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La caída de Barcelona en tecnicolor

Las tropas de Yagüe entraron en la ciudad el mismo año en que Dorothy llegó a Oz y Scarlett hizo su juramento, en 1939 y, sobre todo, en color, como permite recordar la obra del sevillano Rafael Navarrete

La caída de Barcelona en tecnicolor

La caída de Barcelona en tecnicolor / periodico

Carles Cols

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Hace 80 años (exactamente, el próximo 26 de enero al alba) las tropas del general Yagüe entraron en Barcelona sin apenas gastar munición. Eso fue en 1939, el año en que se estrenó El mago de Oz, película que no viene al caso porque un hombrecillo de baja estatura gobernara un país de opereta con la fuerza de las mentiras, sino por su inolvidable color, el célebre tecnicolor, palabra tan asentada en la memoria colectiva que hasta la RAE la acepta así, sin ce y hache. Por si esta no la han visto, Lo que el viento se llevó es de la misma cosecha del 39. El juramento de Scarlett a contraluz en un atardecer en Tara no habría sido lo mismo en blanco y negro. La caída de Barcelona también fue en colores, pero nunca se la recuerda así, como si Yagüe no fuera contemporáneo de Dorothy y Scarlett, un buen motivo para conocer, pues, la afición artesana del sevillano Rafael Navarrete, de quien lo fácil sería decir que simplemente colorea fotos antiguas. Hace más que eso. Abre ventanas en el tiempo.

La foto que encabeza el texto es solo un botón de muestra de su muy extensa obra. Fue publicada en estas mismas páginas el pasado julio. Entonces, la novedad era que era inédita. Formaba parte de la obra del fotógrafo oficial de las tropas de YagüeFrancisco Martínez Gascón, alias Kautela, un nombre rescatado del olvido desde su Aragón natal por Víctor Lahuerta y Cristina Martínez de Vega, nieta del fotógrafo. Aquella imagen, la de varios miembros de la soldadesca franquista celebrando la victoria el 27 de enero por el paseo de Gràcia, del brazo de varias barcelonesas, llama la atención, más incluso en color. De aquellas fechas se suelen publicar a menudo las fotos de la misa de la plaza de Catalunya, con aquella puesta en escena religioso-castrense que anticipaba muy bien lo que estaba por venir. La del paseo de Gràcia es atípica, incómoda para muchos, y multiplica su efecto tras su paso paciente por Photoshop. Navarrete sabe que ese es el resultado que suele causar.

El coloreado no es solo un alarde técnico, es una ocasión para tirar del hilo de la historia que esconde cada foto

“Me ha ocurrido algunas veces. Recibo un encargo de resucitar una foto que es especial por algún motivo para alguien, una foto antigua en la que aparecen unos padres ya fallecidos, por ejemplo, y al devolverles con el color un aspecto más real, que ya no recordaban, le causa un gran impacto”, explica Navarrete desde Sevilla.

El Museo Navarrete

No es, eso hay que aclararlo, un especialista solo en el rejuvenecimiento de la Barcelona en blanco y negro. Lo es de cualquier buena imagen con suficiente calidad digital como para trabajar en ella. Merece la pena seguir las pisadas que Navarrete deja en sus cuentas de Twitter y Facebook. Ahí están DarwinUnamuno, la GarboGarcía Lorca, los niños que cantaron el gordo en la Lotería de 1935, GaudíAlfonso XIIIVan Gogh de joven, aún con ambas orejas, un esplendoroso Muñoz Seca (“¡ay, infeliz del varón, que nace, cual yo, tan guapo!”), Orson Welles y Paola Mori en la Feria de Abril, Julio Romero de Torres, moreno, tal y como se le veía en los billetes de 100 pesetas, Julio Verne, que qué hubiera escrito de toda esta ciencia ficción de la fotografía, Arturo Pomar de niño, del que se dijo que si hubiera nacido en la Unión Soviética habría sido campeón del mundo de ajedrez… Esa es la cosa. No es solo que Navarrete les dé color, un simple ejercicio de dominio de una técnica, sino que cada fotografía tiene su trastienda, no es solo lo que se ve, sino lo que se cuenta.

“Sí, mi relación con cada una de las fotos va más allá de aplicarle color”. Explica que en el fondo este es un trabajo coral, que se enriquece con aquello que aportan quienes comentan las fotografías. A veces, con sorpresas deliciosas. “Publiqué una foto costumbrista tomada hace 70 años y alguien me escribió para contarme que el protagonista de la imagen era su abuelo”. En las novelas de Paul Auster, este tipo de azar suele ser el inicio de una aventura vital. A Navarrete, con menos literatura, a veces le sucede eso.

La memoria colectiva de la guerra civil se ha construido a partir de imágenes icónicas, pero también de fotos descartadas, que se ocultan por incómodas

La cuestión es que, puestos a explorar el Museo Navarrete, una opción era centrar el foco sobre Barcelona, en primer lugar sobre la foto de Kautela, por incómoda, algo que, se intuye, sucederá más estos próximos días en que se volverá la mirada hacia atrás. En su último número, por ejemplo la revista Sàpiens dedica un artículo muy trabajado al celo especial con que las autoridades franquistas ocuparon Barcelona en 1939, y aparecen ahí, cómo no, las fotografías del desfile de las tropas por la Diagonal y de la misa de la plaza de Catalunya, pero por perturbadora merece la pena no ignorar la imagen de las páginas 34 y 35, otro tesoro del archivo Pérez de Rozas, las colas de barceloneses que se formaban frente al Palau Robert, sede del Servicio de Información y Policía Militar, para ir a delatar a algún vecino. Es en blanco y negro. Un baño de color acentuaría aún más el baño de realidad.

Resulta llamativo cómo la memoria colectiva de una ciudad como Barcelona se ha construido a partir de imágenes icónicas, reconocibles por todos, y cómo se ha modelado también a partir de descartes. La celebración del paseo de Gràcia formaría parte del segundo grupo. En el primero estaría una de los más internacionales trabajos de Agustí Centelles, la de la barricada equina, la de los guardias de asalto parapetados tras el cadáver de un caballo en la esquina de las calles de Diputació y Roger de Llúria. Fue tomada el 19 de julio de 1939, cuando el golpe militar fracasó en la ciudad. Fue portada en medio mundo, a pesar de que, como se supo más tarde, la imagen tenía un punto de teatralización. Lo que parece que se ve en ella no estaba sucediendo justo cuando Centelles hizo clic, sino que los protagonistas recreaban algo que había ocurrido instantes antes. Las guerras siempre suelen ser un poco así. También la toma del Reichstag por parte de tropas rusas o el izado de la bandera de las barras y estrellas en Iwo Jima fueron algo impostadas, pero estéticamente, como la de Centellas, son obras mayúsculas. Navarrete, por supuesto, la ha coloreado.

Siempre está sobre la mesa el debate de la inconveniencia de alterar una obra ya existente. “Asumo perfectamente que lo que yo hago es una obra derivada, distinta y diferenciada del original. Pero inseparable”, dice. Se podría añadir a su explicación que en realidad el pasado solo ha sido en blanco y negro mientras la fotografía lo fue, un paréntesis de medio siglo, porque la pintura, aunque con limitaciones (¡qué gran hallazgo fue la azurita y cuánto hizo por Tiziano y Vermeer!) ha sido siempre en color. Incluso los romanos coloreaban sus estatuas de mármol, como Navarrete las fotos.