BARCELONEANDO

Un autor para la Casa de la Nata

El edificio fue levantado por Manuel Sayrach, arquitecto tan notable como desconocido cuya producción suma solo dos construcciones en la ciudad

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Natàlia Farré

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Dos de tres. Podrían ser tres de tres si en los 60 se hubiera tenido más aprecio por el patrimonio artístico que económico. Pero no. La piqueta acabó con la Torre dels Diables. Sin complejos. El Ayuntamiento de Sant Feliu de Llobregat de la época expropió y prometió. Aunque no cumplió. La conservación del jardín, un ejemplo del modernismo más delirante, se suponía segura, así como el muro que daba nombre a la casa por las figuras aladas con aspecto de diablo que jalonaban la verja y otro muro: el de la Creació. ‘Trencadís’, imaginación y formas ondulantes. Nada que envidiar al del Park Güell. La casa en cuestión, el vergel concretamente, fue el primer proyecto de un arquitecto, aunque mejor llamarle humanista, que estudió la disciplina con el objetivo de llegar al arte total. No en vano, su admiración era para Wagner y Goethe. Fue Manuel Sayrach (1886-1937), tan olvidado como ahora reivindicado.

Sus contados proyectos y su muerte prematura lo sepultaron en el olvido popular y académico

El dos de tres que hubieran podido ser tres de tres viene a cuento por su escasa pero valorada producción. La Casa Sayrach y la Casa Montserrat también son suyas. De ahí el dos de tres, pues ambas están protegidas en el catálogo de patrimonio. Algo que de no haber desaparecido seguro también calificaría a la Torre dels Diables. Sayrach levantó otras dos construcciones: el mausoleo de su esposa, en el cementerio de Montjuïc, y un monumento al Sagrado Corazón de Jesús, en Moià, desparecido durante la guerra civil. Punto. No hubo más. El porqué de tan escasa producción tiene explicación. Sayrach diseñaba por amor al arte y por amor a la familia. Pues la de Sant Feliu era la casa de veraneo, la Sayrach la vivienda, y la Montserrat la levantó como homenaje a su mujer. Basta con ver las 'M' que jalonan todos los detalles de la finca.

No necesitaba construir para vivir. Lo suyo era la gerencia de la empresa familiar. Por las mañanas. Las tardes las dedicaba al arte. La arquitectura, sí, pero también a la literatura. Escribió sobre política, 'Constitució de la República dels Estats Ibèrics' y teatro: bautizó su ciclo literario con el título de 'Drames de la llum', una unidad de inspiración wagneriana que no terminó. También se dedicó a la filosofía y a la poesía, que editó en pequeños opúsculos desaparecidos durante la guerra civil. El material se guardaba en Sant Feliu, pero la casa fue ocupada durante la contienda y buena parte del archivo quemado. No se trató de una agresión a conciencia contra la memoria, sino de una necesidad vital de espantar el frío. Poco se salvó y lo poco ha sido clasificado y dignificado por la familia. La idea: conseguir poner en el lugar que se merece dentro del canon de las artes a Manuel Sayrach.

De Argüelles a la Diagonal

En eso lleva tiempo su hijo Manuel, uno de los impulsores de la primera monografía sobre la obra del arquitecto, 'Manuel Sayrach 1886-1937. Arquitectura i modernisme a Barcelona' (publicada por el Ayuntamiento), y del año a él dedicado, que ahora se acaba. En 1918 se coronó la Casa Sayrach, la más conocida de las construcciones del artista. La levantó en lo que entonces era la calle de Argüelles y ahora es avenida Diagonal. En medio ha recibido diferentes nombres: Nacionalitat Catalana, Alfons XIII, Catorce de Abril y Generalísimo Franco. Ya se sabe que la nomenclatura cambia según sopla el viento de la política. El edificio no pasa desapercibido, sobre todo si se entra en el vestíbulo, estructurado como una planta basilical de tres naves y decorado como si fuera el fondo marino: medusas, olas, redes de pescadores... y un enorme esqueleto de ballena.  Ni pasaba desapercibida cuando se levantó: al principio se conoció como la Casa de la Nata por su mansardas estucadas en blanco; después, cuando estas escurecieron, como la Casa dels Ossets. Y ahora, por fin, lleva el nombre de su autor. 

Al edificio se le considera el epígono de la arquitectura modernista, y a su autor al último de los modernistas. Aunque por época debería ser 'noucentista'. "Coge los preceptos de los dos movimientos para adaptarlos a lo que él realmente quiere transmitir. Eso es lo que lo hace tan singular y tan diferente como arquitecto", señala la historiadora del arte Núria Gil que no duda de la necesidad de vindicarlo: "Tiene una obra muy personal, muy significativa y muy razonada". Criterios que comparte Francesc Fontbona, el primer historiador en escribir sobre él: "Hemos tardado en darnos cuenta de su dimensión y, sobre todo, del atractivo de su personalidad cultural tan genuina", afirma en el libro. ¿Por qué? Murió joven, creó poco y "no tenía que contentar a nadie con sus obras", apostilla. No tenía urgencias pecuniarias, lo suyo era por amor al arte.