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Carlos Azagra en la 'Fonda Pascual'

Su nuevo libro va de cómo es el mundo antes de que uno deje de parecerse a quien más es

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Javier Pérez Andújar

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Carlos Azagra es el dibujante de la protesta social. Incluso cuando lo que pasa en la calle queda oculto por eso que llamamos política y solo es televisión, Azagra sigue dibujando abuelas y abuelos con pancartas en las plazas, currantes con el puño en alto y en la otra mano una birra, manteros con las manos en los bolsillos, y banderas rojinegras a su rollo como los ratones de Ibáñez. Así lo ha dibujado, por ejemplo, en el calendario que este año reparte Carrer, la revista de la Federació d'Associacions de Veïns de Barcelona.

Es el Azagra que viene del equipo Butifarra! (ahí estaban Alfons López, Montse Clavé, Ricard Soler, l'Avi, Pérez Navarro, Max, que aún firmaba con su nombre y apellido...), un colectivo que durante la transición contó en viñetas la Barcelona de los barrios. Tiempo después le llamaron de El Jueves. Para entonces ya había hecho famoso a Ovidio, su héroe de la internacional de las barras. Un barbudo, gordo, calvo y derrotado en los bares. Un progre que no había podido reconvertirse en el paso del Nuclear, no gracias, al Mili KK. Un Maki Navaja al que tocó ser el último borracho en vez del último choriso.

Historias con punkis

El personaje vivía a tiras en las páginas de Makoki, que fue la escisión trotskista del estalinismo de El Víbora. Pero Gin, el director de El Jueves, le dijo a Azagra que eso ya no se llevaba y que quería para la revista una historieta con punkis. Azagra apenas conocía este ambiente, pero así nacieron sus famosos Pedro Pico y Pico Vena, el punk y el skin que simbolizaron a los punkis ochenteros de los barrios barceloneses (¿recuerdan Últimos de Cuba, en la Prospe?). Azagra había tomado prestados los nombres de estos personajes, con consentimiento de los aludidos, de dos miembros del grupo Olor Insoportable (y que luego serían Pisando Fuerte). Una banda de Santa Coloma que se juntaba en el bar musical 1981 (la gente le llamaba el 81, su logo era una mancha negra y un rostro gritando con los pelos de punta y el año clavado en ellos). Entonces aún no se decía Santako. Lo que a unas generaciones les parece revolucionario para otras es sofisticación. Delante del bar vivía Azagra, en el mismo edificio que la familia de la Chunga. El mundo entero está en el bar de enfrente.

Azagra sigue dibujando currantes con el puño en alto y en la otra mano una birra

Estos días, Azagra acaba de sacar un cómic que no tiene que ver con nada de eso. Un libro de recuerdos, titulado 'Fonda Pascual', y que ha dibujado, ella le ha dado el color, con Encarna Revuelta. A veces, me cruzo con Carlos y con Encarna por la Rambla de Guipúscoa, en la Verneda. Cuando acaba esta calle, termina Barcelona. Entonces, Azagra se separa de su pareja y señala hacia una de esas panaderías de paredes de cristal con mesas para tomar café y pastas, y me dice: “Ahí enfrente va mucho a desayunar Ibáñez, un día podemos saludarlo”. Los coches y los autobuses tapan la panadería hasta que vuelve a ponerse rojo el semáforo. Es de eso de lo que va este libro, de cómo somos y de cómo es el mundo antes de que uno deje de parecerse a quien más es.

En sus páginas, Azagra cuenta historias de la fonda donde nació, la pensión de su abuela en Morón de la Frontera. La noche en que vino al mundo los huéspedes estaban peleándose en el pasillo por una habitación. Su aparición trajo paz al conflicto, y así descubrió que iba a ser siempre pacifista. La fonda Pascual tenía persianas verdes, el tejado de teja, y gran renombre en el pueblo, y en ella se hospedaban los artistas durante las giras, desde los Chiripitifláuticos hasta Fernanda y Bernarda de Utrera. Era en las habitaciones que daban a la calle donde se corrían las juergas los flamencos. En una tocaba siempre Diego del Gastor (el Jimi Hendrix del flamenco en muchos sentidos, sobre todo en el instinto), y por eso allí mismo se hospedó Nazario, papiso del underground barcelonés, cuando fue en busca del legendario guitarrista para que le diese el secreto del toque.

Un reloj pintado con boli

'Fonda Pascual' es un libro fresco, dulce, natural, que habla de vivir en Zaragoza y volver cada verano al pueblo, que habla del ruido de las escaleras de madera crujiendo en el silencio de la noche, de noches de niños espiando a las parejas, de la visión confusa de unos críos debajo de una cama que ven caminar a un desconocido con zapatos de claqué, de cohetes hechos con cerillas y papel de plata, de pintarse con un boli un reloj en la muñeca, de patinetes de plataforma y cojinetes, de batallas gaseándose con Flit, como para morir envenenado.

La maestra coja, los hermanos de Carlos Azagra, su madre y su padre, que era aviador, sus tías, Luis el oftalmólogo, el profe de recuperación, y doña Luisa, dueña del cine Central, el Momo, que tenía muchos hijos gays y uno hetero..., el libro es una galería de flases, personas, nombres apenas pronunciados, que forman el Amarcord sevillano de Azagra. Lo ha dibujado en un verano, mientras trabajaba en otro libro sobre Durruti, y lo ha publicado Editorial Cornoque, una cooperativa. El día que me lo compré (fui a Freaks), me encontré a Azagra y a Encarna dejando un paquete de ejemplares.