BARCELONEANDO

Sumisión y frío en la Modelo

Joan Morey realiza una acción en la que fue cárcel para invitar a reflexionar sobre el abuso de poder, la opresión, la vigilancia y el control

MAQUINA

MAQUINA / Noemi Jariod

Natàlia Farré

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"¡En fila de uno y en silencio!". Bajo la atenta mirada, nada amigable, por cierto, de corpulentos personajes con pinta de matones, ataviados con aspecto de 'geyperman', la cara pintada de negro, y ropa y pasamontañas ad hoc. De esta guisa entró una en la Modelo el jueves pasado. Dicho así suena fatal. De manera que lo suyo son un par de aclaraciones. A los despistados decirles que la Modelo ya no ejerce de cárcel sobresaturada de presos sino de potencial espacio multidisciplinar con rehabilitación (arquitectónica, por supuesto) de largo recorrido. A los sorprendidos, que una lo hizo con ganas y voluntad propia. No por vocación masoquista sino por amor al arte. Es más, casi suplicó poder hacerlo. Tal cual.

El caso es que Joan Morey hacía una 'performance', y las 'performances' de este artista mallorquín son famosas. Nadie quiere perdérselas. Tienen cola de público y, en su caso, querer no es sinónimo de poder. Sin ir más lejos, en 'Postmortem', la acción que realizó en el 2007 en el Centre d’Art Santa Mònica, los interesados en participar tuvieron que pedir permiso al artista, justificar el porqué de su interés y Morey franqueó la entrada a quién consideró que se lo merecía. El jueves no llegó tan lejos pero, como siempre, hubo lleno, instrucciones, secretismo y 'dress code'. A estas alturas quizá alguien se esté preguntando qué es un 'performance' para producir tal efecto llamada. Resumiendo se puede decir que es una expresión artística, generalmente efímera y conceptual, que se realiza en directo y en la que público participa y es provocado (emocionalmente, se entiende).

Pura congoja

En el caso de Morey, la reflexión, provocación y concepto suelen estar relacionados con la sumisión, la opresión, el abuso de poder, el dominio, la explotación y las desigualdades. Vamos, en incomodar y angustiar al respetable tanto como sea posible. Ahí es nada. Así que una se dirigió a la cita no sin cierto recelo.  No había muchas pistas. Solo dos: encuentro a las siete de la tarde en Fabra i Coats y ataviada de riguroso negro. Y riguroso, significa riguroso. Todo aquello que tenía un atisbo de color era conveniente tapado con cinta aislante aplicando dominio y sumisión. Vamos, que lo de ordenar hacer filas y guardar silencio se aplicó desde el minuto cero, cuando los compañeros de los 'geypermanes' de la Modelo empezaron a pasar lista y controlar al personal reunido en la Fabra i Coats. Un centenar de potenciales sumisos que fueron metidos en minibuses, negros, por supuesto, sin destino conocido. Lo de la Modelo no se supo hasta que los vehículos aparcaron en una de las entradas laterales. Nada de puerta principal. Secretismo hasta el último minuto.

Las instrucciones llegaron por escrito junto con la identificación que una debía presentar al portero de lo que fue prisión para poder entrar. Las normas eran claras. Nada de hablar, nada de móvil, nada de baño y, por supuesto, imposible salir de allí sin permiso. Y una pregunta de última hora: "¿Alguien tiene epilepsia?" Pura congoja. Pero de eso se trataba, de demostrar cómo se domina al personal a través de la disciplina, la vigilancia y la despersonalización. Y nada mejor que la Modelo para intentarlo, su arquitectura en forma de panóptico ayuda al control y a la incomunicación. Y lo que Morey propuso y dispuso lo hicieron todo aún más angustioso. Oscuridad (cruzar solo un pasillo sin luz con rejas y demás requiere fuerza de voluntad) y un frío que helaba. El resto, un ojo vigilante en el panóptico que todo lo grababa, luces cegadoras, sirenas ensordecedoras, drones sobrevolando el espacio y una voz que recitaba 'Vigilar y castigar', de Michel Foucault.

Silencio y angustia persistentes

Un ambiente que indujo al personal a deambular por las galerías a oscuras y sin referencias. Perdidos. Con la cabeza baja por sumisión o por la molestia de los efectos ópticos y sonoros, que vienen a ser lo mismo. A sentirse amenazado por el frío y por la atenta mirada de los drones perseguidores y la cámara del panóptico. A creerse impersonal por el uniformado. Y solo, pese a que allí había medio mundo del arte, de artistas a gestores culturales. Con 'Máquina esquizofrénica', Morey consiguió lo que perseguía: que una tuviera ganas de huir, de abandonar el espacio carcelario.

La salida fue a las diez por la puerta principal, pero el silencio y la angustia persistieron lo suyo.