BARCELONEANDO

Los naranjos de Santiburcio

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zentauroepp46472957 barcelona 8 01 2018 barceloneando carrers de sant andreu o190112142756 / JOAN CORTADELLAS

Carlos Márquez Daniel

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Adoquinada, sin coches, con casitas de dos plantas y con decenas de naranjos alineados a ambos lados. Doctor Santponç es un lugar maravilloso, como lo son muchas de las calles que nacen o mueren en Gran de Sant Andreu. Esta crónica surge de la observación del compañero de redacción Jordi Tió, que advertía de esos árboles rebosantes de amarga fruta, pero el posterior paseo por el lugar y la charla con nativos imponen, porque vale mucho la pena, ir más allá de la naturaleza urbana.

Barcelona se comió el pueblo de Sant Andreu del Palomar en 1897. Sarrià y Vallvidrera, por citar otro ejemplo, no lo harían hasta 1921. No viene al caso, pero sorprende que algunos políticos en precampaña electoral todavía sienten cátedra sobre el barcelonés, como si fuéramos uno y no 1,6 millones; cada uno con sus cositas, su origen y su final. Ya habrá tiempo de hablar de ello, así que recuperemos el hilo. Muchas calles del ahora barrio, como la de Sant Jaume, Sant Pau o Sant Antoni, tuvieron que cambiar de nombre porque el callejero de la ciudad nodriza pasaba por encima y no se podían permitir duplicidades. Un colonialismo de estar por casa.

Cuenta el historiador Pau Vinyes, miembro del Centro de Estudios Ignasi Iglésias, sito en la calle homónima, donde también hay naranjos para aburrir, que el rebautizo lo perpetraron al alimón el capellán Joan Clapés y el concejal de la Lliga Regionalista Josep Cararach. Se unieron el hambre y las ganas de comer, porque ambos eran ‘andreuencs’ como Gaspart es del Barça y se esmeraron en que cada placa de mármol tuviera un significado, un porqué y un sentido. El que quiera ampliar esta materia haría bien en hojear el libro ‘Història dels carrers de Sant Andreu del Palomar’, de Jordi Petit y Jordi Sánchez. Se pasaron cuatro años documentando el origen de 135 calles del vecindario: saben de qué hablan.

A punto de reventar

Lo de los naranjos también nace de la pasión. En este caso, según señala Vinyes, la que profesaba Antonio Alfonso Franco por los árboles. Era el responsable de proyectos del distrito en tiempos de Pasqual Maragall y quiso darle un vuelco a todo lo verde de las calles más ‘nostradas’ de Sant Andreu. De ahí los naranjos, que en estas fechas están como un niño después de una fiesta infantil: a punto de reventar. Los vemos, por citar algunas vías, en Ramon Batlle, Sócrates, Abat Odó, Coroleu, Pare Secchi, Rubén Darío y en la calle del Mercat, además de las citadas de Doctor Santponç e Ignasi Iglésias. La mayoría de ellas, nacidas a partir de la fiebre fabril e industrial de finales del siglo XIX.

Al indagar sobre el asunto, descubrimos que este veterano técnico, ya jubilado, no fue el hacedor original de los naranjos o del resto de especies arbóreas que pueblan estos vecindarios. Preguntado por este diario, el propio Alfonso Franco cuenta que todo "fue cosa de Antonio Santiburcio". Se refiere al que fuera concejal del Ayuntamiento de Barcelona en dos etapas distintas entre 1987 y julio del 2001, cuando falleció a una edad muy temprana -47 años- víctima de un cáncer. "Era de Jaén y tenía los árboles siempre muy presentes. Me dijo: 'Antonio, aquí pondremos naranjos', y nos pusimos a trabajar". El edil socialista dejó una gran impronta en Sant Andreu, pero también en Nou Barris, los dos distritos que comandó y en los que desplegó ese modelo de ciudad 'made in Maragall' de más y mejor aprovechamiento de la calle para combatir la desigualdad desde el urbanismo.

En su último acto público, un 17 de junio, menos de un mes antes de fallecer, participó de una fiesta vecinal por el semicubrimiento de parte de la Gran Via. ¿Les suena? Eso forma hoy parte del proyecto de las Glòries, que más allá de la plaza, culminará lo que empezó a impulsar Santiburcio con la cobertura total de esa infame autopista urbana. "Ha muerto, es cierto, pero su acción como gobernante, como servidor público, ya forma parte del paisaje urbano de nuestra querida Barcelona", escribiría entonces Joan Ferran, el que fuera diputado y primer secretario de la federación del PSC en la capital catalana. 

Más allá de la nostalgia, siempre reconfortante, es justo explicar que las inmensas naranjas caen en estas fechas con cierta frecuencia. Natalie, del servicio municipal de limpieza, coge aire y levanta los ojos al ser preguntada: “No sé a quién se le ocurrió, pero es imposible que termine el plan de trabajo diario con la cantidad de naranjas que tengo que recoger del suelo. Están por todas partes y además los niños, cuando salen del cole, se dedican a mover los árboles para que caigan más”. Hay que admitir que no faltan ganas de darle un achuchón al tronco para disfrutar de la lluvia de vitamina C, tengas 12 o 41 años. Un vecino, desde un balcón señala que el fruto, por muy buen color que tenga, no es bueno, y que como mucho se podría hacer mermelada amarga, “pero con mucha paciencia”.

Ojo: política e iglesia

Joan Guitart es el alcalde de los árboles de Barcelona. O como pone en su tarjeta de visita, es el jefe del área de gestión del arbolado. Cuenta que los citrus -el latinajo de este tipo de naranjo- forman parte de la ciudad desde la "época medieval". Les vendrá a la cabeza el patio de los 'tarongers' de la Generalitat. Lo que habrán escuchado esos troncos... Y no menos hermosa es su presencia en el patio de la Casa de la Misericòrdia, en el Raval. Iglesia y poder político, caramba con los citrus. Pero basta con consultar la estadística para darse cuenta de cuán culpable fue Santiburcio en este asunto: de los 3.343 naranjos plantados a día de hoy en la ciudad, 1.191 están en Sant Andreu, el 35,6%. 

En la calle de Sócrates, dos operarios municipales se esmeran con la manguera de agua a presión. Arañan las naranjas del adoquinado y las almacenan en el camioncito eléctrico. Viene bien que esto tenga que ver con el filósofo, porque haremos nuestra una de sus frases para terminar: "Yo no, pero la ciudad enseña".