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Seis ciegos de Madrid visitan Barcelona

Como en el poema de John Godfrey Saxe, seis invidentes tocaron esta paquidérmica ciudad y estas son sus conclusiones

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Carles Cols

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Fue a través del poeta inglés John Godfrey Saxe (1816-1887) que llegó a Europa la antiquísima parábola india de los seis ciegos que se topan con un elefante. Son sus versos más famosos. Es una historia aleccionadora. En cada estrofa del poema de Saxe, uno de los ciegos toca una parte distinta del elefante, la pata, la cola, el colmillo, la panza, la oreja y la trompa, así que el poema termina con la discusión que, mientras se alejan, mantienen sobre cómo es aquel animal, como un árbol, como una soga, como una lanza, como una pared, como un gran abanico o como una serpiente. A los niños les encanta este cuento, aunque, en verdad, debería prescribirse su lectura a los adultos. El caso es que, lo que son las cosas, seis ciegos de Madrid visitaron el pasado noviembre la paquidérmica Barcelona. La palparon. Literalmente. He aquí sus conclusiones.

Buscaban voluntarios para acompañar a los ciegos. Jenni fue la primera en apuntarse.Maldurmió dos noches antes de que llegaran.

La historia, por tirar de un hilo, se puede situar en el día en que Jennifer Font, barcelonesa y vidente (esto último que no se malinterprete, no es Madame Jenni y su bola de cristal), leyó un mensaje en su grupo de whastapp de amigos del gospel. Pedían voluntarios para acompañar a tres parejas invidentes de Madrid. Fue la primera en responder que sí. Tragó saliva. A Frodo Bolsón se le puso la misma cara cuando dio un paso al frente y dijo que él llevaría el anillo.

Llegaron a Barcelona el 19 de noviembre. Eran tres parejas, Ricardo y PauliAlberto y AliciaAna Adalberto, y dos perros guía. Habían reservado habitaciones en una pequeña pensión de la ronda Sant Pere y allí estaba ella, tras dos noches de mal dormir, Jenni, con la ayuda de su pareja, Francesc, en el papel inestimable de Samsagaz Gamyi.

Pensión de 'cinco bastones'

No era una pensión con cinco bastones en la Guía ONCE, si es que la hubiera. Al caer la tarde, no queda nadie en recepción. Se entra con un código de cuatro números. No hay ascensor. Francesc subió las maletas como si las escaleras fueran el Monte del Destino y, una vez arriba, nuestros turistas se hicieron con las medidas de la habitación a lo aspirador roomba. La memorizaron.

El viaje consistió en llegar y pim pam, directos al parque Güell. “Gaudí es para tocar”, explica Alicia. Del grupo, es la única que conserva una visión residual, menos del 12% en el mejor de los ojos. Es la encargada de hacer las fotos. No se rían, por favor. Una de las grandes contribuciones de Eslovenia al mundo de la imagen es la obra de Evgen Bavcarel fotógrafo ciego más famoso del universo.

La de Alicia no era su primera visita a Barcelona. "De pequeña me llevaban a la clínica del doctor Barraquer", pero de entonces todo el turismo que recuerda es "la plaza de Catalunya y sus palomas".

Allí, en el parque, las tres parejas se toparon con una de las versiones del elefante barcelonés. Gaudí, con contadísimas excepciones, es esencialmente un negocio multimillonario. Incluso la gestión de un parque público como el Güell es privada. A Jenni le pusieron pegas para acompañarles. Pudo entrar. Fue una suerte para ella. Les vio disfrutar. El ‘trencadís’, al parecer, es literatura erótica en braille. "Mira, este fragmento es brillante y este otro es mate". La sala hispóstila fue un gozo, El tritón o dragón o lo que sea que vigila la escalinata, un número de circo. Los seis ciegos inclinados hacia delante, en frágil equilibrio, y Jenni y Francesc tratando de que no cayeran todos junto como un castillo de naipes.

Gaudí S.A.

La posterior visita a la Pedrera S.A. fue un más difícil todavía. El tejado, ya saben ustedes, es más endiablado que una escalera de Penrose. Pero para aventura, la visita a la tienda de los bajos de la Casa Milà, con todas esas cerámicas y platos decorativos. Todo quedó intacto.

Recorrieron el Raval con Jenni y Francesc, pero después, con otros guías voluntarios o a solas, con la única compañía del navegador del teléfono, se lanzaron a por el castillo de Montjuïc, el Gòtic, Santa Maria del Mar… Fue entonces cuando descubrieron otra de las características del elefante.

Para un ciego, una ciudad son sus olores, a frutería, a café de los de antes, a mercería, pero Barcelona cada vez huele más a un único aroma, Inditex

Explica Adalberto, en conversación telefónica desde Madrid, que a ellos no se les escapa que Barcelona también cambia. Los olores lo indican. "El aroma de un bar antiguo, el olor de una mercería, el de una frutería, por supuesto…". Son sensaciones en extinción. Si tardan mucho en regresar, a lo peor descubren que Barcelona solo huele a Inditex. ‘Eau de Amancio Ortega’.

Otra estrofa de esta versión 2.0 del poema de los ciegos y el elefante fue el contacto con la Barcelona humana. Sí, de entrada parece uno de esos almibarados relatos de madrileño conoce catalán y descubre que es buena gente, un tópico, pero es que así realmente sucedió.

“Estábamos en la Rambla algo perdidos y una mujer no ofreció su ayuda para orientarnos”, cuenta Adalberto. Nos dijo que estábamos frente a la Boqueria y nos ofreció recoerrerla. Es clienta habitual. Si el ‘trencadís’ es literatura erótica en braille, el gran mercado de la ciudad debe ser directamente porno para los sentidos. Hubo hasta cata de quesos. La mujer se llamaba Núria. Desde aquí le mandan un saludo.

Un saludo igual de cariñoso se lo mandan a Antonio, quien les vio algo perdidos en el barrio de la Ribera. Ellos querían ir a la Barceloneta, a mover el bigote con una bombas de patata y carne. A él le sobraba media tarde antes de ir a trabajar, así que les sumergió en el barrio marinero ‘comme il faut’, con los cuatro sentidos.

Experiencias malas tuvieron pocas. Solo un par de taxistas malcarados, de los que no dejan subir el perro guía. Ellos, los ciegos, tienen sus trucos. “A mi marido le digo que se esconda un poco con el perro y yo levanto la mano”, cuenta Alicia. Esta hecha una Claudette Colbert en ‘Sucedió una noche’. La escena del autostop es un clásico. A Alberto, su esposo, le toca ser Clark Gable. Que no se queje. No está mal.

El viaje fue breve. Solo cuatro días. Parece que se llevaron una imagen bastante precisa del elefante.