BARCELONEANDO

¿Rico y con talento?: te odiamos

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Ramón de España

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Me quejaba no hace mucho en esta misma sección del escaso interés que despiertan entre la comunidad científica los viajes en el tiempo, aduciendo que, actualmente, lo que más ilusión me haría sería salir a la calle y encontrarme en la Barcelona de los años 20 o de los 40. Como Dios aprieta, pero no ahoga, hay rincones de la ciudad que permiten algo parecido a los desplazamientos temporales, como la galería Gothsland (Consell de Cent, 331), que celebra su 40º aniversario con la exhibición de 40 obras de Ramon Casas i Carbó (Barcelona, 1866–1932) y que recibe al viajero con un bonito Renault 8 hp de 1902 que ya vale por sí solo la visita (aunque se trate del modelo anterior al que compró Casas en el París de 1912, con solo dos asientos, que parecen sendos sillones de los de leer junto a la chimenea).

El curso 2016-2017 fue, en teoría, el año Casas. Digo que en teoría porque en la práctica casi nadie se dio cuenta. En parte, según me cuenta el actual propietario de la galería, Gabriel Pinós, por culpa del Departament de Cultura de la Generalitat -entonces dirigido por el alcaldable Ferran Mascarell-, que no mostró el más mínimo interés en la efeméride (intuyo que, porque poco jugo patriótico se le podía sacar al difunto, que se pegó la vida padre porque era rico y no dejó ni una sola nota sobre la legendaria represión que sufrimos los catalanes desde 1714).

Los ricos con talento nunca han estado bien vistos. Nos gustan más los artistas atormentados que llevan una vida de pelagatos hasta que la diñan a causa de una enfermedad -a ser posible, la sífilis o el sida- o de una excesiva afición al alcohol o a las drogas; gracias a esos mártires, el buen burgués con pretensiones culturales vive de manera vicaria la gloria y los peligros del arte. En ese sentido, poco importa que Casas fuese un buen pintor y un dibujante excelente: con el tiempo fue archivado en el apartado de creadores decorativos junto a su amigo Santiago Rusiñol, que también tenía posibles (estaría bien que se reeditara su libro conjunto 'Por Cataluña (desde mi carro)', de 1889, con textos de Rusiñol e ilustraciones de Casas).

La vida de Ramon Casas fue, ciertamente, un largo río tranquilo. Su madre era de buena familia y su padre había hecho fortuna en Cuba, lo que permitió al muchacho dedicarse tranquilamente al arte, plantarse en París cuando le apetecía, viajar por toda Europa, comprarse un vehículo a motor, acudir a su tertulia de Els Quatre Gats, pasar largas temporadas en Madrid o Granada y, en suma, hacer lo que le salía de las narices. Su única excentricidad fue casarse con una mujer a la que le llevaba 22 años, la vendedora de lotería Julia Peraire, a la que sus padres consideraban una cazafortunas y con la que no tuvo descendencia. Hasta se libró de la guerra civil, pues tuvo el buen juicio de morirse cuatro años antes.

Ante el desinterés oficial por Casas, el señor Pinós se ha propuesto reivindicarlo y, a ser posible, popularizarlo en el extranjero, donde, según me comenta, no hay prácticamente ni una obra suya en ningún museo. A tal fin, ha creado una asociación y ha publicado el primer volumen de un catálogo razonado que debe incluir, tras próximas entregas, las cerca de 3.000 obras que Pinós calcula que produjo el difunto.

Una excelente noticia para los que creemos que Casas, como su compadre Rusiñol, representa un modelo de barcelonés que vivió su edad de oro en 'La Belle Epoque' y cuyos últimos representantes tal vez sean Jaume Sisa y Pau Riba: el creador bohemio y cosmopolita, con dinero o sin, que consigue imponer su presencia en un entorno no exactamente hostil, pero sí poco propenso a respetarle. Yo creo que Ramon Casas debería tener en Barcelona un museo para él solo, pero debe conformarse con el 'labour of love' de un galerista y la envidia en diferido de todos los que no soportan que los ricos puedan tener talento y llevar la vida que a casi todos nos está vedada.