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"Para los catalanes del mañana", o sea, nosotros

Los mejores guisos periodísticos de los años 30 se dan cita en un libro que incluye una crónica de Gaziel que parece recién salida del horno para ser servida este 21-D

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Carles Cols

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Las redacciones de los diarios son a veces lugares más raros que el Examiner de Billy Wilder o el Daily Beast de Evelyn Waugh. Cuando en 1919 el nombre de Albert Einstein comenzó a circular como el del hombre que había destronado al legendario Isaac NewtonThe New York Times le encargó a Henry Crouch un perfil del personaje y una aproximación a sus teorías científicas. Crouch era, eso hay que subrayarlo en su descargo, el corresponsal de golf. Así de raros son a veces los diarios. Lo que Waugh hacía en la ficción, mandar a su especialista en ornitología a la guerra de Abisinia, el NYT, con un par, lo hacía con su especialistas en putts y eagles. Aquel artículo le persiguió toda su vida. Entre otras imprudencias, Crouch afirmó que no más de 12 personas en el mundo eran capaces de comprender los hallazgos de Einstein. Esa tontería se ha repetido como un mantra hasta la actualidad.

Los 30 fueron años de grandes cronistas en la prensa, hasta que la guerra civil lo convirtió todo en propaganda

Las redacciones de los diarios son a veces lugares tan raros que va y sucede justo lo contrario, que aparecen como champiñones cronistas que interpretan la época que les toca vivir y, sobre todo, la noticia que les envían a cubrir. Dan envidia. A 25 de ellos les ha dedicado el escritor y periodista Sergi Doria un muy recomendable homenaje. Bajo el título Un país en crisis: crónicas españolas de los años 30, Doria recopila y contextualiza 25 guisos periodísticos de rechupete, una decena de ellos situados en Barcelona, escritos todos, salvo dos, antes de que estallara la guerra civil.

Algunos son reportajes inmortales, muy a menudo releídos en esta profesión para, con gran placer, citarlos como fuente, como las incursiones en el entonces llamado barrio chino de Barcelona a cargo de Francisco Madrid, nuestro Truman Capote, y del injustamente menos conocido Gabriel Trillas Blázquez, autor de un texto canónico sobre cómo entraba y se consumía en el distrito quinto “la mandanga, el cocó, la nievita”, vamos, la cocaína, a porrillo.

La radio y la Leica

Doria cree que en los años 30 se alinearon varios planetas. Aquí y en otras partes del mundo. Eclosionó la radio como medio de comunicación y la forma de relatar los hechos contagió a los periodistas de papel y lápiz. También llegó a las redacciones la Leica, una cámara versátil y ligera, y ya no era posible fabular tras el teclado, había que ser tan fiel a la realidad como la fotografía, de ahí que Madrid y Trillas Blázquez retrataran el chino como nunca antes se había contado o que, por poner un ejemplo del otro lado del Atlántico, Royce Brier se llevara un Pulitzer a casa en 1934 por Linchamiento, una descripción minuciosa y fría sobre cómo una turba sacó de la cárcel a dos presos en San José, California, y les quitó la vida. Si pueden, busquen, pero no comparen, porque no encontrarán nada mejor. En España está editado por Errata Naturae bajo el título Asesinato en América. Es un soberbio recopilatorio de pulitzers de páginas de sucesos.

El de Doria es un libro de viajes. En el tiempo, claro está. Pero es también un compendio que invita a más de una reflexión. Tres, como mínimo. Incluye, por ejemplo, una crónica de una tradición tan barcelonesa como es la quema de conventos, pero, lo que son las cosas, no de un episodio ocurrido en esta ciudad, sino en Sevilla. Su autor es Francisco Coves. El texto, pese a lo tremendo que se relata, es casi poético. Reconoce Doria que a Barcelona no la gana nadie a comecuras, pero añade que no ha encontrado una crónica a la altura de aquella de Sevilla de 1931. La primera reflexión es esa, que no siempre la persona adecuada está en el lugar necesario. Fue una suerte, visto desde esta perspectiva, que Carles Sentís decidiera en noviembre de 1932 hacerse pasar por murciano y se montara 28 horas en un bus de aquellos de la emigración con destino a Barcelona, el “transmiseriano”, como él mismo lo bautizó en el título de aquella crónica. Está en el libro. El hombre adecuado en el momento justo y necesario.

Tragedia y farsa

Toda aquella nueva manera de narrar se fue al carajo con la guerra civil, porque el periodismo dejó a paso a la propaganda. Esa es la segunda reflexión. Varios de los poseedores de todo aquel talento terminaron en el exilio. Irene Polo, que Doria incluye en el libro por la tarde que pasó con Buster Keaton en Barcelona, se suicidó en 1942 en Buenos Aires. Trillas Blázquez tuvo un final menos trágico, aunque más chocante, como apicultor en Bogotá. La guerra convirtió el periodismo en propaganda. Puede que la mejor y más sincera crónica de la guerra civil española sea Homenaje a Catalunya, de George Orwell, que además pasó un calvario para que se la publicaran porque contaba unas miserias de la retaguardia que se consideraban inoportunas.

La prensa de EEUU tiene una deliciosa expresión. La cola mueve el perro. Oprtuna en 1934 y, ¡glups!, justo ahora

La tercera y última reflexión a la que invita el recetario periodístico de Doria es, de ahí el título, que Marx tenía razón, que la historia sucede primero como tragedia y que cuando se repite lo hace como una miserable farsa. Si tienen el libro mano, vayan a la página 247. Ahí está el relato que bajo el título Para los catalanes del mañana escribió Agustí Calvet Gaziel sobre sus impresiones de la jornada de octubre de 1934 en que Lluís Companys proclamó el estado catalán desde el balcón de la Generalitat.

Se confesaba Gaziel estupefacto de que desde el poder político se animara a las protestas en la calle el 5 de octubre. ”Cosa nunca vista, un paro de esta clase, organizado por el poder público”. Fue un torraniano “apreteu i feu bé d’apretar”, pero hace 84 años. Gaziel recorrió aquellas jornadas la ciudad a pie y fue testigo de la deriva política, que resumió con muy buen ojo analítico en un párrafo de su crónica. “Las noticias son francamente malas. Dencàs, me aseguran, ha desbordado a Companys (que, según dice, no se enteró de la salida a la calle del somatén armado, hasta que ya estaba hecha), pero Badia está desbordando a Dencàs y es el verdadero dueño del momento”. La sinopsis de aquella película, por situar a quienes no la hayan visto, es que el presidente de la Generalitat tenía de conseller del ramo de la seguridad a alguien, Josep Dencàs, que hubiera deseado más serlo de Mussolini (de hecho, para Italia se fue tras huir por las alcantarillas de Pla de Palau cuando la cosa se puso fea) y este, a su vez, era incapaz de controlar a un par de matones a sus órdenes como los hermanos Badia, a los que durante la guerra hasta les dedicaron una plaza, la que hoy lleva el nombre de Francesc Macià.

Que aquel artículo se titulara Para los catalanes del mañana tiene su qué. Tragedia y, luego, farsa. La política es a veces más rara que las redacciones de los diarios. Los periodistas americanos tienen una estupenda expresión para definir aquellas ocasiones en que, pongamos el caso, unos Badia o unos CDR mandan más que un president. A eso, en Estados Unidos le definen como ese preocupante momento en que ya no es el perro el que mueve la cola, sino que la cola mueve el perro.