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Tuberculosis en el Raval: Higienizar las calles y las almas

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46313169 59 / Martí Fradera

Olga Merino

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En una tarde soleada, una de las últimas del año, me encuentro con Raquel Taranilla (Barcelona, 1981) frente al antiguo Dispensario Central  Antituberculoso, edificio sobresaliente del racionalismo arquitectónico  catalán, situado en la calle de Torres i Amat y hoy reconvertido en el CAP del Raval Nord, un centro que a todas luces se ha hecho pequeño para las necesidades del barrio. La elección del lugar no es casual puesto que la autora se encuentra inmersa en la escritura de una obra, a medio camino entre el ensayo y la novela, que explora la relación entre el Distrito Quinto y su enfermedad histórica por excelencia: la tuberculosis. El hermoso título escogido para el libro, Blancas las calles y las casas, anticipa la almendra principal de su tesis: la utilización de la dolencia como pretexto para hacer limpieza, dominar, controlar e higienizar la Barcelona obrera. Símiles

parecidos se utilizaron cuando las Olimpiadas del 92.

Licenciada en Derecho y doctora en Filología Hispánica, a Raquel Taranilla le obsesiona la relación entre medicina y política, y a este respecto subraya cómo la tuberculosis fue la enfermedad que colocó a Barcelona frente a sí misma, frente a su espejo, sobre todo en el antiguo barrio chino, un “distrito hipermedicalizado”. Tuberculosis, consunción, tisis o el mal du siècle… Una enfermedad altamente contagiosa que irrumpió con virulencia a finales del siglo XIX dentro de la nueva sociedad industrial, cuya oda a la productividad supuso un severo endurecimiento de las condiciones de vida de las clases trabajadoras.

Beca de Escritura Montserrat Roig

La obra en la que trabaja Taranilla, por cierto, ha sido merecedora de una de las Becas de Escritura Montserrat Roig 2018, una ayuda que garantiza durante dos meses sueldo y una habitación propia para escribir en una instalación emblemática de la ciudad. A ella le tocó disfrutarla el pasado otoño en la Biblioteca Nacional de Catalunya.

Tomamos un té en un local cercano, donde la autora explica que su método de trabajo consiste en rastrear documentos reales, para luego diseccionarlos y recontextualizarlos. Por decirlo en sus palabras, deja primero “que la ciudad hable” a través de legajos y expedientes para crear después a partir de los secretos que le confiesa.

El tatuaje del obrero

En sus buceos en cajas polvorientas, sobre todo en el Museu de la Història de la Medicina, en Terrassa, la escritora ha desenterrado auténticas joyas que explican la letra pequeña de la historia. Un relato impagable, por ejemplo, es el que refiere sobre un obrero barcelonés, aquejado de tisis, a quien el Patronat de Catalunya per la Tuberculosi, con el doctor Eduard Xalabarder a la cabeza, intenta salvar de las garras de la tisis. Pues bien, en el curso de la terapia, el médico que lo examina encuentra en la muñeca del paciente un tatuaje llamativo, consistente en dos puñales cruzados bajo la leyenda “¡Viva la anarquía!”. Y decide borrarlo, pero de tal forma que en la cauterización le ocasiona una sangría y un dolor insufrible.

Así, la praxis sobre el obrero, el avance del progreso, no es solo médico, sino también moral; de ahí el blanqueo de las calles al que alude el título. Por eso el doctor Lluís Sayé, un tisiólogo con cuyo nombre se bautizó el CAP del Raval Nord, insistía en la despolitización de la enfermedad: “La pobreza, por sí sola, no crea la enfermedad […] es la infección el factor decisivo”.

Medicina del alma

No deja de ser curioso cómo la tuberculosis lleva asociada una doble lectura: por un lado, remite a la imagen del sanatorio burgués (La montaña mágica) y al artista poseído por el fuego de la creatividad hasta el último suspiro —ChopinKeats y el grandísimo Chéjov fallecieron por el bacilo de Koch—, mientras que, por el otro, resulta imposible separarlo de la miseria y el hacinamiento en los suburbios pobres.

Cuando la medicina se ocupa de los cuerpos, dice Taranilla, tiene  una tentación muy grande de tratar también el alma. La escritora experimentó algo parecido en su propia piel, cuando le fue diagnosticado un linfoma y se enfrentó a él no como una paciente inerme, sino como una académica pertrechada con el bisturí de su ojo crítico. De entrada, no se reconoció en el historial que halló sobre la mesa del médico, un informe clínico que empezaba con tintes kafkianios: “Mujer joven, 27 años, afebril, refiere dolor de espalda”. Taranilla vertió sus reflexiones en Mi cuerpo también (Libros del Lince, 2015), un ensayo–narración que ya sorprendió por su inteligencia y la agudeza de la prosa.