cierto que 'El Muro', quizá su último disco, porque las cosas acaban cuando uno vive y no cuando uno muere, fue un álbum urbano; pero ante todo era un esfuerzo ideológico, una historia nostálgica que hablaba del trauma de la guerra contra los nazis y de cómo, pareciendo haberlos vencido, otra vez estaba todo el mundo, estábamos todos, a un paso de convertirnos en eso a lo que se había combatido. Un disco profético, pero también sabemos que los profetas que aciertan no nos advierten del futuro sino de lo que somos.

Té chino

No sé si alguna vez fue Barcelona una ciudad de cafeterías, quizá lo haya sido más de restaurantes, de frankfurts, de bares y de snack bares. Hoy se ven cada vez más teterías. De cuando en cuando, voy con un amigo a una que se llama Interior de Té, está en la calle Milton y tiene té traído de China. No tengo ni idea de lo que tomo, pero está bueno. Me parece que soy más de amigos que de principios, y quizá prefiera cambiar de principios a cambiar de amigos. Acaso mi único principio sea quedarme con mis amigos. A veces me paso de rosca, y me sucede como a Woody Allen en la película 'Zelig', donde todo el rato se transformaba en la persona que se ponía a su lado. Hay que ser muy divino para poder decir “Yo soy el que soy”. En mi caso, creo ser todos los que son. Es de esto de lo que nos advertía Pink Floyd en 'El Muro'.

Los frankfurts eran una metáfora de la filosofía punk, pura barra, llegar y pirarse

Lo que más me gustaba de los frankfurts es que eran pura barra. Prácticamente, llegar y pirarse, una metáfora de la filosofía punk. Woody Allen lo dijo antes, por tanto lo predijo, con más sentido del humor: 'Toma el dinero y corre'. Los punk dijeron muchas cosas que ya estaban dichas, y por eso combinan tan bien con todas las épocas. ¿Cómo habré pasado de ser carne de frankfurts a merodear por teterías? ¿Cómo se va de salir del cine Picarol, a lo mejor daban 'Alerta roja: Neptuno hundido', y meterse en el frankfurt de al lado, a verse controlando con el reloj del móvil el tiempo exacto que debe estar el té en reposo? Lo pusieron Marx y Engels en su Manifiesto comunista: “todo lo sólido se desvanece en el aire”, y Bob Dylan lo cantó en ese disco donde parece un campesino vietnamita: “los tiempos están cambiado”. Dicen que Balzac murió de tomar tanto café. Eso es lo que hacía humana a su comedia frente a la de Dante. La desesperación. También se hace uno adicto a ella. Lo dijo Groucho: “tomaré otro café”.