BARCELONEANDO

Solo tenemos un cromo

Cuando un sindicato trata a los parados como intrusos es que no representa a una clase sino a un beneficio

Dos chicas de la brigada de recogida de jeringuilla, en La Mina

Dos chicas de la brigada de recogida de jeringuilla, en La Mina / RICARD CUGAT

Javier Pérez Andujar

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Badalona es el anís del Mono; Sant Adrià, las tres chimeneas, y Santa Coloma va a tener ahora el sereno. La identidad no es lo que uno es sino un cromo que nadie tiene, y que ninguno quiere cambiarte.En el trastiempo de nuestra era, mucho antes de la crisis, salió una vez una noticia que decía: “Barcelona recupera la figura del limpiabotas”. Fue visto y no visto. Un fracaso. La gente usaba ya otro tipo de calzado que no necesitaba lustrarse a cada rato. Andar por ahí con zapatos brillantes se había convertido en una cosa de garrulos o de ejecutivos con cine en casa. El punto de inflexión fueron las botas rotas de Tom Waits, que abrieron una senda de romanticismo y descreimiento, que convertidas en las sandalias del pescador de cogorzas inauguraron una nueva religión en la vieja tribu del rock, que pateaban pesadamente al compás de himnos titulados 'Blue Valentine' y pronunciábamos Ballantine's.

Tenían fábrica en Sant Adrià, como todo lo que contamina

El mundo de los limpiabotas y de los serenos apenas sobrevivía dentro de historietas anacrónicamente reeditadas en las páginas de unos tebeos agonizantes. Evocarlo resultaba pura ironía, cuando Ibáñez quería decir que era de noche disfrazaba a Mortadelo de sereno. Se perdió hasta el nombre de las cosas más sagradas (la divinidad es sólo un nombre, que se lo pregunten a fray Luis de León), y la palabra Bruguera dejó de aludir a una manera de dibujar para convertirse en pintura de brocha gorda. Bueno, perdió una letra por el camino y se quedó en Bruguer. Tenían fábrica en Sant Adrià, como todo lo que contamina. Acaso el último superviviente en la raza de los limpiabotas fuese el Bromuro, aquel exlegionario que le daba los soplos a Pepe Carvalho. Pero Vázquez Montalbán se cargó a su personaje precisamente en los años de los que hablamos (acaba de volver Carvalho de mano del escritor Carlos Zanón, pero se trata de otro tiempo, de otro punto de vista, de la pugna por llamarse Pepe en plena globalización). Sobre los limpiabotas se proyectaba la sombra de la sospecha. Encarnarla era la función del personaje de Bromuro.

Todo el mundo lo creía: los limpiabotas hacían de confidentes para la pasma.Serenos y limpiabotas eran entonces los ojos de las comisarías. Los ojos de noche y los ojos de día. La policía nunca descansa. Y, de golpe, con los interfonos, los teléfonos pinchados y la moda de llevar bambas, acabó la historia de limpiabotas y serenos. A partir de entonces se les llamó figuras. Recuerden el titular: “la figura del limpiabotas”. Pero esto era porque ya no sabíamos usar palabras como “oficio” o“trabajo”. Demasiado cercanos a la lucha de clases estos términos, se imponía recurrir al lenguaje perfumado y recién planchado de las mañanas de oficina. Ocurrió en los días en que se dejó de hablar de “trabajo basura” para decir “precarización del empleo”. Irse de sinónimos es como engañar a tu pareja con su mejor amiga o su mejor amigo.

El sereno que quiere recuperar Santa Coloma es otra cosa, sale por otra herida. En lenguaje municipal se le llama plan de ocupación. Esto es dar trabajo al que lo necesita, la bienaventuranza del socialismo. Pero los sindicatos ya han protestado por intrusismo laboral. Cuando un sindicato trata a los parados como intrusos es que no representa a una clase sino a un beneficio. El plan es dar trabajo a 18 personas de más de 45 años.

¿Se acuerdan del terremoto de San Francisco? No me refiero a la ciudad sino al santo de los pobres. ¿Recuerdan, no hace tanto, cuando de repente vimos abierto junto a nuestros zapatos gastados el abismo de quedarse en paro a los 45, en mitad de la selva oscura, como siempre? Pero ya nos hemos acostumbrado. Hoy cualquier edad es buena para que le pongan a uno de patitas en la calle. Ni eso. La gente ya no salta del trabajo al despido, más bien, al contrario, en una vida de perpetuo despido, se pasa por momentos de trabajo.

Cuando un sindicato trata a los parados como intrusos es que no representa a una clase sino a un
beneficio

En esa lucha se encuentra la identidad de nuestros barrios, de nuestras ciudades condenadas al extrarradio, porque el radio lo han trazado los de siempre. El cromo que aglutina, que da sentido a estos lugares se llama: plan de ocupación (lo que nos queda, una vez proscrito el derecho al trabajo). El plan de ocupación que convierte en serenos a los parados de Santa Coloma es el plan de ocupación que convierte en barrenderos a los parados de Sant Adrià. ¿Qué hay que barrer en esa ciudad? Vea usted, jeringuillas. En la Mina se amontonan. Es desesperante. Durante 2018 se recogieron más de 34.000 chutas y Sant Adrià tiene 36.600 habitantes. El alcalde Joan Callau ha ido a contarlo en el Parlament con un grito de auxilio. Pero cuando un pobre pide ayuda, los pijos se creen que está cantando el Help de Tony Ronald.

El centro de venopunción de la Mina contabiliza el triple de consumos que el conjunto de los centros de Barcelona, una ciudad de 1.700.000 habitantes. Menos del 3% de los usuarios son de Sant Adrià. Los demás vienen de Barcelona y su área metropolitana. Pero esto a las otras ciudades ya les va bien. La identidad es un cromo que nadie te cambia.